La Interculturalidad tiene su voz en la educación
Mediante la educación primaria comunitaria vocacional, he sido testigo de la riqueza cultural y lingüística que define a Bolivia. Nuestro país, hogar de una diversidad asombrosa, enfrenta el desafío constante de integrar esa pluralidad en un sistema educativo que refleje, respete y valore todas las culturas y lenguas que lo componen. Desde la promulgación de la Ley 070 "Avelino Siñani-Elizardo Pérez" en 2010, se han dado pasos importantes hacia una educación descolonizadora e intercultural. Sin embargo, el camino hacia su plena implementación aún está lleno de desafíos.
La educación intercultural no es solo un requisito legal; es una necesidad urgente en una sociedad donde la diversidad no siempre ha sido entendida como una fortaleza. En las aulas, la interculturalidad es una herramienta poderosa para enseñar a convivir, a reconocer y a respetar las diferencias. Pero, ¿estamos realmente logrando que estas ideas se traduzcan en la práctica educativa diaria?
Históricamente, los pueblos originarios han luchado por el reconocimiento de sus derechos culturales y lingüísticos, y la educación ha sido uno de los principales escenarios de esta lucha. Incorporar sus saberes y valores en el sistema educativo es más que un acto de justicia social; es una oportunidad para enriquecer el aprendizaje de todos nuestros estudiantes. Como señaló Mamani (2012), la interculturalidad educativa no se limita a enseñar sobre culturas indígenas, sino que exige integrar sus lenguas, conocimientos y valores como ejes centrales del aprendizaje.
Un avance notable ha sido la inclusión de lenguas originarias en el currículo, un mandato de la Ley 070. Esto permite a nuestros estudiantes aprender una lengua originaria, promoviendo un acercamiento a la diversidad lingüística de Bolivia. Sin embargo, como docente, he visto las dificultades que enfrentamos para cumplir este objetivo. La falta de materiales didácticos adecuados y la insuficiente formación docente en lenguas originarias siguen siendo barreras significativas. Muchas veces, somos los mismos maestros quienes debemos improvisar recursos o capacitarnos de manera autodidacta para responder a estas necesidades.
Otro reto es la enseñanza de la historia y los saberes originarios. En nuestras comunidades, valores como el "suma qamaña" (vivir bien) y el "ayni" (reciprocidad) no solo forman parte de la vida cotidiana, sino que también ofrecen lecciones valiosas que podrían transformar las dinámicas educativas. Incorporarlos en el aula fortalece la identidad cultural de los estudiantes y promueve una visión más armónica y solidaria de la sociedad.
Sin embargo, no podemos ignorar las desigualdades que persisten. En áreas rurales y urbanas marginales, la falta de recursos, el acceso limitado a tecnología y, en algunos casos, la resistencia de ciertos sectores de la sociedad dificulta la implementación efectiva del modelo intercultural. Esto refleja una desconexión entre las políticas educativas y las realidades locales.
Para superar estos desafíos, es imprescindible reforzar la formación docente, no solo en aspectos técnicos, sino también en la sensibilización hacia el valor de la diversidad cultural. Además, necesitamos materiales educativos contextualizados que reflejen las realidades de nuestras comunidades y promuevan el diálogo entre culturas.
La educación intercultural no es un objetivo inalcanzable; es una tarea compartida entre docentes, familias, autoridades y la sociedad en su conjunto. Solo a través del trabajo colaborativo lograremos construir un sistema educativo que, en lugar de homogenizar, celebre y aproveche la diversidad como motor de desarrollo.
Como maestra, tengo la convicción de que una educación verdaderamente intercultural no solo enriquece la formación académica de los estudiantes, sino que también siembra las bases para un país más justo, inclusivo y equitativo. Bolivia tiene la oportunidad histórica de liderar este cambio, y nosotros, desde las aulas, somos los protagonistas de esta transformación.