Recuerdos de antaño
Las “medidas” y las delicias del pago en la vieja recova
En los corredores que lindaban hacia la puerta principal de la Recova estaba el reparto, o sea el lugar donde llevaban los propios dueños sus productos para venderlos



Hermosos recuerdos tiene Tarija de las delicias que ofreció desde siempre el pago, desde exquisitas frutas, hierbas medicinales hasta comida. Uno de los pasajes que se recuerda con mucha añoranza está tejido en su vieja Recova (mercado principal), donde la mayoría de la población asistía, ya sea a hacer las compras, a distenderse o a darse una manito de charla con las caseras.
Ahí el tiempo se detenía, la fragancia de las delicias saltaban al paso y todos los secretos del pueblo paseaban de boca en boca, pero esto no era lo único interesante, sino las delicias que ahí se vendían.
De acuerdo al escritor Agustín Morales Durán en su libro “Estampas de Tarija” en los corredores que lindaban hacia la puerta principal de la Recova estaba el reparto, o sea el lugar donde llevaban los propios dueños sus productos para venderlos sin intermediarios y muchas veces con ayuda de vigilantes o comisarios municipales.
Todo allí se vendía mucho más barato que en otros lugares; había medidas especiales como "zurrones", que eran unas vasijas de cuero para medir papas y otros productos.
El "zurrón" de la mejor "papa ojosa" costaba "un real" y el de "collareja" "medio" y eran como tres kilos. Existía entonces un viejito vigilante, el único uniformado a la francesa, que decía haber sido expedicionario del Acre, de apellido Galana; luego también estaba un Comisario a quien llamaban "mono pintacho" y un terrible cobrador de "canchaje" de apellido Illescas.
En la ancha puerta principal de la calle Bolívar existía un umbral de madera labrado con el nombre del Coronel Magariños y una fecha del año 1800
“Estos eran personajes "notables" y así habían dos o tres comisarios de cierta fama por su energía o complacencia cuando había huaycas en las que el pueblo se desgañitaba para que le vendan un zurrón de papas o unas lindas ajipas que llegaban al reparto", da cuenta el escritor.
Cuenta también que en los corredores laterales estaban ubicadas las clásicas "cateras" (extensión del quechua kcattu), éstas vendían al menudeo toda clase de víveres; era tradicional el económico sistema de las "cuartillas”. Había mujeres muy conocidas y populares por sus sobrenombres como “las monteñas”, “la sarca”, “la suipacheña”, entre otras.
El pleno patio servía para que se asienten los hombres del campo que traían frutas u otros comestibles en costales, chipas o grandes canastas llamadas “zapas”. Allí había para escoger de lo más barato y mejor, previa probada que era un anticipo, unidad o pedazo, que servía para cerciorarse de la buena calidad.
Todo en esos tiempos fue barato, así las frutas se vendían en unas medidas de canastas cilíndricas por “medio” y hasta “cuartilla”. Las naranjas costaban cinco por un "real" y dos por “medio”, los huevos tres por un "real" y así todo fraccionado, abundante y baratísimo. Relata Morales que había épocas en las que las vendedoras rogaban implorando para que se les compre.
En el segundo patio detrás de las carnicerías se "asentaban" los chapacos que venían de lejos y metían sus cargas con "burros y todo". Había para escoger y regatear por mayor y menor. En un costado se asentaban las "comideras" con sus inmensas y humeantes ollas o enormes "pailas" de chicharrón, que todo el mundo compraba.
Éstas llamaban a los comensales ofreciendo "probada" que era un previo plato gratis. Tironeaban sus ponchos o mantas a los campesinos para que probaran sus ricas viandas.
Ya afuera de la Recova y en la media, cuadra comprendida desde la esquina de la calle Sucre sobre la Bolívar, se asentaban las "sanlorenceñas" que en tiempo de frutillas traían su agradable fruta en unas canastas llamadas "cestas", las vendían por libras y a cierta hora después del almuerzo, rogaban o iban de puerta en puerta ofreciendo sus ricas frutillas, porque se apuraban para el retorno, pues tenían que hacerlo en burro o a pie. Fueron unas exquisitas frutillas grandes, fragantes y jugosas.
En suma, de acuerdo a la hermosa estampa del escritor, nuestra vieja Revoca fue un centro de bullanguero colorido un poco sucia, descuidada, pero siempre abundante y barata.
A los años, es decir después de la Guerra del Chaco, recién fue reconstruida y modernizada “por el único Alcalde dinámico que tuvo Tarija en esos tiempos: el famoso turco rubio”, concluye Agustín Morales Durán.
La estructura de la Recova
Cuentan que se trataba de una edificación antigua de un solo piso, con viejas tiendas sobre las calles y en su interior había semiderruidos corredores, sostenidos por gruesos pilares de adobes.
En la ancha puerta principal de la calle Bolívar existía un umbral de madera labrado con el nombre del Coronel Magariños y una fecha del año 1800 y tantos, seguramente como recuerdo de quien lo construyó.
La recova estaba dividida en dos patios, existiendo en el centro del primero una fuente circular de agua, donde se proveía la gente de la vecindad. Éste lugar era de preferida reunión y comadreo de las trabajadoras del hogar y aguateros, que coqueteaban sin tregua.
De acuerdo al escritor, más al centro estaban las carnicerías, que más parecían cárceles por sus anchas rejas. Ahí estaban los carniceros, gente muy “mentada”, como los hermanos Severiche, Castillo, Delgado, Alvarado y otras familias, que ejercían la venta de este principal alimento.
Apuntes sobre la temática
Las medidas
Todo allí se vendía mucho más barato que en otros lugares; había medidas especiales como "zurrones", que eran unas vasijas de cuero para medir papas y otros productos.
Las cateras
En los corredores laterales estaban ubicadas las clásicas "cateras" (extensión del quechua kcattu), éstas vendían al menudeo toda clase de víveres; era tradicional el económico sistema de las "cuartillas”.
La probada
Éstas llamaban a los comensales ofreciendo "probada" que era un previo plato gratis. Tironeaban sus ponchos o mantas a los campesinos para que probaran sus ricas viandas.