Vida en familia
Por qué es bueno que tu hijo se equivoque y qué pasa con los castigos
Los niños pueden sentirse paralizados por el miedo al error, que bloquea su capacidad creativa para encontrar soluciones alternativas. La reprimenda o la sanción no es nada eficaz a largo plazo, además de no respetar al menor ni los derechos de la infancia
La equivocación suele asociarse al fracaso. Los niños reciben esta percepción de los adultos y crecen con la sensación de que todo se basa en el acierto o el error. Pero, tras esa dualidad, hay más opciones y puntos de vista que enriquecen el camino de los niños hacia su edad adulta. Aprender, implica experimentar. “De los errores se aprende, cuando se produce un proceso reflexivo posterior para analizar por qué me he equivocado. Se está perdiendo el desarrollo del pensamiento crítico en la educación de los niños. Se inculca la competitividad; el ser el mejor y pisotear al resto para alcanzar objetivos, como un puesto de trabajo. Esto provoca que los niños crean que para sacar mejores notas tienen que hacer todo bien a la primera; no equivocarse y no frustrarse”, explica Ana López, pedagoga, especialista en neuropsicología educativa.
Poner el foco de los niños en acertar siempre y no equivocarse suponga una distorsión de la vida real, que conduce a tener que ser “tolerante con la incertidumbre y flexible. Estamos educando a los niños en una incoherencia psicológica y emocional. Conviene enseñarles a regular las expectativas. Mostrarles que si algo no sucede de determinada manera, no ocurre nada. Se trata de ser analizar, reflexionar y volver a planificar. De forma que, si un niño o adolescente saca un cuatro en un examen y en el siguiente saca un seis y va mejorando, ahí está el logro y el acierto. Ha sabido reaprender, reajustar su comportamiento y adaptarse”, comenta López.
Equivocarse para crecer
La base del aprendizaje de los niños y, en general de todas las personas, es el error. “Cuando me equivoco, despierto; siento frustración porque el resultado no corresponde con lo que esperaba. Me detengo; reflexiono y mejoro mi plan de actuación. Todo son beneficios. Conviene que los adultos nos planteemos qué entendemos por equivocación y enseñar a nuestros hijos a reflexionar sobre el error y no tanto a reaccionar frente al castigo”, añade la psicóloga Ana López.
La sociedad del éxito implica que estemos “orientados y presionados para hacer las cosas bien. Hay mucha obsesión con la seguridad y el control, pero la vida no puede dirigirse siempre según nuestros deseos e ideales. Como padres y educadores transmitimos esto mismo a los niños en cuestiones, como ser obedientes, portarse bien, sacar buenas notas o no dar problemas. Nos lo ponemos y se lo ponemos, no difícil sino imposible. Esta actitud nos produce una presión, muchas veces, innecesaria, que llega a obstaculizar el desarrollo de otras capacidades, como la creatividad. Las aulas están llenas de alumnos que, aunque han estudiado lo suficiente y saben los contenidos, al llegar al examen se bloquean y no son capaces de responder”, dice Tristana Suárez, psicóloga y terapeuta Gestalt.
El miedo del niño a equivocarse y sus consecuencias
Los niños se pueden sentir paralizados por el miedo al error. “Se puede bloquear la creatividad necesaria para buscar soluciones alternativas a lo que parece la única respuesta correcta. Hay muchos campos en la vida donde no existe la dualidad del error o acierto. En gran medida, porque el ser humano se desarrolla en procesos que conllevan tiempo. Lo que parecía ser una equivocación, al final resulta no serlo y, gracias a ello, podemos aprender lecciones, que de otra manera, no hubiésemos descubierto”, comenta Suárez.
