Lo que no se enseña…se pierde
El abuelo llegó a la ciudad con los bolsillos vacíos y las manos llenas de callos.
Trabajaba 16 horas al día. Comía lo justo.
Nunca se quejaba. Trabajaba, ahorraba.
No había vicios, ni tiempo que perder.
Y así fue juntando un capital y empezó a comprar terrenitos que la gente le ofrecía por apuro o por necesidad.
Compraba y vendía. Compraba y vendía.
A los 45 ya tenía terrenos, alquilaba cuartos, tenía tres negocios funcionando.
A los 60, era respetado.
Era millonario.
Y todo eso lo hizo sin títulos, trabajando, ahorrando y aprovechando las oportunidades.
Tuvo un hijo.
El hijo creció viendo el resultado, no el proceso.
Se convirtió en un buen heredero. Pero no en un constructor.
Administraba bien, pero no multiplicaba.
Luego vino el nieto.
Y el nieto ya no vio ni trabajo, ni esfuerzo.
Solo vio lujos, viajes, tarjetas de crédito y mimos de la mamá:
"Algún día todo esto será tuyo"
Lo mandaron a los mejores colegios, le dieron los mejores regalos.
Pero nunca le enseñaron la historia.
Nunca le enseñaron a crear, solo a gastar.
Y así, en menos de diez años el nieto vendió lo que el abuelo tardó media vida en levantar.
Entre fiestas, autos, caprichos y “negocios” sin sentido…lo quemó todo.
Hoy el apellido todavía suena fuerte.
Pero la cuenta bancaria no.
Y nadie habla del abuelo.
MORALEJA: Lo difícil no es hacerse rico, lo difícil es criar a alguien que no destruya lo que construiste.