RESPIRA, compañía de teatro de títeres (II)
La compañía ofrece su mirada acerca del teatro y nos muestra que hay mucho por hacer en relación a la gestión cultural en Tarija.



Durante la pandemia, la escena teatral boliviana sufrió un golpe que obligó a reflexionar acerca de las minucias del oficio. En ciudades del eje, artistas y grupos selectos gozaron de apoyo institucional para continuar sus labores, y otros tantos hallaron en las herramientas digitales y audiovisuales un salvavidas con el cual sacar a flote sus propuestas. El suceso permitió renovar el lenguaje de la escena y dialogar con nuevos/viejos recursos de montaje al menos por un momento en que el llamado “teatro virtual” quiso ser una manera de seguir apreciando y consumiendo teatro. Claro que, con la vacunación y la aparente calma de las olas, el teatro ha vuelto a ocupar escenarios habituales.
En Tarija es otro cantar. Es evidente que toma tiempo reabrir espacios. “Tarija todavía está empezando su movimiento artístico pos-pandemia, todavía no se activan las temporadas teatrales, pero el movimiento más fuerte de los elencos tarijeños está afuera del departamento”, comentan los artistas de RESPIRA, compañía de teatro de títeres. Lo cierto es que esa situación se arrastra desde antes de la pandemia, pues “tener una obra en cartelera varios días no es algo común, y es peor tras más de dos años sin festivales ni movimiento artístico fuerte”.
“Si por la calidad de nuestras obras nos invitan o invitamos a alguien a venir, el artista necesita tener las condiciones económicas y logísticas para presentarse en un festival”
¿A qué se debe la dificultad? A Tarija no le faltan espacios. Hay escenarios en la Casa de la Cultura, el Centro Cultural Salamanca, incluso el Patio del Cabildo y el Paraninfo Universitario. Lo que falta es gestión cultural, gestión de público, el cual ha sido mal acostumbrado a recibir todo gratis mientras el artista recibe poco o nada a cambio y, sobre todo, apoyo claro y contundente de las instituciones públicas y privadas.
Pero no se puede esperar con brazos cruzados. Ante las limitaciones interminables, los artistas se autogestionan, y los movimientos artístico-culturales hacen su parte. “Antes, durante y después de la pandemia, siempre han sido los mismos colectivos los que nos apoyan. En nuestro caso, Ñandereko, Barro Colorado, Yembatirenda nos han permitido gestionar actividades y tener movimiento”, dice Ana Choque. Además, la coordinación con barrios permite que los espacios públicos sean otra manera de acercarse al público.
Sin embargo, el apoyo tiene un límite, y es ahí donde se necesita que la fuerza de la institución pública y privada se haga presente. “Si por la calidad de nuestras obras nos invitan o invitamos a alguien a venir, el artista necesita tener las condiciones económicas y logísticas para presentarse en un festival. Esos aspectos no se han retomado, y el artista tiene que gestionar todo sin apoyo de terceros. Hasta el momento, tenemos esa y muchas dificultades más”.