Enseñar a los niños a equivocarse “sin miedo; sin pensar tanto en los resultados y más en la experimentación, la exploración e incluso el juego, les puede ayudar mucho, tanto a ellos como a los adultos que les rodean. Acertar y hacerlo bien puede mejorar la autoestima y el autoconcepto, pero nos forjamos con las dificultades y los baches. De esta forma, los niños pueden desarrollar aptitudes que el éxito no proporciona, como la resiliencia, la capacidad de tomar perspectiva, la paciencia, la noción de los propios límites o aprender a reajustar las metas hacia parámetros más realistas. En el error, hay, muchas veces, grandes aciertos. Aparece lo inesperado. Lo sorprendente nos rompe los esquemas y nos obliga a crear otros nuevos. De eso se trata crecer. Además, tener la experiencia de la superación, genera niveles de autoestima de mayor calidad y más estables”, concluye la psicóloga Tristana Suárez.
¿Cómo afectan los castigos al cerebro de los niños?
Pasan los años, cambian las familias, la forma de convivencia, pero el método del castigo sigue siendo el “esencial”, sobre todo en contextos en los que se educa a niños.
“Yo también he sido víctima de la sociedad conductista, resultadista y adulta en la que vivimos y que tiene como principal arma el castigo y la sanción. No me arrepiento de ello porque ha sido para muchos la única opción que conocíamos. Afortunadamente me he formado, he leído y he investigado en relación con el castigo y he comprobado que dicha estrategia “educativa”, además de no ser legal ni ética, no sirve” señala el psicólogo Rafael Guerrero en su artículo ¿Cómo afectan los castigos al cerebro de los niños?, donde reconoce que tienen eficacia a corto plazo. “Seguramente detenga su comportamiento, pero no le enseñará las habilidades que precisa para desenvolverse en la vida. Y es que educar consiste en invertir a largo plazo pero siempre bajo la premisa de los buenos tratos. El castigo transmite desconfianza en el menor. Sentir miedo de la persona que está llamada a protegerte y cuidarte no creo que sea una buena opción. Y qué decir del castigo físico que, además de atentar contra los derechos de los niños, manda el mensaje de que el más fuerte o el que más pega es siempre el que tiene la razón”.
Erradicar los castigos en las familias, colegios y en la sociedad es algo tremendamente complicado porque está enraizado. “Castigamos a los niños sin jugar a la videoconsola, sin ir a fútbol, sin ir al cumpleaños de un amigo, sin postre, retirándoles nuestra atención y nuestro cariño, sin salir a la calle... La lista es interminable”.
“El objetivo que persigue la persona que castiga es que el menor aprenda, pero no nos damos cuenta de que en realidad, lo que hacemos es humillar y no respetar al niño. Castigamos con aquello que más le duele. Hacemos daño, lo sabemos, pero es la única salida que encontramos en ese momento. El castigo no hace más que complicar más aún la situación, ya que a veces, lejos de reconducir el conflicto, intensifica la conducta no deseada y no se aprende nada” señala Guerrero.
“Guardarán en su memoria al castigador, pero se olvidarán de la acción realizada. Esto quiere decir que no es eficaz, no es válido para que aprendan. Es importante que el niño comprenda que no debe hacer determinada conducta porque se puede lastimar o es poco considerada con su amigo, pero no por sentir miedo a ser castigado. Los niños necesitan investigar, curiosear y ser autónomos, pero, en ocasiones, interpretamos todo esto como una falta de obediencia y un ataque personal, motivo por el cual les castigamos”.
¿Qué ocurre en el cerebro de un niño que está siendo sancionado? Cuando castigamos a un niño sin postre o es expulsado de clase por su mal comportamiento, se activan las zonas inferiores del cerebro que son las encargadas de los instintos de supervivencia. Ante este castigo, el niño tendrá tres posibles reacciones: ataque, huida o parálisis. Todas ellas se ponen en marcha de manera automática, inconsciente y reactiva. Se liberan grandes dosis de adrenalina y cortisol, lo que incita a la acción e impide pensar, motivo por el cual el castigo invita ciegamente a la venganza. Al estar hiperactivada la parte del sótano cerebral (instintos y emociones), difícilmente se puede conectar con el ático cerebral (pensamiento crítico, razonamiento, funciones ejecutivas, etcétera). De esta manera no podemos ser conscientes ni pensar sobre lo ocurrido y, por lo tanto, solo obedecemos a nuestra parte más instintiva y emocional. No existe un aprendizaje real, ya que para ello es imprescindible el amor, el respeto, la paciencia y los buenos tratos a la infancia”.
