Vida en familia
Cómo conseguir que los niños sean responsables sin castigos
Una crianza más o menos sobreprotectora y el carácter del menor son los dos factores que influyen para que sea más o menos consciente de sus tareas y deberes. La mejor estrategia es que los padres le enseñen que comportarse de manera incauta tiene consecuencias



“Tienes la habitación como una leonera”. “Has vuelto a olvidarte los tenis de gimnasia en casa”. “Nunca recoges los juguetes”. “Nunca te responsabilizas de tus cosas”. Estas son algunas de las frases que todos, en algún momento de nuestra niñez o adolescencia, hemos escuchado de nuestros padres en un intento por hacernos más responsables en casa y también en la escuela. La RAE entiende por responsable a aquella persona que “pone cuidado y atención en lo que hace o decide”, y que está “obligada a responder” de ciertos actos.
Existen dos factores que influyen para que alguien sea o no responsable durante su infancia y adolescencia. Uno es que el modelo paterno o materno sea especialmente sobreprotector e impida que los hijos asuman las responsabilidades que les corresponden. “Estaríamos hablando de una actitud aprendida”, explica la psicóloga infantil Silvia Álava. El segundo factor es su personalidad, pues “hay niños que desde pequeños son mucho más responsables, como rasgo de su carácter, y, sin embargo, otros lo son menos”, añade.
El niño irresponsable se comporta ante sus progenitores de dos maneras diferentes y muy definidas. “Hay niños que, cuando deben tener una responsabilidad, directamente se enfrentan con los padres. Y otros que no se oponen directamente a la petición que les hacen los mayores, pero al final eluden hacer lo que se les pide”, explica la también autora de los libros Queremos hijos felices y Queremos que crezcan felices.
La modificación de esos comportamientos necesita de una labor continuada de los tutores. Una tarea que pasa por dejarles entrever que ser irresponsable tiene unas consecuencias que deben enfrentar y asumir. “En la mayoría de las ocasiones, si no hace las tareas o los encargos fijados por la madre o el padre, los progenitores caen en la actitud del ‘no pasa nada, ya lo hago yo’. De esta manera, el menor aprende que las cosas pueden dejar de hacerse perfectamente porque, aunque le regañen o castiguen, al final consigue no hacerlo”, explica Álava. Para combatir estos gestos es necesario sentarse con ellos y enseñarles que si no ayudan en casa, no recogen su ropa o se dejan la flauta olvidada cuando tienen la asignatura de Música, ocurren cosas: “No a través del castigo directo, sino con resultados directos, para que asuman lo que sucede cuando uno no se comporta con responsabilidad”. Eso sí, señala Álava, “sin enfados ni inquinas o castigos”.
Pero, a veces, no resulta fácil guiar a este tipo de niños “para conseguir el equilibrio entre alimentar su autoestima, para que se sienta capaz e interesarle por el mundo que le proponemos los adultos, y la firmeza en los límites”, sostiene Carlos M. Jordán, psicólogo clínico del servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de Fuenlabrada (Comunidad de Madrid). Esa mesura hay que lograrla en todos los ambientes, educativos y familiares. Sin embargo, añade Jordán, si el comportamiento inadecuado se ciñe a un solo ambiente, el problema estará en ese escenario, casi con seguridad, más que en la niña o el niño.
Para poner soluciones a esas actuaciones se aconseja a los padres observar el ambiente. Analizar si hay problemas o cambios importantes en casa, si ha habido alguna pérdida significativa o si puede estar pasándole algo en el colegio. “Antes de buscar problemas en los niños tenemos que evaluar el entorno en el que crecen. Los niños son muy sensibles al ambiente, pues están en pleno desarrollo y un cambio en la dirección adecuada en casa puede tener efectos muy beneficiosos”, puntualiza Jordán. Si no hay nada que modificar, ni otros problemas obvios que requieran atención por sí mismos, “como el habitual uso excesivo de aparatos electrónicos y redes, algún tipo de abuso, etcétera, es conveniente consultar a un profesional que pueda hacer un diagnóstico adecuado”, argumenta el psicólogo. De ese modo, según explica por su parte Álava, el experto, en función de la edad, de la personalidad y de las características de cada uno de los hijos, analizará cuáles son las responsabilidades que deben asumir, pero de una en una. Para esta experta no se pueden cambiar los hábitos de la noche a la mañana: “Porque si no, el niño o adolescente puede colapsar y sentirse fracasado”, añade. Una vez que se han establecido las tareas que van a ser su responsabilidad hay que ir haciendo una labor de refuerzo que se prolonga en el tiempo según va comprometiéndose en las labores establecidas, añade Álava.
La complicidad de las familias con el resto de los entornos en los que se mueve al niño y el adolescente es también un elemento a tener en cuenta para encauzar su irresponsabilidad. “Hay que trabajar de manera conjunta en la familia, pero no solo los padres, sino también el resto de familiares o amigos, y el ámbito educativo”, afirma Álava. En el caso de la escuela, el diálogo entre los progenitores y los docentes debe ser fluido para que si, por ejemplo, están trabajando la autonomía en el aula, los padres trabajen en la misma dirección en casa. “Muchas veces, el adulto teme los efectos puedan tener sobre su hijo no llevar hechos los deberes o que olvide el estuche de lápices en casa. Lo único que sucederá es que aprenderá para próximas ocasiones. Ser responsable desde pequeño evitará las consecuencias de no hacer las cosas conforme van transitando hacia la edad adulta”, afirma esta experta.
