La asamblea del gallo
El año pasado, el director teatral y su elenco ofrecieron una probadita de la obra que, finalmente, estrenaron en el XXXII Festival Abril en Tarija el pasado 26 de abril.
Da gusto ver como se llena el Teatro de la Cultura, más si se trata de la puesta en escena de una obra que fue escrita hace 2.415 años. En “La asamblea de las mujeres”, del comediógrafo griego Aristófanes, Praxágora, una mujer ateniense, organiza a un grupo de mujeres para travestirse e infiltrarse en la asamblea, convenciendo a los hombres de entregar el mando para que ellas dicten las leyes y la forma de vivir, dando como resultado un verdadero régimen comunista sin tabúes, en el que el sexo, el cuidado, y el goce de todos los bienes están completamente colectivizados. Claro, ellas proponen las cosas de manera que las más “feas” gocen tanto o más, y primero, que las más “guapas”. Y eso es apenas una probadita de toda una filosofía política que aún no ha tenido carne en la realidad. Menos en Tarija.
Claro, ellas proponen las cosas de manera que las más “feas” gocen tanto o más, y primero, que las más “guapas”
Aun así, la puesta en escena del director catalán, Andrés Grau, sacó risas al público tarijeño, que siguió atento las peripecias de casi una treintena de actrices y actores que encarnaron a las mujeres atenienses y sus contrapartes masculinas por 90 minutos. Grau, fiel a su estilo y posibilidades de producción, armó con gran escenografía una arquitectura ateniense, con un ágora ceñida por las fachadas de las casas de las mujeres, y un baño al aire libre. En estos lugares encontrados sucedieron todas las escenas de la obra, equilibrando de esa manera el espacio teatral. Además, tiró de vez en cuando el cuarto muro para hacer del patio de butacas, y del público, una parte más de su Atenas chapaca.
Se vistieron y travistieron las actrices y actores según lo reglado en el texto, lo que también fue motivo de risas y hasta de vergüenzas ajenas, todas confundidas en el mismo clamor de la asistencia. Y todas estas cosas dieron la veracidad necesaria al desarrollo de esta comedia griega. Pero hubo un detalle que, fiel a la indicación del comediógrafo, impactó por su contundente realidad: la aparición de un gallo y su canto, resonante en el teatro entero.
Se escucharon las palabras, a veces bien, a veces con esfuerzo. La interpretación y el movimiento escénico podrían ser los aspectos que Grau más descuida. El sonido y la música resultaron una forma más bien chocante de entender que se está en un teatro y no en Atenas. Pero el gallo fue el gesto clave de un director que quiere tomar en serio por un momento la comedia. Más aún en un tiempo y un territorio en el que las mujeres son asesinadas, violadas, acalladas, y cuyos esfuerzos por organizar tantos aspectos de la ciudad, que harían que la sociedad viva con más alegría, encuentran más trabas que vías.
Porque hay que entender lo que pasa en el espíritu de ese ciudadano ateniense que confía en la gobernante que le ha pedido sus bienes, incluido el gallo, para repartirlos justamente con toda la comunidad. Hay que entender que ese ciudadano sabe que el gallo será realmente repartido entre todos, cada pluma, y que las palabras de Praxágora no serán un discurso más. Y tener, por un momento, la imagen de la realidad sobre la escena, logra transferir el relato entero a la vida, obligando a imaginar de verdad cómo sería ésta si las decisiones, las leyes y reglamentos buscaran en serio la igualdad y la justicia.