Tarija de antaño
Los “milagros del hábito” a la hora de morir en la Tarija de antaño
Todos los cadáveres conducidos en el legendario féretro, en la Tarija de antaño, estaban precisamente amortajados con el hábito de San Francisco



Un interesante recuerdo recorre la tradición oral en Tarija, está relacionado al respeto y devoción que se tenía antiguamente a los franciscanos, de lo cual se desprendía una curiosa costumbre que tenía directa relación con el hábito (como prenda de vestir) de estos personajes.
De acuerdo a lo que escribe Julio Lema, en aquellos tiempos, no muy lejanos, el pueblo se encontraba poseído por un ardiente fanatismo místico que absorbía todas las ocupaciones de los habitantes de la Villa.
Así cuenta que por el año 1860, “el Convento de los franciscanos de esta ciudad, llegó al apogeo de la virtud, del prestigio y de la autoridad social, al extremo de que su intervención era decisiva en toda clase de asuntos”.
La elevada moralidad de los santos padres, el celo en el cumplimiento de su sagrado ministerio y la austeridad de sus costumbres, hizo que los habitantes tanto de la ciudad, como de la campiña mirasen con veneración a todo el que vestía túnica de franciscano.
En este marco de devoción, San Francisco de Asís era el santo de más renombre y valía más entre todos los del Santoral y así cada uno de los franciscanos era tenido como un varón justo y santo. Más aún, esto tenía sus bases, pues el Convento Franciscano de Tarija desde siempre fue un ejemplo de virtud, moralidad y disciplina.
Nació la creencia que cualquier fraile que muriese, por su hábito sería perdonado de sus pecados y recibiría mejor trato en el otro mundo
Dentro de todo nació la creencia que cualquier fraile que muriese, por su hábito sería perdonado de sus pecados y recibiría mejor trato en el otro mundo.
Las indulgencias del hábito
De esta manera, en épocas pasadas, los fieles católicos, apostólicos, tarijeños, tenían el convencimiento de que, los hábitos que usaban los reverendos padres, contenían innumerables indulgencias plenarias, si los usaban como mortaja.
De ahí que hubiese un fabuloso pedido de mortajas al Convento y cada una de ellas, o más bien, cada hábito- de acuerdo a Lema- se vendía en 25 a 30 pesos, con la circunstancia de que, mientras más viejo y más raído, tenía más precio.
“Tanto era el prestigio de las jergas franciscanas, especialmente entre la gente del campo, que ninguno tenía el derecho de morir, si previamente no se hubiese provisto de la popular mortaja”.
Cuenta la tradición oral que por aquellos años, existía un féretro destinado a conducir los cadáveres de la casa mortuoria hasta la misericordia, donde se cantaba la consabida vigilia y que todos los cadáveres conducidos en el legendario féretro estaban precisamente amortajados con el hábito de San Francisco.
Hacia el año 1864, el señor Fernando Campero, Marqués de Tojo, Casavindo y Cochinoca, hombre de ilustre abolengo y de considerable fortuna, se propuso construir en esta ciudad un suntuoso palacio y para llevar a cabo esta obra, contrató arquitectos, albañiles, carpinteros, herreros y pintores extranjeros.
Entre ellos Pedro Person, herrero, Juan Maddalleno, José Aimetti y Julio Bonetti arquitectos. A éste, se lo conocía por el mote de Tariqueño Vieco. Como pintor y decorador, vino un tal Luis Rossi.
Cuenta Lema que Luis Rossi, francés, era un hombre muy jovial, comunicativo y alegre, que se había preocupado demasiado, de la manera como se hacía traslación de los restos humanos, hacia la patria de los muertos.
Rossi estaba a la expectativa del féretro, se había constituido inspector; por lo tanto, tan pronto como tenía noticias de que se trasladaba algún cadáver a la misericordia, corría él a examinarlo y cada vez su sorpresa era mayor al considerar que todos los finados llevaban el hábito franciscano, pero no investigaba la causa, ni conocía la costumbre del país, ni el fanatismo de los habitantes, ni la veneración que se tenía al Convento, lo cierto era que todos los que morían se enterraban con hábito de fraile...
De esa manera el señor Luis Rossi hizo solemne declaración de no abandonar jamás Tarija, porque decía: "En este lindo país no muere la gente, sino los frailes", era así.
Llevaban a enterrar alguno al Panteón, corría a ver, y era "fraile", más tarde llevaban a otro, corría y era "fraile". Y Rossi se quedó y murió al poco tiempo... y su amigo Bonetti exclamó: "Eh, macana, todos mueren de fraile, pero se mueren..."
Los franciscanos en la Tarija de antaño
Franciscanos
Los franciscanos vivían algo así como en una ciudadela independiente, autoabasteciéndose en la mayor parte de sus necesidades, pues como la propiedad conventual abarcaba cuatro manzanos
Justos y santos
Cada uno de los franciscanos era tenido como un varón justo y santo. Más aún, esto tenía sus bases, pues el Convento Franciscano de Tarija desde siempre fue un ejemplo de virtud, moralidad y disciplina.
La iglesia
La colonial iglesia sufrió muchas transformaciones desde los años 1930 al 40. Así el hermoso atrio con muros y enverjados metálicos fue levantado, también el templo mismo que tenía dos imponentes torres, una para el reloj público y otra para el campanario