2023 será un año augural para aceptar que vivimos en ciudades

La palabra augural tiene muchas acepciones. Está relacionada con los agoreros, adivinos, chamanes, brujos y clarividentes, y a su vez, al agüero, presagio, augurio, predicción, vaticinio y pronóstico. Aquí, la utilizaré como el anuncio de algo bueno.

Quienes trabajamos sobre la población y el territorio, y hemos estudiado las jornadas que concluyeron con la Ley del Censo, nos damos cuenta fácilmente que el Cabildo del 13 de noviembre y los 36 días de movilización ciudadana, lograron ordenar una Ruta Crítica que obliga se cumplan etapas y procedimientos de tres procesos ahora de imposible desconocimiento: el Censo de Población y Vivienda, las elecciones generales del año 2025, y la Celebración en Sucre, del Bicentenario de la Independencia de la República del Libertador Bolívar, el 6 de agosto del 2025, a las 3 de la tarde.

Sin embargo, nos está costando más de lo prudente aceptar un dato de la realidad mundial que tiene efecto ordenador de la vida en sociedad; si bien ya vivimos mayoritariamente en ciudades, no asumimos las responsabilidades coherentes que ello significa. Vivir en ciudades el 2023, ya no es la consecuencia de haber arrancado la población de las zonas rurales para masificar la mano de obra que necesitaba la Revolución Industrial. No es la consecuencia de una voluntad perversa que niega la existencia de diversidad cultural y social. No es una propuesta que ignora la realidad histórica de los pueblos y las naciones, haciendo desaparecer la diferencia al homogenizar a la población bajo la categoría de consumidor explotado por el capitalismo. La realidad es bastante más compleja, provocadora, y obliga a públicos y privados a sumar alternativas concurrentes.

Vivir en ciudades aporta una ventaja de economía de escala. A mayores concentraciones humanas se abaratan costos de servicios en favor de la población dispersa en el territorio. Significa reconocer la calidad de administrado a la población, para volverla beneficiaria de servicios esenciales, más allá de la lengua, el credo y el modo de producción con el que se sostiene. Se trata de organizar procesos que priorizan la vida en comunidad con pactos colectivos y digitales que acerquen la burocracia, valoren las capacidades, y generen procesos sociales sostenibles con la naturaleza, el desarrollo y la seguridad alimentaria. Desde la ciudad de Ur, en Mesopotamia hace 5 mil años, hasta la ciudad del futuro de Doha hoy en Qatar, el mundo ha tensionando capacidades ofreciendo respuestas.

Esta reflexión se enfrenta con la dificultad de la sociedad boliviana que niega el orden imprescindible de las ciudades. La agenda de los Burgos, en la Edad Media, estaba relacionada con la provisión alimentaria en los mercados, el recojo de la basura, la seguridad física de los burgueses, la administración del agua, los bosques, el aire y la tierra, la diversión, y los impuestos y tasas que debían pagar para recibir esas gracias. Cuando revisamos las urgencias de nuestras ciudades, a veces pareciera que no hemos logrado, todavía, resolver las necesidades de hace 1.000 años atrás.

Por eso, el año 2023 y preparando el Censo, debemos aceptar el compromiso de vivir en urbes y ciudades intermedias relacionadas inteligentemente con las rurales, construyendo nodos articulados de servicios. El planeta nos esperó bastante, y hoy nos da la bienvenida.


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