El niño, ante el castigo, se puede mostrar enrabietado (ataque) o con miedo (huida o parálisis). Esto ocurre en un primer momento, pero después aparece la culpa, la vergüenza y el niño piensa que es malo debido a sus actos. Todo esto debe ser sustituido por apoyo, comprensión y atribuciones adecuadas a sus actos. El castigo, al activar su parte del cerebro más primitiva e instintiva desconecta al niño de su parte lógica y pensante, además de no ayudarle a ser responsable y consecuente con sus acciones.
Por lo tanto, el castigo no es nada eficaz a largo plazo, además de no respetar al niño ni los derechos de la infancia. Sugiero al lector que piense por unos segundos en las diferentes maneras en las que fue castigado a lo largo de su infancia o cómo castigamos hoy en día a niños y adolescentes. Si estas maneras de “educar” en vez de ser ejercidas por un adulto hacia un menor fueran impuestas por un adulto hacia otro adulto estaríamos hablando de maltrato. Nadie tendría ninguna duda. El problema es que los adultos nos pensamos que los niños son nuestros y que podemos hacer con ellos lo que queramos. Nada más lejos de la realidad. Los niños no nos pertenecen. Las madres, los padres, los educadores y la sociedad en general estamos para acompañar y educar a los niños desde el cariño, el respeto y la tolerancia. Si entendemos el error como una oportunidad de aprendizaje será más fácil permitir al niño y al adolescente reparar el daño causado con su palabra o acción. Siempre, repito, siempre, estaremos a tiempo de sustituir el castigo por maneras más eficaces y respetuosas de acompañarles en este maravilloso camino llamado Educación.
Del exitismo familiar al fracaso escolar
Diferentes sociólogos y pedagogos han advertido del creciente exitismo que se va implantando en la comunidad educativa boliviana y, como ejemplo, se muestra el creciente exceso en las graduaciones anuales y actos de promoción a todas las edades, algo que desvirtúa el verdadero esfuerzo. Por lo general, los maestros reconocen una pérdida constante de competitividad positiva y advierten una sobreprotección excesiva de los padres, que además se combina con otras prácticas nocivas, como castigos disciplinarios no correlativos. También los docentes universitarios advierten de una reducción general del nivel en materias básicas como la lengua y las matemáticas de los alumnos nuevos en cada año.
En general, tanto la mala gestión del error como el abuso del castigo no educativo son factores que están conduciendo al fracaso escolar, que posteriormente tendrá consecuencias en el desarrollo vital de la persona y en el desarrollo general del país.
Según el último informe del Banco Mundial, en Bolivia se calcula que la tasa de deserción escolar podría rondar el 20 por ciento, situando al país como uno de los de mayor abandono escolar en América Latina y el Caribe. Un problema que se asocia a la pandemia, pero también a otros factores.
A nivel continental, el BM estima que debido al cierre masivo de escuelas, a febrero de 2021 alrededor de 120 millones de niños en edad escolar habían perdido o corrían el riesgo de perder un año completo presencial del calendario escolar, con graves impactos educativos, advierte el informe.
El informe también refiere que en Bolivia se ha identificado una amplia brecha geográfica, donde el porcentaje de estudiantes involucrados en actividades de aprendizaje desde el cierre de las escuelas es 81,7 por ciento en áreas urbanas y 67,5 por ciento en áreas rurales.
En el largo plazo, señala el reporte, la pandemia en América Latina podría incrementar la proporción de jóvenes que ni trabajan ni estudian entre 18 y 23 años de edad, en un 21 por ciento, equivalente a 2,7 millones de jóvenes. El incremento sería mayor en Bolivia, Perú y Ecuador, con aumentos de 52, 51 y 42 por ciento, respectivamente.