Ayuda en el hogar, el primer paso
1.- Entre 2 y 3 años
Con estas edades, los niños ya pueden empezar a colaborar en algunas actividades sencillas. De esta forma se irán acostumbrando desde pequeños a ayudar en casa: Llevar su ropa sucia a la cesta, recoger los juguetes, tirar la basura a la papelera correspondiente, regar algunas plantas, comer solo y llevar los platos si son de plástico, ayudar a limpiar los líquidos o comida que caiga al suelo.
2.- Entre 4 y 6 años
A esta edad los niños ya tienen más altura y fuerza, y ya son más conscientes de todo lo que les rodea, logrando ser, además, más autónomos, por lo tanto ya puede: Elegir su propia ropa y vestirse solos, dar de comer y beber a las mascotas, poner y recoger la mesa, siempre con supervisión, ayudar a fregar los platos, siempre con supervisión, peinarse y asearse solo, dejando claro qué puede y qué no usar, quitar el polvo de su habitación y guardar sus juguetes.
3.- Entre 7 y 10 años
Los niños de entre 7 y 10 años ya pueden llevar a cabo tareas aún más complejas, aunque aún necesitarán supervisión adulta en determinadas actividades que requieran más detalle o carga.
Algunas tareas son: Hacer la cama solo, barrer y fregar el suelo, doblar la ropa y guardarla en el armario, cocinar platos sencillos con supervisión: Sandwiches, ensaladas, pasta, salchichas…, preparar su mochila para el colegio y la ropa del cole, levantarse solo por la mañana y arreglarse.
Mejor hacerlo juntos: la
crianza como equipo
Mamá Robot es un álbum ilustrado de la editorial Edelvives que cuenta cómo una mami pasa la aspiradora, prepara la comida de sus dos niños, lee los cuentos y da mimos, además de atender al marido sin fallar nunca. En la espalda le cuelga una manivela y la mamá robot trabaja para todos menos para ella. Hasta que la robot decide ponerse en huelga. Cuentan los niños “dice que le encantaría hacer deporte, retomar estudios, disponer de tiempo para ella”. Así que el padre tendrá que ponerse las pilas y cooperar: hacer de enfermero, de cantante de nanas, de cocinero y de lavandero. Mamá y él tendrán que repartir cuidados y crianza. He ahí un cuento sobre la cocrianza.
Desde Criar con Sentido Común el enfermero de pediatría, padre de tres hijos, Armando Bastida nos cuenta qué es cocriar: “Una pareja que decide tener un bebé, que conviven bajo un mismo techo y deciden repartirse las tareas más o menos al 50%. Y esto no tiene por qué ser la mitad del tiempo del niño con cada uno, o hacer la mitad de las tareas del hogar cada uno, sino simplemente ser un equipo en el que más o menos, las tareas, responsabilidades y obligaciones se reparten, de manera que ambos cuidan del bebé y ambos cuidan del hogar... y de alguna manera, así, uno cuida del otro, como pareja”. Armando considera que o se comparten esfuerzos o alguno de los miembros acaba sufriendo. Y la mayoría de veces es el bebé, o es la madre, o son los dos, “porque los hombres, históricamente, son los que menos ven modificada su vida, sobre todo porque en los primeros meses, el bebé busca sobre todo a mamá (y viceversa), y muchos hombres no dan el paso necesario. El de estar ahí. El de no querer perdérselo. El de hacer equipo: cuidar de mamá para que ella pueda cuidar del bebé. Y del bebé, cuando se lo permita (el bebé), y de la casa, y de la comida, las compras, etc. En definitiva, compartir la carga”.
Isabel Cuesta es más conocida como Una Madre Molona, nombre de su blog que, actualmente, es un referente en Educación Positiva. A través de sus formaciones ella y su marido ayudan a otros padres y educadores a mejorar sus relaciones familiares a través de un enfoque positivo. Isabel nos cuenta: “Lo normal es que si una de las partes asume el mando de los cuidados, y asume todas las responsabilidades, la otra parte se acomode. Por eso es tan importante ser conscientes y aprender a delegar y a soltar carga”. Es esencial renunciar a que todo se haga a nuestra manera y entender la familia como un equipo de verdad. Isabel Cuesta considera que los hombres deberían asumir su parte de responsabilidad porque los hijos son de los dos, así como el resto de tareas. “Una buena fórmula para conseguirlo es llevar a cabo reuniones familiares para elaborar normas, repartir tareas, planificarse, resolver conflictos. Pero no de forma imperativa, no es una forma de control, sino un espacio para crear un clima de cooperación, donde todos los miembros de la familia aporten ideas y soluciones”, proponer la referente en Educación Positiva.
Cocriar es una manera de educar de la mano. Incluso, señala Isabel Cuesta, teniendo diferentes maneras de ver o entender la crianza, pero que lo más importante es no quitarse autoridad el uno al otro. Los esfuerzos se han de compartir porque si la mochila se carga acaba explotando. “Es necesario que exista esa capacidad de ver la necesidad del otro para actuar sin reproches. Tenemos que ser un equipo, no rivales”, señala Una Madre Molona. Tener un bebé es una acción y decisión de dos personas, que traen al mundo a un ser dependiente que requiere de tiempo, amor y respeto. “Es una obligación moral, y responsabilidad de ambos progenitores. O sea, algo tan simple como que el hijo es de los dos. Y lo es para lo bueno y para lo menos bueno. De día y de noche. Siempre. De repente eres padre, y lo eres para el resto de la vida. Uno no puede elegir cuándo serlo y cuándo no. Y tu hijo te necesita. A ti, papá, también. Y mucho más de lo que crees. Y sé que lo sabes, los hombres lo sabemos, porque también somos conscientes de cuánto llegamos, de pequeños, a necesitar a nuestro padre. Algunos estuvieron y otros se lo perdieron. Por desgracia para ellos y para quienes fuimos sus hijos”, concluye Armando Bastida.