El murciélago

Cuentan que el murciélago, harto de verse tan horroroso, subió un día al cielo en busca de Dios, y le dijo:

– Por favor, Dios, dame plumas… ¡me muero de frío!

– Pero no me sobró ninguna pluma, lo siento mucho, murciélago… Pero le pediré a cada ave que te de una pluma- respondió Dios.

Y al murciélago le pareció bien.

Bajó a la Tierra y cada ave le comenzó a dar una de sus plumas: así es como el murciélago consiguió una pluma blanca de paloma, una rosada de flamenco, una pluma verde de un papagayo, la pluma color arcilla del águila, una azul del martín pescador, y una de un intenso color amarillo del pecho del tucán.

¡Qué contento estaba el murciélago y qué hermoso se veía con tanto color! Volaba feliz entre las nubes, mostrando su cuerpo lleno de colores. Incluso las estrellas quedaban mudas de admiración. Hasta dicen que el arco iris nació a raíz de su vuelo.

Pero también cuentan que el murciélago comenzó a volverse más y más vanidoso. Miraba y trataba con desprecio a todos, pensando que ninguna otra ave podía igualar su belleza. Y hartas de esta situación, las aves se reunieron y decidieron subir al cielo para ver a Dios:

– El murciélago nos trata mal, con desprecio- le explicaron-. Desde que le dimos nuestras plumas, nos menosprecia y, además, tenemos frío por las plumas que nos faltan…

Dios tomó entonces una decisión. Al día siguiente, en cuanto el murciélago alzó el vuelo, se desprendieron de su cuerpo todas las plumas y quedó totalmente desnudo.

Las plumas cayeron suavemente y el viento se las llevó por distintos puntos por toda la Tierra. Desde entonces, los murciélagos siguen buscando las plumas de colores por todas partes. Ciegos y feos, enemigos de la luz, viven escondidos en las cuevas.


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