Vida en familia
¿Hijos manipuladores o estrategas? Cómo son y cómo actúan
Los niños utilizan la ira, el rechazo o la vulnerabilidad de los padres para conseguir lo que quieren, herramientas que acaban detectando como una táctica para alcanzar su objetivo. Esto puede derivar en el síndrome de padres quemados
Berrinches, pataletas y gritos constantes. Estos y otros suelen ser los síntomas comunes de un niño que quiere llamar la atención. A priori, se trata de una actitud mucho más frecuente de lo que parece, ya que los pequeños, a medida que crecen, intentan conocer su impacto en el entorno y poco a poco desean descubrir su influencia en quienes les rodean. Sin embargo, si no se controlan estas inocentes actitudes podrían desencadenar en un comportamiento manipulador. Pero ¿cómo detectarlo?
“La manipulación apela a las emociones, y cuando un niño manipula utiliza la ira, el rechazo o la vulnerabilidad para inducir en el otro cambios que favorezcan sus pretensiones”, explica Carlos Muñoz, director del Instituto Europeo de Psicología Positiva de Valdemoro (IEPP). Como puede que la palabra manipulador suene demasiado fuerte, la tendencia de los padres es preguntarse si no son sus hijos muy pequeños para serlo. “Pero manipulamos desde que nacemos, el bebé llora para que su mamá lo atienda”, apunta este experto. Tal y como describe un informe publicado por expertos en salud mental en Newport Academy, un centro de tratamientos en salud mental de Estados Unidos, los rasgos que perfilan a estos menores pueden comenzar ya a partir de los 10 años. Estos son: ignorar a los progenitores y las reglas que se les impone, castigar a los padres con trato silencioso, actuar de forma hiriente, cruel o irrespetuosa, hacer chantaje emocional, decir mentiras o, incluso, actuar de manera demasiado encantadora y obediente, entre otros.
En contraposición a los niños que manipulan, el psicólogo advierte que los menores que no lo hacen son capaces de exponer sus necesidades con claridad y asertividad. “Los pequeños que no usan tácticas manipuladoras aceptan los límites y las decisiones de sus progenitores y de los demás, en general, con armonía, pero esto puede cambiar. La crianza sobreprotectora, por ejemplo, el otorgar un exceso de atención, suele favorecer el aprendizaje de patrones manipulativos que se refuerzan si los niños obtienen el resultado esperado, pero también se debe tener en cuenta que, en muchos casos, es la propia conducta de los adultos la que favorece su desarrollo”, aclara Muñoz.
La Asociación Americana de Psicología (APA) define la manipulación como el ejercicio de influencia nociva sobre otros. Las personas (ya sean niños o adultos) que manipulan a otras atacan sus lados mental y emocional para conseguir lo que quieren, buscan crear un desequilibrio de poder y se aprovechan para obtener poder, control, beneficios y/o privilegios. “Muchos menores no manipulan por crueldad, sino porque simplemente ven que algunas estrategias funcionan para satisfacer sus necesidades”, incide Muñoz.
Por su parte, Claire Lerner, psicoterapeuta experta en desarrollo infantil y autora del libro: Why Is My Child in Charge? (¿Por qué mi hijo está al cargo?, en su traducción al castellano), asegura que durante la crianza la manipulación no existe como tal, sino que se trata de una estrategia. “Los niños siempre se motivan en conseguir lo que quieren y van a usar todas las herramientas que tengan a su disposición que les ayuden a alcanzar su objetivo, pero, en principio, no intentan volver locos a sus padres a propósito”, enfatiza. Para esta experta, si un berrinche hace que puedan pasar más tiempo con un iPad, puedan acostarse más tarde o consigan más atención, y no se ponen límites, simplemente, se trata de una buena estrategia.
Así, y tal y como asegura Lerner, el primer paso para no etiquetar de manipulador a un hijo es hacer un cambio de mentalidad: “En vez de decir que el niño manipula lo más conveniente sería decir que el pequeño ha encontrado una manera de conseguir lo que quiere, lo que le hace muy inteligente y estratega”. Por lo tanto, no se trataría de una manipulación, sino de un niño inteligente y competente, según la experta. “Solo están observando situaciones y descubriendo formas buenas de conseguir lo que quieren, una habilidad que les será de gran utilidad en la vida”, añade. Hacer este cambio de mentalidad, según la psicoterapeuta, resulta ser un punto de inflexión: “Cuando los padres ven que sus hijos encuentran formas de ejercer control sobre su entorno y utilizan cualquier táctica que funciona para lograr sus objetivos pasan de imponer límites muy estrictos o tener reacciones muy duras hacia ellos a poner simplemente los límites justos y necesarios que sus hijos necesitan”. Muñoz puntualiza que los límites han de ser claros, precisos y equilibrados: “Además, podemos negociarlos con una actitud abierta al acuerdo y generando la sensación de que todos ganamos”.
Cuidado con el agotamiento de la crianza
El día a día con los hijos desgasta y exige mucha energía, más aún si se vive en conflicto. Tanto es así, que se ha identificado un síndrome específico para designar esta situación: síndrome de Burnout o de los padres quemados, que proviene de un término inglés que hace referencia a estar quemado y saturado. Esta situación tiene su origen en una actitud que no contempla las propias necesidades, como el descanso. “Llega un momento en que estos padres no pueden regular su estado emocional, anímico y físico por un exceso de carga cronificada y de una intensidad, que no pueden resolver en el día a día”, explica Tristana Suárez, psicóloga.
