No se metan con las banderas

El 24 de septiembre comenzaron una suerte de enfrentamientos callejero – mediáticos,  que podríamos denominar como “La Guerra de las Banderas”.  La gobernación de Santa Cruz en el acto central de su aniversario, no programó la iza de la whipala, y más bien, según algunas versiones, se propuso que dos banderas nacionales y dos regionales fueran colocadas en los cuatro mástiles existentes. Dicen esas versiones que la intención era “emparejar el estatus” del gobernador Camacho, con el del Presidente en ejercicio David Choquehuanca, dado que ambos, según el planteamiento, iban a izar la tricolor nacional. El Presidente en ejercicio hizo caso omiso de la planificación y colocó la whipala en uno de los mástiles, lo que motivó que un grupo de señoras, al parecer relacionadas con el gobernador y con el Comité Cívico local, fueran a retirarla. En los subsiguientes días, en medio de la batahola verbal y mediática provocada por el incidente, un grupo de afines a las organizaciones sociales y el MAS reivindicaron la whipala en la misma plaza 24 de septiembre, y por otra parte un grupo de jóvenes cruceños intentó colocar la bandera de la flor de Patujú en la plaza murillo, acción que, según reportes de prensa, fue evitada por los policías y guardias allí instalados.

1.     La pertinencia de las banderas

Uno de los ejercicios más graciosos (e inútiles, por lo menos en apariencia) es el que ha venido dándose en los últimos años, cuando diversos pensadores e investigadores, han tratado de demostrar por todos los medios que la “whipala” en realidad tiene orígenes europeos, o que es de “reciente creación” y que por tanto no sería auténticamente “originaria”. Es un ejercicio inútil porque todos (por lo menos los que se jactan de saber hacer política), deberían conocer que lo importante en una bandera es la carga simbólica que tiene depositada; los otros detalles, su origen, itinerario, cargas culturales, pueden tener cierto interés desde el punto de vista académico, pero en todo caso son irrelevantes frente al tema central: el de la identidad y la “pertenencia”.  De una u otra manera la Whipala ha sido adoptada por la mayor parte de los habitantes de lengua materna no castellana del occidente del país y eso es lo que debería contar a la hora de tratar el tema, tanto con esa bandera, como con todas las otras que son reivindicadas en nuestro territorio (en el caso de Tarija, por ejemplo, no tengo ni idea de porque los colores elegidos son el blanco y rojo, lo que si queda claro es que los habitantes de estos lares se identifican con ella).  Entonces decíamos, el tratar de cuestionar la “originalidad” o la “pertinencia” de alguna bandera, es un ejercicio inútil, a menos que evidentemente haya una intención despreciativa (para no usar el manido termino de “discriminadora”), en sentido de tratar de demostrar que el contrario es “falso”, “impuro”, en definitiva, “algo inferior”.

2.     La “cuestión nacional” y las banderas

Una pregunta elemental que podríamos formularnos, es si en este país lleno de banderas y representaciones de todo tipo (regionales, étnicas, sociales) existe una verdadera “identidad nacional” y la respuesta categórica, por lo menos desde mi punto de vista, es que sí. El beniano José Luis Roca, ya nos explicó, con lujo de detalles en su monumental trabajo “Ni con Lima, ni con Buenos Aires”, la forma en que se fue formando la “nacionalidad boliviana”; antes, pensadores como Samuel Mendoza abordaron el tema, desde otros ámbitos, como el geográfico. En todo caso para llegar a dicha conclusión basta darle una mirada de conjunto al país; nunca en ninguna de nuestras regiones ha habido un político exitoso que plantee algún tipo de secesión (como ocurre en Canadá o España, por dar algunos ejemplos). La idea fue planteada en algunos momentos por personajes tan disimiles como el finado “Mallku” y el pensador cruceño Sergio Antelo (teórico de la Nación Camba), aunque sin ninguna repercusión real. El pensar que en Bolivia hay regiones étnicamente “puras” es una fantasía. ¿Qué significan entonces las explosiones étnico – culturales que han florecido en la última cincuentena de años?, a nuestro juicio un paso más en eso que determinados teóricos han denominado la construcción de “lo nacional-popular”. Bolivia es un país diverso y por tanto la construcción de la nacionalidad tiene que tener un carácter inclusivo. Hay una representación del conjunto de la nacionalidad, y deberíamos entender que las otras representaciones, no compiten, sino más bien alimentan a esta.

3.     La politiquería y las banderas

Si concordamos en que las banderas son una representación simbólica de determinado grupo de seres humanos, entonces entenderemos que constituye un grave error rechazar, ignorar y mucho peor dañar alguna de ellas. Evidentemente se trata de un gesto de desprecio real, que tiene consecuencias directas sobre otro grupo de personas. Se trata de una vía rápida para llegar a las espirales del odio y la violencia. El recurrir al argumento étnico –cultural para sustentar posiciones políticas es en realidad una confesión de la incapacidad para desarrollar un discurso efectivo capaz de atraer a un sector significativo de la sociedad (y de “reafirmar” al público cautivo del propio político). La historia demuestra que la nacionalidad boliviana es una construcción sólida, aunque también nos ha graficado en otras latitudes, que nadie está libre de la violencia demagógica que se esconde tras los discursos de odio. En este país inmenso, en el cual los quechuas y aymaras se desplazan por todos los centros urbanos, en el que podemos encontrar chapacos dirigiendo alcaldías y comunidades cerca de Bolpebra, y donde miles de cruceños son parte viviente de realidades tan disimiles como las de La Paz o Tarija, seguro que va a sobrar el espacio en las plazas para construir los mástiles necesarios, para albergar las diversas banderas que nutren nuestra identidad nacional.

*Rodrigo Ayala es cineasta y antropólogo

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