El viaje de Amatista Lucarás
Seguir en la misma ciudad ya no era una opción. Amatista investigó todas las formas para viajar liviana y emprendió su propio camino.
“Cuando nací, me pusieron Carla María, los nombres de mi papá y mi mamá. Siempre odié mi nombre, pero no sabía por qué. El padre de mi padre también se llamaba Carlos, y murió a los 60 años. Mi papá tiene 62, pero pensaba que también iba a morir a los 60. Ahora está como decepcionado. Me enteré de esa historia y decidí cambiar de nombre”, relata Amatista mientras muestra la piedra que cuelga en su cuello. “Es con la que más conecté, la llevo conmigo a todos lados”.
A sus 21 años, Amatista Lucarás no pensaba en viajar, pero una experiencia de voluntariado le hizo entender que no quería volver a la rutina de Córdoba, Argentina. En una semana y media, dio en adopción a sus mascotas, dejó su departamento, compró mochila, carpa, bolsa de dormir y un aislante, y se fue a Buenos Aires con su piedra a conocer el mar.
También se armó de algunas destrezas. Amatista tira las cartas, hace artesanías y tatúa con la técnica de “hand poke”, que recupera lo ancestral del tatuaje hecho a mano. Aprendió rápido para tener formas de costear el viaje cuyas historias pondrá en un libro que seguramente no saldrá a la luz en el corto plazo.
“Mi facultad es la vida, voy estudiando lo que me gusta. Quería tatuar, estudio. Quería tirar cartas, estudio. Quería aprender macramé, estudio y practico. Expandir mi arte es mi mayor sueño”, dice la joven nómada, que ha encarnado en sí la frase “conócete a ti mismo y conocerás el universo”, al punto que ha alineado su ciclo menstrual con la luna. “Las mujeres debemos menstruar en luna nueva y ovular en luna llena. Yo, de tanto mimetizarme con la naturaleza, estoy ahí”.
Otra revelación de ese conocimiento es el acceso a señales y visiones. “Presta atención a los peces naranjas, sauces, medusas, ballenas”, anotó Amatista antes de emprender el viaje. “Llego a Traslasierra, una ballena dibujada en el centro de voluntariado. Llego a Buenos Aires, una medusa en el taller de danzas africanas. Llego a Jujuy, el estanque tenía peces naranjas. Llego a Bolivia y el alojamiento se llamaba Bajo el Sauce”.
Amatista encuentra hospedaje gracias a CouchSurfing, aplicación que le permite alojarse con personas locales por precios bajos, aunque no descarta alguna vez darse el lujo de viajar con más soltura, una sensación que encontró en Tarija. “Me enamoré. La gente es tranqui. Llegué a las 2 de la mañana y la chica que me hospedaba me fue a buscar en auto, al otro día me sacó a pasear por toda la ciudad, y al día siguiente me llevó a Coimata”.
“Mi mente explotó, me sentía sola. Me frustré y me empecé a odiar de nuevo después de aprender a quererme”
Tal vez Amatista no habría conocido la hospitalidad chapaca de no haberse curtido en sus primeras experiencias. “Todo lo malo que me podría haber pasado, me pasó en Buenos Aires. Pero lo resolví muy bien y me dieron ganas de desafiarme más”. Ahora, con la mente en el cielo y los pies en la tierra, quiere llegar a México. “Para mí, los 21 es la edad para hacer todo menos arraigarte a un solo sitio”, dice quien también conoció tragos amargos.
Aunque muchos la apoyan, ha recibido cuestionamientos a una vida sin proyectos de pareja o familia. “En el viaje me estresé, me puse muy triste. Me prestaron una casa en medio de la nada. Mi mente explotó, me sentía sola. Me frustré y me empecé a odiar de nuevo después de aprender a quererme”, relata Amatista aquello que ahora es una anécdota de su viaje de autoconocimiento.
“Hay gente que me pregunta, ¿no tenés miedo? ¿De qué tengo que tener miedo? De la soledad, claro. En San Juan, les tiré las cartas a muchas chicas, todas con el mismo problema de miedo profundo a la soledad. Para mí, no hay nada más hermoso que estar sola. En este momento. Capaz antes no te digo lo mismo, pero fue lo mejor que me ha pasado. Lo recomiendo mucho”.