“Pseudo”, disparos y vendettas en La Paz

En “Pseudo”, Gory Patiño (acompañado esta vez por el director español Luis Reneo) “reincide” en el mismo mundo narrativo que ya había presentado en su anterior y exitosa película “Muralla”. Podría decirse que Patiño ha inventado un modo efectivo de hablar de los barrios bajos y la vida maleva de La Paz, método compuesto por los siguientes elementos: a) personajes que recuperan con pericia ciertas características de la vida y el habla populares; b) escenas que aprovechan la idiosincrática geografía de la ciudad (barrios colgantes, calles estrechas); c) incorporación del “habitus” colla, por ejemplo su corporativismo sindical, sus negocios típicos (v. g. uno de los protagonistas tiene una tienda de disfraces para las danzas tradicionales); d) todo esto tratado, sin embargo, sin excesivo costumbrismo, no por su valor en sí mismo, sino como empaque peculiar de lo que realmente interesa en estas películas, lo que mantiene en vilo al espectador, que es la historia, la sucesión incesante de acciones. Finalmente, cine de suspenso o thriller, como se encarga de recordarnos la banda sonora, que anuncia la inminencia de un ataque o de una muerte desde el principio hasta el fin de la película.

El método ha sido descubierto y funciona. Creo que el secreto de su eficacia reside en el conjunto de personajes entrañables o extravagantemente sórdidos que retratan ambas películas, y por tanto en un equipo de actores (que se repite parcialmente de una a otra) que ofrece una sólida interpretación de tales personajes. En particular, en esta ocasión, hay que destacar el trabajo de Cristian Mercado como Julián, que es el eje y el principal reclamo del filme. En “Muralla”, el peso mayor descasaba, se recordará, en la excelente actuación de Fernando Arze, trasvertido en un exarquero que pasaba por angustiosos problemas. En “Pseudo”, el que los sufre, gracias a su tendencia al rebusque cotidiano, es un taxista algo desvergonzado pero finalmente decente y tierno, Julián. Este se mata trabajando (y engañando un poco) mientras trata de reunir plata para ayudar a su hermano, quien necesita operarse a fin de recuperar la movilidad (se encuentra en una silla de ruedas). Este hermano es interpretado, también de forma muy persuasiva, por Percy Jiménez. Esta vida picaresca es interrumpida abruptamente cuando Julián recoge a un pasajero misterioso y lo lleva a una apartada zona de La Paz. El encuentro dará vuelta su vida de una manera radical e iniciará una terrible cadena de muertes y venganzas.

La puesta en escena es dinámica, bien montada y fotografiada con precisión, con pocos errores (el más llamativo de ellos es una escena en la que la cámara da vueltas vertiginosas alrededor de los personajes, tratando de buscar la tensión, pero logrando el mareo de los espectadores). De ahí el comentario general que ha despertado “Pseudo”, en sentido de que “esta bien hecha” e incluso que “no parece boliviana”.

Como siempre, los problemas se hallan en la historia (escrita también por los directores). No les infligiré spoilers, pero puedo decir que, en general, la trama es más bien rocambolesca, lo que no es bueno en una película que no está contada en un tono paródico sino en uno realista de muerte. (Por cierto, hay escasísimo humor en “Pseudo”, solo al comienzo y en alguna escena secundaria).

Si en “Muralla” se había introducido un poco por los pelos ciertos elementos místicos andinos, aquí se hace lo propio con la política -hay un grupo terrorista, etc.-; la aproximación es muy floja. Luego, la trama misma es tan enmarañada que resulta tanto imposible como confusa. Se recurre a encuentros y situaciones “Deus ex machina”.  En fin, lo que queda de esta historia es una colección de acciones en las que se ha recurrido a los mecanismos habituales para generar suspenso (y se lo hace con habilidad). Por ejemplo, los protagonistas deben robar un auto; están a punto de lograrlo, pero justo en ese momento aparece el dueño, y cosas así.

¿Entretenido? Puesto que, por un efecto de familiaridad, se produce la identificación del espectador con las situaciones y los personajes, sí. Pero para que estas películas, ya próximas al estándar de calidad que exige el mercado audiovisual internacional, logren su objetivo de universalidad, necesitan sin falta de historias menos deshilvanadas. La cuestión de por qué los bolivianos no somos narrativos sino emotivos-sociológicos, por decirlo así, es digna de un pensador como Ortega, que explicó porqué los españoles son grandes artistas plásticos y no tienen espíritu filosófico.


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