“San Roquito me agarró del manto” (I)
En esta nota especial, dividida en tres partes, Pura Cepa contará la historia del antropólogo Daniel “Vaco” Vacaflores y su amistad con San Roque.
El “Vaco” es el menor de seis hermanos, tiene tres wawas, de once, nueve y seis años. Él tiene casi 45. “Yo soy tarijeño, he crecido en el barrio ‘14 viviendas’”. Tanto número. Cuando salió de colegio, sus hermanos querían que fuera ingeniero como ellos. Era bueno para los números y para cualquier cosa, pero decidió algo que ninguno de sus parientes habría podido tocar.
“De donde yo vivía, ahícito es la capilla de San Juan de Dios, donde van los chunchos”, recuerda Daniel como quien habla de un juego de la niñez. Pasaron años para que supiera que muchos de sus amigos habían sido chunchos, y que los jefes Don Humberto y Don Aurelio Arce vivían sobre la Potosí. “He crecido en un barrio nuevo, con gente que venía de todos lados, ninguno era chapaco. Mi mamá es tarijeña, pero sus papás son migrantes. Ella creció en la clase alta, y en aquella época había una negación de lo chapaco”.
“Tenía montoncitos sobre el Carnaval, la Pascua, la Cruz, ¡pero de San Roque era así!”
Siendo educado en La Salle, Daniel aprendió “una tonelada de cosas, pero nada de las tradiciones tarijeñas”. Su hermano mayor, el “Cao” Vacaflores, se metió a la escuela de música y aprendió a bailar y tocar instrumentos como el erke. “Era mi ícono de la tradición, pero nunca me ha querido enseñar. ‘Quieres aprender, anda a hablar con los chunchos’, me decía”. Al “Vaco” le ganaba la timidez, pero salió del colegio con las raíces en la cabeza.
Hizo pruebas con Ingeniería Civil y Psicología Social sin avanzar mucho. En ingeniería, todo era fiesta, y en psicología lo dejaron atrás por falta de plata. “No era tanto, pero apenas tenía para llevar un pan a la boca”. Se inscribió en Antropología en la Universidad Católica de Cochabamba, el único chapaco del curso. “Cada materia termina con una investigación cultural, así aprendes a investigar. El 90% de mis trabajos ha sido recuperable. Cuando salí, era un experto en la cultura tarijeña”.
Daniel había acumulado tal cantidad de conocimiento sobre las fiestas y tradiciones de Tarija que se dio el lujo de acabar su carrera con una tesis sobre el calendario cultural chapaco, sistematizando la información de más de tres decenas de trabajos bien hechos. “Tenía montoncitos sobre el Carnaval, la Pascua, la Cruz, ¡pero de San Roque era así!”, dice Daniel con un gesto de alegre inconmensurabilidad.
Era claro que San Roque le pedía un libro aparte, pero todas las puertas se cerraban. “Fue un parto publicar”, se endeudó “hasta el cogote”, fundó su propia editorial, “La Pluma del Escribano”, y así, “recién llegadito”, se consolidó como investigador especialista en San Roque. “Tenía una sistematización completa, y me di cuenta que había muchos huecos: ¿Cuándo comenzó la fiesta? ¿De dónde vienen los chunchos? Elaboré ideas que después se confirmaron, como las chunchas mujeres. Eran ideas locas para los demás, pero faltaban datos”.