Verdad y posverdad: las batallas por la hegemonia discursiva

¿Fraude o golpe?; ¿Fue dictadura o transición democrática?; ¿los muertos de Senkata o los de Montero?; estas son algunas de las preguntas que estuvieron presentes en el último tiempo en la escena política boliviana. Con la asunción del nuevo Gobierno se desató una dura lucha por construir un sentido hegemónico del relato en los hechos políticos mencionados.

Esta lucha discursiva tuvo esta semana consecuencias jurídicas; la petición de un inicio de juicio de responsabilidades contra Jeanine Añez y la admisión de la demanda por sedición contra Luis Fernando Camacho y su padre.

En el marco de este contexto y entendiendo la política como el espacio, por excelencia, de lucha y competencia de distintos actores que buscan mantener o destruir un determinado orden de dominación, asumimos que cada uno de ellos adopta un conjunto de mitos sobre los cuales estructura su postura e intenta imponer sus particulares maneras de concebir, mantener o modificar la realidad social. La política busca una y otra vez construir su “realidad” y sus “verdades”.

Aquel proyecto que logra constituir y sostener un relato histórico / político de una sociedad habrá establecido la base fundamental para constituir poder. Hasta los gobiernos militares necesitaron constituir relatos para establecer un mínimo de legitimidad política.  

Los planteamientos políticos, sea cualquiera su procedencia, construyen un marco de referencia a partir del cual se mira una realidad, la cual se edifica a través un proyecto programático ideal y añorado. La política entendida como la racionalidad que administra el orden social, lo llena de sentido pasional y dramático, se limita al origen y a su relato épico.

Lejos de establecer una posición a favor o en contra de cualquiera de las corrientes que hoy disputan la constitución de “su verdad” es central advertir la preponderancia de esta discusión como hecho ejemplificador de la construcción del poder político.

El discurso, lejos de ser, el instrumento a partir del cual el poder habla es la piedra fundamental sobre la cual se edifican los órdenes de dominación. Foucault advertía que la batalla de fondo de la política pasa por la comprensión de que “el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse”.

En Bolivia, el MAS, supo construir hegemonía discursiva y materializarla, y cuando obtuvo casi el poder total fueron sus propias contradicciones las que llevaron a perder Gobierno.

El partido que hoy gobierna nuevamente, no supo leer lo que planteaban los movimientos ciudadanos que a partir de la negación del 21 F estaban interpelando las profundas contradicciones políticas al interior de un bloque de poder que había luchado en las calles y refrendado sus victorias en las urnas.

También hubo un extravío al no entender la dinámica de la política y la emergencia de un nuevo contexto, con generaciones y sujetos que plantean otras poderosas causas de la lucha política.

Pero si el MAS estuvo extraviado, su oposición no tuvo atisbos de una real comprensión de las modificaciones de los órdenes simbólicos y las nuevas constituciones de bloques de poder.

 No entendieron lo que pasó y menos lo que venía y quisieron enfrentar al MAS a partir de la mirada caricaturizante del marketing. Esta lógica establecida en los tiempos del gonismo y abanderada por asesores y políticos hizo que su radical incomprensión de la realidad política en Bolivia le devolviera rápidamente al MAS el Gobierno.

Hoy es clave, para unos y otros, la construcción de una narrativa sobre lo que pasó desde octubre del 2019 hasta la elección ya que será uno de los momentos decisivos para la constitución de un meta relato determinante en el reacomodo de las fuerzas políticas. Estamos en el momento de las batallas políticas, discursivas y jurídicas por la constitución de relatos hegemónicos sobre el futuro.


Más del autor