La Abrita, tierra de reconexión
Hace 8 años que esa tierra a los pies del Sama empezó a convertirse en una huerta agroecológica gracias al trabajo incansable de Rosmery Condori y su familia.
“Así como cuando encuentras el amor de tu vida, así fue. Era fuerte la atracción. ¿Será que es para mí? Había gente trabajando, me acerqué, pero no dije nada”, recuerda Rosmery la primera vez que vio la tierra que hoy es “La Abrita”. Ella venía trabajando ya unos años en sistemas de riego por gravedad, conocía todas las tomas de agua del Valle Central. Pero nunca había visto aquella de La Victoria. Se fue a conocer, un poco por curiosidad y otro poco para encontrar una tierra de su agrado. “Estaba buscando lugarcito. Quería que fuera cerca del agua porque así está mejor. Al volver, vi ese lugar”, suspira.
Sin tener el dinero para comprar la propiedad, en unos días consiguió el financiamiento suficiente, y los que entonces eran dueños acordaron dejársela a mitad de precio. “Era para mí”, dice Rosmery, riendo pues ni su marido, a quien le parecía una locura comprar sin dinero, pudo hacer algo para detenerla. Con los años, agradecería que esa tierra donde aún vive una vid plantada “allá por el año 1800 y tantos” le dé el jugo de uva y el vino que tanto bien hacen al corazón.
“Así como cuando encuentras el amor de tu vida, así fue. Era fuerte la atracción”
Hace 24 años de esa compra, pero fue tan solo hace 8 que la familia de Rosmery decidió darles un giro a las cosas, mudándose a La Victoria para convertir su tierra en una huerta agroecológica de la que salen uvas, arándanos, espárragos, frambuesas, nueces, damascos, peras y una variedad de hierbas aromáticas y medicinales, todo con lo cual producen jugos, vinagres, mermeladas, tés y mates. “Tengo tantas cosas para vender que ya no puedo ir a otro lado”, asegura Rosmery, quien junto a su familia trabaja día a día, con las manos, para lograr esta producción consciente.
Rosmery y su marido son técnicos agrónomos. Han invertido tiempo y conocimiento en producir frutales como los arándanos. Al principio fue difícil, pues “hay que saber trabajar la tierra, que esté en su punto para que dé”. El trabajo y las necesidades de salud rindieron fruto. Distribuyen sus productos en tiendas de productos naturales y agroecológicos. Rosmery también asiste todos los sábados al Abasto Agroecológico que por el momento se organiza en la Ex Terminal. Llega un comprador y deja la entrevista a medias para atenderlo.
“Tengo tantas cosas para vender que ya no puedo ir a otro lado”
Le habla con soltura, le ofrece muestras de jugos y vinos, habla de los precios, resalta las cualidades de sus productos. “El jugo de uva negra es como un vino sin alcohol, está a 30 bolivianos la botella. El jugo de arándanos está a 120, porque ahí entra un kilo y medio de fruta para hacer el jugo. Todos son buenos”. El cliente no es de aquí, le preocupa saber en qué va a llevarse las botellas que está comprando. Con una sonrisa, Rosmery coloca las botellas en bolsas de papel cartón con el diseño de “La Abrita”. “He tomado todas las previsiones”, dice.
Volvemos a vernos, sonreímos con picardía, ella por no dejar pasar la oportunidad de vender, yo porque el jugo de uva negra realmente está bueno. Sigue contando su experiencia en la gestión de sistemas de riego. Rosmery diseñó e instaló varios de estos en el Valle Central de Tarija, en el Chaco y en varias localidades de Chuquisaca. Durante 27 años, visitó las tomas de agua y determinó las maneras de mejorar los sistemas para que los agricultores mejoraran sus cosechas y, sobre todo, gestionaran el agua de mejor manera. “Si no tenemos agua, no hay producción, no hay vida. Lo veo y lo vivo cada día con los turnos de riego. Tengo que administrar de manera eficiente para tener mis plantaciones y traer estos alimentos saludables. Realmente son así, más que productos son alimentos”, reflexiona.
