Recuerdos de antaño:
La Tarija de antaño y una feliz Navidad sin regalos
En aquello inolvidables tiempos no se acostumbraba a decorar ningún tipo de arbolitos de Navidad, ni se regalaba nada. Todo era una sana alegría espiritual, íntima dicha por la feliz llegada del Redentor
La Navidad en la antigua Tarija era mágica, pero sobre todo inocente. Se dice que desde que comenzaba diciembre la gente se afanaba por esperar el nacimiento del Niño Dios, principalmente aquellas familias que tenían la sagrada imagen bien conservada de lindos niños traídos de España o del Perú. Éstos eran conservados por generaciones.
Cuentan que se comenzaban a reunir macetas pequeñas u otros tarritos para sembrar y hacer germinar trigo hasta que las plantitas lleguen a estar verdes, sirviendo así de bonitos y naturales adornos. Ya se le iba echando ojo también a las granadas, a los racimos primerizos, a las olorosas albahacas y alelíes. Todo ello sembrado en los infaltables huertos familiares.
Las urnas de cristal para los Niños comenzaban a ser limpiadas y preparadas, y lo principal era el estreno del Niño que debía ser confeccionado de la mejor tela de fino raso, brocato o seda, para luego bordarlo con hilos de oro o plata. Esto tenía el objetivo de que la imagen estuviese resplandeciente cuando llegue la víspera y haya que cambiarlo.
De acuerdo al libro “Estampas de Tarija” del escritor Agustín Morales Duran, en las principales casas del centro todo este afán para arreglar los nacimientos era solo por devoción, mientras que en los barrios populares aquello se los hacía con mayor regocijo y para las adoraciones se preparaban verdaderas fiestas donde se reunía la chiquillada a rendir pleitesía con cánticos.
Relata que cada barrio tenía su casa conocida donde había mucho interés para rendir las adoraciones. Por la plazuela Sucre, en barrio “Las Panosas” existía una señora de nombre Liberata, quien se esmeraba en la preparación del nacimiento de dos hermosos niños. Allí se reunía no solo el vecindario sino que gran parte de la población.
Luego por el barrio El Molino destacaba doña Balbina. Era quien tenía por costumbre destacarse en el arreglo del nacimiento y la consiguiente adoración. Otro recuerdo anotado por el escritor son los grandes palos de punta que plantaban en el centro de los patios, revestidos de telas de color y cintas, éstos eran los palos de trenzar, alrededor de los cuales los niños adoraban.
Aunque esta tradición continúa, antiguamente se necesitaba un entrenamiento previo, por las figuras que se debían armar. Cuentan que siempre se adoraba al ritmo de una camacheña con acompañamiento de bombo y tambor.
Así se esperaba el ansiado día del nacimiento con todo arreglado y en medio de un ambiente perfumado de albahaca y nardos. Grandes y chicos iban a la “Misa del gallo” a algunas de las iglesias porque en todas se celebraban solemnes oficios y se cantaba con verdadera devoción religiosa: “Glorio in excelsis Deo”, al son de alegres villancicos, pajarillas y otras músicas navideñas. Luego se volvía a la casa a servirse un suculento chocolate acompañado de ricas masitas y golosinas.
En aquello inolvidables tiempos no se acostumbraba a decorar ningún tipo de arbolitos de Navidad, ni se regalaba nada. Todo era una sana alegría espiritual, íntima dicha por la feliz llegada del Redentor. Aquello resultaba tan natural, sencillo e ingenuo que la mayoría creía en aquel relato de antaño que decía que la noche del 24 de diciembre cuando nacía el Niñito se realizaban los prodigios de la naturaleza, como que las uvas comenzaban a tomar color y a madurar las nueces en el pago.
Desde el mismo día de Navidad y los sábados y domingos subsiguientes se realizaban las misas de los Niños con acompañamiento de adoradores, banda y trenzadores. El cortejo iba desde la casa de la dueña del Niño hasta la iglesia y regreso.
Al llegar a la casa reinstalaban al Niño en su gran altar adornado con hermosas flores, duraznos, choclos y albahacas. De esta manera comenzaba la adoración, que tenía como protagonistas a los niños. Así ejecutaban el baile del torito, la cadenita, el sapito y otros. Mientras que a los espectadores sentados en sendas bancas de madera se les servía, aloja, mistelas y masitas.
Todo aquello constituía una fiel demostración de fe y sana alegría. No existían obligaciones costosas ni gastos para nadie. Tampoco había lugar para el alcohol porque la alegría y el candor de la niñez no podían ser empañados.
Remembranzas de otras épocas
De acuerdo a las remembranzas de don Manuel, la Navidad era esencialmente “una fiesta del amor, paz y concordia” en la que se olvidaban las presiones políticas o religiosas. “Era una fiesta bellísima en la que los protagonistas eran los niños, la familia”.
Era una celebración que incluía a toda la familia, ya que se organizaban las adoraciones y las trenzadas, donde las delicias culinarias y de repostería eran una parte fundamental para agasajar a quienes participaban de ella, en especial a los niños que adoraban.
“Recuerdo que mis papás nos llevaban a Tablada, íbamos a las siete y volvíamos a las 12 de la noche caminando, cansados y felices”, cuenta.
Los niños esperaban con ansias esta época del año porque llegaba plena de vivencias para ellos, de visitar diferentes hogares en donde se realizaba la fiesta de adoración y decenas de niños, trenzaban, adoraban y jugaban por todos los rincones de la casa mientras los padres se unían en una tertulia con los familiares y amigos.
“La trenzada y la adoración son dos actividades diferentes” dentro de la misma celebración, según explica don Manuel, ya que por la cantidad de niños que asistían, debían alternarse para participar. “Hacíamos fila para poder trenzar o adorar”.
“La Navidad era una fiesta que nivelaba las capas sociales ya que todos participaban aunque había familias que lo festejaban con más pompa”, recuerda.
Don Manuel recuerda a don Ignacio Coronel, quien era santero y tenía los mejores “niños”. “En sus fiestas solíamos ir a hacer fila para tocar los instrumentos para la adoración como el pajarito, el cuadro, el bombo, el tambor y la quenilla. Esa era una de las opciones de participación que tenían los niños que gustaban de hacer música”, afirma.
Las trenzadas de antaño
Los palos
Generalmente había tres palos para trenzar, cada uno con doce trenzas alrededor del palo. Seis se llevaban para un lado y seis para el otro. “El que sabía más llevaba la cabeza y daba la muestra y los demás los seguían”.
Coreografía
La trenzada tenía una coreografía, se iniciaba con una canastilla que consiste en ir uno arriba, otro abajo y en la segunda vuelta se hacía la entonación, que trata en que los participantes se acercan al palo con la trenza en la mano y luego comienza la canastilla de dos.
Villancicos
La adoración implica danzar al son de los villancicos frente al nacimiento que generalmente se armaba en las casas de las personas que organizaban la misa y la celebración.