Las travesuras de Edmundo Torrejón Jurado (I)
El médico, miembro de número de la Asociación Boliviana de Cirugía, tuvo una infancia llena de fantasía que lo acunó en poesía y literatura mucho antes que en la medicina.
Cuando tenía 9 años y estudiaba en el Colegio Antoniano, Edmundo escribió su primer poema. El tema era una oda a la madre, y para que nadie influyera en forma y contenido, los competidores del concurso debían escribir en el mismo colegio. Desde entonces, Edmundo comenzó a acunarse en la poesía, mucho antes que en la medicina. Escribió la letra de un himno a Aniceto Arce, recibía visitas de poetas como Jesús Urzagasti y Roberto Echazú en la casona de la Bolívar y Suipacha, y declamaba hasta el aburrimiento.
“Al niño se le tiene que devolver el cuento para estimular la capacidad de asombro y la imaginación”
No podía ser de otra manera. Edmundo Torrejón Jurado es nieto de Alejandro Torrejón Alcayaga, “el primero en producir vinos en Tarija”, dice. La casona estaba bien servida. Aunque ahora sea más pequeña que entonces, sigue resguardando tesoros y memorias de una de las familias tradicionales tarijeñas de hace un siglo. En ella, Edmundo vivió una infancia ilimitada, con una familia que se reunía y hablaba y contaba de todo. Hasta la nana “nos contaba cuentos, nos dosificaba el terror. Yo no tenía problema, porque acá estaba mi dormitorio”, señala Edmundo en entrevista con Pura Cepa, “pero mis primos vivían en los departamentos pasando la huerta. El viaje se les hacía larguísimo. Al otro día, los colchones mojados al sol”.
Edmundo se ríe con una alegría desbordante, porque además ha hecho conferencias con sus memorias y su conocimiento médico, llegando a decir que “al niño se le tiene que devolver el cuento para estimular la capacidad de asombro y la imaginación”. Justifica su prédica notando que todas las personas que han hecho algo bueno, inventos, descubrimientos, han sido quienes leyeron El Gato con Botas, Caperucita Roja, “y nos hemos sorprendido con los cuentos de las abuelas. Pero en algún momento se decidió que había historias no apropiadas para los niños, y se crea la literatura infantil, que coincide con la creación de la escuela. Se encierra al niño y se le separa del mundo para utilizarlo como mente útil ante la sociedad”.
El privilegio de una infancia fantástica le ha permitido entender que, dado que Tarija no ha tenido mayores conmocione sociales ni políticas, allende la Guerra del Chaco, no hay teatro, novela o cuento en la literatura de la región. “Sólo hay poesía. Tarija es una metáfora. Nacemos con la poesía y vivimos la poesía”. Torrejón Jurado también observa cómo se desprecia cada vez más la palabra: “En los medios de comunicación se privilegia lo audiovisual, y los diarios apenas se están salvando”, dice. Coincide con Edgar Ávila cuando ve que en Tarija los escritores se han encerrado en el imaginario purista, costumbrista, con pretensión andalusí. “Quien sabe, el secreto de lo mío es haber utilizado el idioma universal para sacar otro tipo de poesía”, dice con picardía.