El león y el ratón

Un león dormía plácidamente la siesta, cuando un ratón juguetón empezó a hacerle cosquillas encima de su cuerpo. El león se despertó enfurecido y le atrapó con rabia. Pero cuando ya estaba a punto de comérselo, el ratón pidió clemencia:

– ¡Espera, león, perdóname! Solo quería jugar, no pretendía molestarte… Si me dejas ir, te recompensaré y te lo pagaré de alguna forma. Puede que algún día me necesites…

Al león le hizo mucha gracia aquella propuesta del humilde ratoncillo, y se echó a reír.

– ¡¡Jajaja!! Eres muy ingenioso, ratoncito. ¿Cómo vas a ayudarme tú a mí? Pero me has caído bien, te dejaré ir.

Y el león perdonó la vida al ratón y dejó que se fuera.

Pocos días después, unos cazadores pusieron una red cerca de la cueva donde vivía el león. La colocaron de tal forma que el rey de la selva no pudo verla, ya que colgaba de un árbol y sus cuerdas estaban camufladas entre las hojas. Así que, justo cuando el león salió a dar un paseo, ¡zas! … ¡la red le atrapó! El pobre león rugía desesperado. ¡No podía liberarse de aquella trampa!

Casualmente el ratoncito al que el león perdonó en su día la vida, pasaba por allí, y al escuchar los rugidos lastimeros del león, acudió a ver qué sucedía.

Al verle atrapado en la red, escaló hasta lo alto de la trampa y comenzó a roer las cuerdas hasta liberar al felino de su trampa.

– Ya ves, - le dijo el ratón al león- te burlabas de mí al pensar que no podría serte de ninguna ayuda, y aquí me tienes… ¿podrías haber escapado sin mí? Por fin habrás comprobado que los ratones somos agradecidos y cumplimos siempre nuestra palabra.

Moraleja: Nunca desprecies las promesas de los pequeños y humildes pero honestos. Cuando llegue el momento las cumplirán


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