Hermanas Fernández, más de 30 años del “verdadero rosquete” en San Lorenzo
“Es difícil hacer el rosquete, no es como el pan”,



“Es difícil hacer el rosquete, no es como el pan”, cuenta desde la comodidad de su casa doña Yolanda Fernández,en el municipio de San Lorenzo.
“Es difícil hacer el rosquete, no es como el pan”, cuenta desde la comodidad de su casa doña Yolanda Fernández, en el municipio de San Lorenzo.
El eje de la vida cultural, social y política de la pequeña ciudad, se mueve entorno a su plaza central, donde se congregan los principales atractivos y centros, como la parroquia ante la que los lugareños, devotamente, se persignan al pasar y al lado de ella el único mercado de la región; la circundan también dos bancos y la alcaldía, la escuela ‘Julio Sucre’ y a unos pasos, la emblemática Casa del Coronel Eustaquio Méndez, que hoy, convertida en un museo, es una de las reliquias de la historia del departamento.
El tiempo parece detenerse en este valle, que se encuentra a 15 km de la capital, y que durante los fines de semana es, como muchos dirían, “una parada obligatoria” que visitar, pues sus estrechas calles custodiadas por las antiguas y blancas viviendas, muchas de ellas de estilo colonial, emanan historia.
Uno de los manjares que es especialidad de la región es el rosquete. Es casi una tradición que muchos sanlorenceños sepan prepararla; como su nombre lo indica es una rosca de aproximadamente 15 cm de diámetro, bañada en merengue. En la tierra de Méndez, aún existen familias artesanas que la elaboran con la receta de antaño, de “la gente antigua”.
Las hermanas Fernández
En la esquina de la calle Rodolfo Ávila y René Ponce, al frente de plaza principal, se encuentra la “Rosquetería Hermanas Fernández” y aunque no hay un letrero que la identifique, es la más conocida de la región.
Las hermanas Yolanda y María Dolores Fernández llevan más de 30 años elaborando rosquetes, son dos de las más antiguas artesanas del lugar. Sus más asiduos clientes, acuden directamente a su hogar, donde pueden degustarlos aún frescos.
“Ya nos conoce mucha gente; vienen de todo el país y hasta del extranjero. Llevan los rosquetes hasta España y la Argentina”, cuenta Yolanda Fernández, desde su hogar en la calle Teofilo Vaca Dols, junto a la plaza en memoria del poeta tarijeño Óscar Alfaro, en el que alrededor de siete personas elaboran rosquetes y empanadas blanqueadas.
Doña Yola, a sus 60 años, es madre de tres hijos, sus dos hijas son parte activa del negocio, en el que también colaboran sus sobrinas, que a través de la práctica y observación heredarán la receta familiar, tal como Yolanda y María Dolores lo hicieron de su madre, doña María Betsabeth Fernández.
“Mi mamá hacía los rosquetes verdaderos, los antiguos”, afirma la artesana, que asegura que, en los últimos años, se ha alterado su elaboración y se comercializa a un menor precio.
Yolanda se encarga de hornear los numerosos aros de masa apilados en grandes canastas, que se convertirán en rosquetes en el horno artesanal de la familia. En el transcurso de un día se hornea un promedio de seis canastas.
“Lo elaboramos con mi hermana porque es difícil hacer el rosquete, estamos desde las cuatro de la mañana hasta las tres de la tarde. No es como el pan”, explica doña Yola, que destaca que el ingrediente principal es el huevo, mezclado con anís, harina blanca flor y trago de caña de azúcar, “lo llamamos cañazo, siempre se lo utiliza para el rosquete”.
En uno de los ambientes del hogar, se encuentra María Dolores, que es maestra de profesión, con las manos completamente embadurnadas del merengue blanquecino, hecho de claras de huevo y azúcar. Ella se encarga de blanquear los rosquetes.
La pandemia frenó en seco el negocio familiar en marzo, “no había a quien vender”, afirma Yolanda. El turismo constituye uno de los motores de la economía del lugar y se vio fuertemente afectado a causa de las medidas de restricción por la cuarentena. Yolanda señala la falta de políticas de apoyo al sector y el abandono de las autoridades.
A finales del mes de octubre, la familia Fernández encendió nuevamente el horno y poco a poco los visitantes fueron llegando. “Este domingo atendimos a dos delegaciones. Trabajamos en conjunto con las agencias de turismo de la ciudad [de Tarija]”, señala.
Sentada en su casa frente a la plazita Óscar Alfaro, una mañana de noviembre, doña Yola, observa a sus hijas y sobrinas mientras arman las empanadas blanqueadas, que van apilándose en varias bandejas, unas sobre otras, y dice “espero que la tradición continúe”. Sus tres hijos son graduados universitarios, su hija menor es licenciada en Derecho.
“La pandemia nos ha afectado porque la genteque compra son los turistas”, dice doña Yola.