Los dos tiros y la muerte del doctor Vaca Díez

La muerte del doctor Herland Vaca Díez, ha tenido una fuerte repercusión mediática en los últimos días. Eso se debe en gran medida al morbo que despiertan las circunstancias en que se dio; un suicido con dos disparos (que recuerda en alguna medida al fallecimiento del expresidente German Buch, con quien Vaca Díez tenía una relación de parentesco, según entendemos). Sin embargo, esos hechos, llamativos en el momento, han quedado eclipsados ante la dimensión de la obra y el carácter del personaje.

Me acerqué a la figura del doctor Vaca Díez durante la pandemia. Pionero en la nefrología boliviana (el primero en realizar un trasplante de riñón), dirigente cívico, era un hombre con carácter e iniciativa, de “garra” podríamos decir, (de “ñeque” dirían en La Paz).

Y es que en medio del desconcierto generalizado que vivió Bolivia en los primeros meses de ese periodo (que para ser justos tenía un carácter mundial), en el que ni autoridades ni académicos tenían mucho que decir, la voz del doctor Vaca Díez, que se presentó como el abanderado del uso de la Ivermectina, tanto para la curación, como para la prevención del Covid, empezó a sonar muy fuerte. En ese su rol de “profeta” o “portavoz” si se quiere, me toco entrevistarlo cuatro o cinco veces para el programa de televisión del que soy panelista.

Caso raro el de la Ivermectina. Si tenía una base científica. a diferencia de otras fórmulas que se hicieron populares en el momento, especialmente la del dióxido de cloro. Sus descubridores ganaron el premio nobel de medicina en el 2015, y del uso inicial para la que fue destinado (el combate a los parásitos intestinales y la sarna principalmente), empezó a utilizarse para varias otras patologías como el dengue o la malaria, con éxito notable.

El doctor Vaca Díez no fue el único. En diversos lugares de mundo, y con la rapidez que la situación permitía, se empezaron a hacer pruebas con la ivermectina. Fueron especialmente importantes las del hospital de Ezeiza en Buenos Aires y el estudio clínico que en España realizó el doctor Carlos Chaccour, con el respaldo de ISGlobal, una entidad reconocida a nivel mundial. Ambas tuvieron resultados favorables.  

Como interesado en el tema, siempre me resultaron divertidos los boletines de la OMS y otros organismos similares; en la mayor parte de ellos no se decía taxativamente que la Ivermectina era negativa, aunque si se hacían afirmaciones del tipo “no se han comprobado sus efectos a largo plazo”. Afirmación curiosa, para un medicamento que se había usado en más de 2000 millones de personas y en algunos casos de manera intensiva, en África, por ejemplo, continente que por cierto fue uno de los menos afectados por la pandemia. (Como experiencia personal, me toca testimoniar que en dos empresas de las que participo, se administró un protocolo basado en Ivermectina, según las indicaciones del doctor Vaca Diez, al grueso del personal, unas cuarenta personas. Y en ambos casos, en la época dura de la pandemia, solo hubo una persona enferma: la única que decidió no usar ivermectina y optó por otro tratamiento preventivo).

Debo manifestar además que soy absolutamente contrario a las teorías de la conspiración (no creo ni que la tierra sea plana, ni que un club de millonarios maneje el planeta, ni que una raza de lagartos suplante a los altos mandatarios), sin embargo en la pandemia el poder de lobby de las grandes empresas no me dejó duda: ¿será posible que el mismo lobby que hizo que el presidente Biden se callara en cuatro idiomas a los pocos días de pedir que las vacunas se liberaran gratuitamente para acelerar el fin de la pandemia, es el que bloqueo la posibilidad de un uso mayor de medicamentos baratos y abundantes como la Ivermectina?, ¿será el mismo tipo de lobby que hace que los eventos mundiales contra el calentamiento global se conviertan en cantos a la bandera, mientras el secretario general de la ONU se desgañita gritando que ya hemos entrado a la era del colapso ambiental (antesala de la extinción de nuestra especie), sin que nadie le dé la más mínima importancia? Los historiadores del futuro (si es que sigue existiendo humanidad en el futuro), seguramente responderán a dichas interrogantes.

Volviendo a nuestro caso, la pandemia mostro en toda su magnitud las debilidades institucionales e intelectuales de nuestro sector de salud. En el grueso de los casos (no en la generalidad por suerte), hubo una tendencia enorme a la inacción.

Una de las expresiones más fuertes del atraso se centra en la preeminencia de los “grupos”; el boliviano debido al poco desarrollo industrial, científico e institucional del país, ve a las “roscas” como el refugio para su supervivencia y estas se reproducen en todos los ámbitos y oficios; ni empresarios, ni “artistas”, ni cineastas, ni periodistas (menos catedráticos de universidad), escapan a ellas. Y parte de la sumisión a las roscas se encuentra en el “no pensar distinto”, el no “desentonar”, el tener una sumisión absoluta a lo “establecido”. De ahí que en ningún ámbito convenga ser un “distinto”, y por tanto estar distanciado de la mediocridad grupal.

El doctor Vaca Díez, tuvo el suficiente valor (sustentado por su capacidad intelectual), para romper con las normas en el momento más difícil, sin ningún temor a que su imagen se “desportillara”. No fue el único, pero fue el primero en “poner el pecho a las balas”.  

Por eso es que a pesar de que la imagen pública de Vaca Díez, bajó de perfil en los últimos años, realmente sentí pena al enterarme de su fallecimiento. Da pena el hecho mismo y las circunstancias que lo rodearon, y sobre todo da mucha pena que no haya muchos más bolivianos como él.


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