“Es gente que viaja y vive su vida así. Gente que se está encontrando a sí misma”
Trabajar la tierra le ha dado una nueva visión de las cosas que quizá pocas personas compartirán. No es gratuito que “La Abrita” tenga un slogan tan potente como “tierra de reconexión”. Ese pequeño campo abierto entre las montañas, de apenas hectárea y más, es para Rosmery un lugar donde observarse entre las fuerzas cosmogónicas, como una más entre la comunidad, compartiendo a ratos con los cóndores de cuello blanco de la Reserva Biológica “Cordillera del Sama”. Así, Rosmery ha hecho de “La Abrita” un centro de intercambio de experiencias y conocimientos a través de la agroecología, la biodinámica y la permacultura.
Incluso se aventuró a recibir turistas con quienes compartir el trabajo. “Venían por WWOOF (Worldwide Opportunities on Organic Farms, u Oportunidades en Granjas Orgánicas del Mundo), les daba habitación, camita, comida y ellos se quedaban con nosotros”. En el mundo de hoy, las experiencias con la tierra son cotizadas, y sin duda el turismo en todas sus formas es una buena salida económica para nuestra región. “Han venido desde Canadá, Francia, España, Inglaterra, hasta de Corea había una chica. Se quedaban una semana, diez días, un mes. Es gente que viaja y vive su vida así. Gente que se está encontrando a sí misma”, comenta Rosmery.
“Es una alquimia. Así han nacido, del conocimiento ancestral y las memorias guardadas dentro de mí”
Ella también se encontró. Ya se había retirado de las consultorías y se puso a cultivar hierbas aromáticas y medicinales. “No sabía más que las propiedades de la manzanilla, la menta, la yerbabuena, la albahaca, porque mi abuela me ha enseñado de niña”, comenta. Luego fue desecando, haciendo tés para sus hijos y su esposo. Una sabiduría interior la hizo conservar las hierbas en cajas, trabajarlas. La inspiración juntaba unas y otras, mezclaba hierbas sin dudar, llevada por una “energía superior” que le daba las instrucciones. Así nacieron sus tés de hierbas medicinales, luego soñó los nombres. Después, estudió lo que había hecho y se sorprendió al ver que había sentido en esas mezclas. “Es una alquimia. Así han nacido, del conocimiento ancestral y las memorias guardadas dentro de mí, que las he descubierto con la reconexión que me dio esta tierra”.
Rosmery siempre ha sentido desde que era pequeña que hay una fuerza que le lleva hacia el conocimiento interior. “He buscado mucho afuera, y ahora sé que está aquí dentro. Y saber eso de una manera consciente me ha tranquilizado. Antes quería ir a Italia, Francia, a todo lado. Todos los humanos tenemos eso. Pero ahora estoy aquí, ya no quiero viajar por el mundo, solo quiero estar en ‘La Abrita’”.
“Estoy dando algo que la tierra nos regala con un poco de esfuerzo y trabajo”
Viviendo feliz y tranquila, descubriéndose cada día, también hay momentos en los que no quiere salir de la cama. Vivir con los pies en la tierra le permite meditar, dedicarse a su familia y cocinarles; dedicarse a sus plantas, regarlas y ver cómo están. “Hay días que siento ganas de hacer las hierbas, o me subo a la montaña a caminar con los perros. Pero estoy ahí. Ya no hay esa cosa que me quiera llevar a pelear con los demás. Estoy feliz de poder contribuir a la sociedad de una manera maravillosa. Estoy dando algo que la tierra nos regala con un poco de esfuerzo y trabajo”.
Como Rosmery y su familia, muchos productores optan por emprender el camino de la agroecología, de la reconexión con la tierra, y aunque parezcan alejados por las distancias, desde sus sitios aportan a un movimiento que posiblemente será la resistencia del futuro. Es un esfuerzo que realizan solos. En el caso de Rosmery, el único apoyo institucional ha sido un crédito del gobierno departamental mediante el Banco de Desarrollo Productivo, y algunas invitaciones a mostrar su jugo de aranda-uva en ferias e incubadoras de empresas.
“Un emprendedor depende más de su propia voluntad, decisión, interés, empuje. Nunca esperes más de los demás”
“Ha servido como para no dejar. Un apoyo moral para reforzar lo que yo creía”. Con su esposo decidieron formalizar, tramitar NIT, SENASAG, y tener un diseño de marca. “Un emprendedor depende más de su propia voluntad, decisión, interés, empuje. Nunca esperes más de los demás”, resuelve Rosmery su filosofía. Los frutos de su esfuerzo pueden encontrarse en “La Abrita”. Para visitar, solo hay que llamar o mandar un mensaje al 70217436.