Las mujeres y los grafitis

Tarija comenzó esta semana sacudida por una polémica que es muy poco frecuente en nuestro terruño: la de los grafitis pintados en distintos lugares de la ciudad, por varias organizaciones de mujeres activistas, con motivo de la presentación de un libro de la integrante de Mujeres Creando, Maria Galindo.

Como si se tratara de una guerra fratricida, de enemigos a muerte, los bandos se dividieron en dos partes igual de feroces: por un lado aquellos que denunciaron la actividad de las feministas como un acto de vandalismo y de delincuencia sin justificación, y por otro los que la defendieron, señalando que se trata de un acto de rebeldía para llamar la atención de la sociedad sobre la situación de las mujeres que son maltratadas e incluso asesinadas (mediante la práctica del feminicidio) todos los días.

Pero vayamos al principio del problema: ¿los grafitis en sí, son malos o buenos? Se trata de una práctica de cultura urbana juvenil, que se ha extendido por todo el mundo desde hace muchos años y que generalmente viola la legalidad y las normas urbanas, ya que implica pintar o expresar gráficamente algo sobre paredes visibles, ya sean de construcciones públicas o privadas.

Si aplicamos un criterio puramente formalista y cerrado podríamos pensar que todos los jóvenes que realizan esta práctica son delincuentes, pero en cambio sí tenemos una mentalidad más abierta, entenderemos que en muchos casos esta situación está expresando la falta de canales y espacios de expresión de las nuevas generaciones que en muchos casos sufren problemas como la pobreza, el abandono, la falta de empleo, etc.

Por supuesto que hay grafitis buenos y malos. Los buenos son aquellos que quieren expresar algo valioso o significativo para el que lo realice, por ejemplo, mensajes dirigidos a la conciencia, o inclusive declaraciones de amor.  Aunque es verdad también que hay aquellos que están hechos solo con ganas de “arruinar”, mediante el uso de expresiones groseras, malas palabras, etc. Y si hablamos de “grafitis malos”, o de pintadas destructivas, ¿qué podemos decir por ejemplo de las reiteradas “pintadas” de los partidos políticos, que campaña política tras campaña política arruinan la estética de la ciudad, sin que nadie proteste con la furia que provocó la pintada de las organizaciones feministas?

Se puede entender que en algunos casos esta acción haya provocado alguna molestia, pero lo que me parece injustificable es el nivel de rabia y de indignación que en mi opinión fue realmente exagerada.

Inclusive, como muchas personas dijeron, llama la atención un tono de censura, que no se observa cuando se producen feminicidios de manera reiterada, o cuando el aparato de justicia no responde a las víctimas de abusos y de violencia.  Ahí se puede notar una fuerte dosis de doble moral, ya que nos ofendemos y alzamos el grito al cielo por temas que expresan ideas con las que no estamos de acuerdo, pero nos quedamos callados ante problemas estructurales que implican que miles de mujeres sean violentadas y que eso desde hace mucho tiempo sea una costumbre social, sin respuestas adecuadas por parte de las instituciones y la misma sociedad civil.

Quizás también otra de las partes del problema, se encuentre en que parece que vivimos en una sociedad adormecida, donde problemas terribles como la pobreza, la violencia, los abusos, etc., ya no nos llaman la atención: nos parecen algo normal y por tanto no reaccionamos ante ellos. Pero cuando hay una “novedad” como los grafitis del fin de semana, ahí si nos movilizamos, porque rompen con nuestra “normalidad”.

Y creo que, si podemos sacar algo de provecho de la situación que nos plantearon los grafitis, es de abrir una discusión sana, sobre la manera como resolver estas situaciones de verdad, mas allá de los discursos o las declaraciones que luego no se expresan en la realidad.

*Rosa Peñarrieta es abogada


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