La persona con este síndrome entra en una dinámica en la que no puede descansar o gratificarse. “Se acumula un estado de fatiga, de cansancio y de no poder con la vida, que tiene que ver con el exceso de carga de responsabilidad”, describe Suárez. Esta experta considera que la crianza se convierte para estos progenitores en un sobreesfuerzo: “Acaban por percibirla como un área de la vida con muy poca gratificación, que se considera como hostil y se vive constantemente como algo que exige, pero que no suma ni aporta”.
Hay diferentes causas que pueden convertir a los progenitores en víctimas del síndrome de los padres quemados. “La carga de trabajo fuera de casa, como en el caso del pluriempleo”, prosigue, “porque se llega muy cansado al hogar y ya no se tiene la energía suficiente para dedicar a los niños, que requieren presencia y no solo cuidados básicos, como el baño o la cena”. En estos casos, la conciliación familiar se hace muy difícil y va en detrimento de la relación con los hijos. Para esta experta, se genera un efecto acumulativo, que cada vez crea más frustración, al igual que sucede cuando hay otras circunstancias, como los problemas económicos, la falta de apoyo, la ausencia de red social o dificultades extraordinarias, como una enfermedad del niño.
Cómo es un progenitor con síndrome de Burnout
Los padres con burnout tienen determinados síntomas. “Estado de fatiga, irritabilidad, poca paciencia, cansancio constante o problemas de sueño, lo que repercute en un deterioro de la relación con sus hijos”, continúa Tristana Suárez. Pero, ¿cómo afecta a los hijos que los padres tengan este síndrome? “El niño tiene menos aguante porque hay menos presencia”, continúa, “se ponen más demandantes y guerreros, porque intentan obtener de los padres lo que necesitan, pero que no les pueden dar”. Esta experta advierte que estos niños pueden adoptar otro tipo de actitudes: “Ser excesivamente obedientes o estar muy adaptados y ser sumisos, porque captan que no se puede pedir más a sus padres, ya que no obtendrán resultados, por lo que se acaban por apagar”.
Cuidado
con la
perfección
extrema
Un estudio reciente llamado Examinando los efectos del perfeccionismo positivo y negativo y el agotamiento materno, publicado el pasado mes de julio en Sciencedirect, recalca cómo las preocupaciones perfeccionistas se correlacionan con el agotamiento y el estrés de los padres. “Esto ocurre porque normalmente ese ha sido el estilo de crianza que ellos mismos han recibido. Madres y padres educan y regulan emocionalmente a sus hijos de la mejor manera que conocen, siempre con la mejor intención, y a menudo la creencia de que ser buena y amada se debe a cómo de perfectas se hacen las cosas”, matiza la psicóloga Laura Palomares, directora de Avance Psicólogos, en Madrid. “Resumiendo, se interioriza de una generación a otra sin que seamos conscientes”, añade. Palomares sostiene que estas ideas de perfección suponen estar con la mente inquieta y en constante movimiento para hacerlo siempre mejor, lo que no solo es estresante, sino que también podría perjudicar el bienestar del niño.
¿Qué puede hacer un padre agotado?
Hay ciertas pautas que pueden ayudar a los progenitores que tienen este síndrome a gestionar su situación, como las que menciona Darío Fernández, médico de familia, puericultor y psicólogo clínico:
· Aceptar la importancia de cuidarse a sí mismo, ofrecerse el descanso necesario y diseñar un plan personalizado para llevar a cabo.
· Identificar sus emociones, ponerles nombre y expresarlas de manera equilibrada.
· Evitar los sentimientos de culpa por darse espacio y entender que el descanso no implica egoísmo, sino que es la forma de recuperarse para poder seguir dando.
· Prevenir la vivencia de situaciones estresantes.
· Implicar a otros familiares en el cuidado de los hijos para obtener días de reposo.
· Compartir con la pareja los sentimientos, el cansancio y las vivencias, además de reservar un tiempo exclusivo para ambos.
· Llevar un estilo de vida saludable, cuidar la alimentación y el descanso nocturno, así como hacer algo de actividad física diaria para reducir el estrés (yoga, deporte).
· Asumir que no hay padres perfectos y que es suficiente con hacerlo lo mejor posible.
· Normalizar que no se puede controlar todo con respecto a la relación con los niños.
· No hacer nada que los hijos puedan hacer por sí mismos.
¿Existe un perfil de progenitores que pueden ser más susceptibles para ser candidatos al síndrome de los padres quemados? “Hay rasgos de personalidad que predisponen a tenerlo, como quienes minimizan sus éxitos y magnifican sus fracasos, porque son muy perfeccionistas y exigentes consigo mismos, porque consideran que nunca está nada bien del todo”, describe Fernández.
Estos padres y madres suelen tener la autoestima baja. “Interpretan sus fracasos como algo personal sin tener en cuenta que hay circunstancias externas que no pueden controlar y se sienten poco eficaces en su área laboral, además de culpables por no rendir lo suficiente”, añade.
Por lo general, son personas que tienen dificultades para poner límites. Según explica el experto, les cuesta dar un no por respuesta y tienen escasas habilidades para gestionar sus emociones. El proceso por el que un progenitor entra en la dinámica del síndrome de Burnout pasa por varias fases. “No se llega repentinamente, sino que hay un recorrido que pasa por un abordaje entusiasta de la paternidad”, continúa Fernández, “un momento en que se siente que no se controla la situación, la frustración debido a ello y la sensación de indefensión, de apatía y de distanciamiento emocional”.