La lucha silenciosa: Cáncer infantil entre avances y desigualdades

El cáncer infantil es una realidad que desgarra vidas y sueños, pero también es un campo donde la medicina ha logrado avances extraordinarios. Sin embargo, detrás de cada estadística hay rostros, familias y sistemas de salud que enfrentan desafíos monumentales. En Bolivia, como en muchos países de ingresos medios y bajos, esta enfermedad no solo es una batalla médica, sino una prueba de resistencia frente a la inequidad. ¿Qué está en juego cuando hablamos de cáncer en niños? ¿Cómo se entrelazan la innovación tecnológica y las barreras sociales en este escenario?

En las últimas décadas, la oncología pediátrica ha dado saltos significativos. Terapias dirigidas, inmunoterapias como el uso de células CAR-T, y técnicas de radioterapia de precisión han elevado las tasas de supervivencia en países con acceso a estos tratamientos.Pero estos avances, ¿llegan a todos por igual? Mientras en algunas partes del mundo se habla de “cronicidad” del cáncer infantil, en otras, el diagnóstico tardío sigue siendo una sentencia.

En Bolivia, el panorama es complejo. Según datos preliminares del Ministerio de Salud, en 2024 se han registrado alrededor de 500 nuevos casos de cáncer en menores de 18 años, una cifra que refleja solo lo visible: muchos niños quedan fuera de las estadísticas por falta de diagnóstico. Los tipos más frecuentes son leucemias, linfomas y tumores del sistema nervioso central, patologías que, detectadas a tiempo, tienen altas probabilidades de remisión. No obstante, el acceso a pruebas de laboratorio, imágenes especializadas y medicamentos es limitado fuera de las ciudades principales. ¿Qué significa esto para una familia en el área rural?

La respuesta está en las historias cotidianas. Madres que caminan horas para llegar a un centro de salud, padres que venden sus tierras para costear un tratamiento, niños que interrumpen quimioterapias porque el hospital no tiene insumos. En Bolivia, pocas ciudades cuentan con unidades de oncología pediátrica. Para quienes viven lejos, el viaje se convierte en un obstáculo más. A esto se suma la escasez crónica de medicamentos esenciales, fundamentales para protocolos de leucemia. ¿Cómo se sostiene la esperanza en un sistema fragmentado?

Pero no todo es desolación. Organizaciones y proyectos internacionales colaboran para capacitar a médicos, donar medicamentos y equipar hospitales. Iniciativas como el Registro Nacional de Cáncer Infantil, buscan mejorar la recolección de datos y diseñar políticas públicas. Sin embargo, ¿son suficientes estos esfuerzos ante la magnitud del problema? La respuesta involucra a toda la sociedad. Mientras algunos países debaten sobre inteligencia artificial para predecir recaídas, en Bolivia aún se lucha por garantizar una biopsia a tiempo.

Aquí surge una pregunta incómoda: ¿qué están haciendo los gobiernos? En 2024, Bolivia destinó cerca del 6% de su PIB a salud, por debajo del 9% recomendado por la OMS para sistemas robustos. Aunque existe un Programa Nacional de Cáncer Infantil desde 2018, su alcance es limitado por la burocracia y la falta de financiamiento. Mientras, países vecinos como Chile o Argentina tienen redes de atención más consolidadas. ¿Por qué persiste esta brecha? La respuesta podría estar en prioridades políticas: el cáncer infantil no genera la urgencia mediática de otras crisis, pero su impacto es una herida profunda en el futuro de cualquier nación.

Las familias de escasos recursos son las que cargan con el peso más brutal. Sin seguro médico, sin información clara, y muchas veces sin apoyo psicológico, enfrentan un laberinto donde el tiempo corre en contra. “Tuve que elegir entre alimentar a mis otros hijos o pagar el transporte para las quimioterapias de mi hija”, relata María. Historias como la suya revelan una verdad cruda: el cáncer infantil también es un reflejo de las desigualdades estructurales. ¿Cuántos talentos, cuántos futuros médicos o maestros se pierden por cada niño que no recibe tratamiento?

En medio de las sombras, hay destellos de luz. La telemedicina comienza a usarse para conectar a oncólogos en ciudades grandes con médicos rurales. Campañas de donación de sangre y plaquetas salvan vidas diariamente. Y cada vez más jóvenes profesionales bolivianos regresan al país tras formarse en el exterior, decididos a cambiar la realidad. ¿Podrá la tecnología cerrar la brecha que la política no ha logrado acortar?

El cáncer infantil es, ante todo, una llamada a la acción. Mientras la ciencia avanza hacia horizontes impensados, es inadmisible que un niño muera por falta de un medicamento que cuesta menos de diez dólares. La pregunta final no es técnica, sino moral: ¿qué mundo queremos construir? Uno donde la geografía o el dinero determinen el derecho a vivir, o uno donde cada vida, sin excepción, valga la pena luchar por ella.


Más del autor