A mi excelso amigo Jorge O’Connor d’Arlach, QEPD

Hace 10 años publiqué el libro “Pedazos de Historia” en el que incluí un capítulo “El MEJOR ALUMNO” que comienza así:

Creo que desde que lo conocí en Tarija donde vivimos desde niños, hubo entre los dos una química instantánea que nos unió en una sólida amistad que duró un poco más de 75 años.

Jorge, a quien yo llamaba Jorgillo, figuraba en su pasaporte boliviano como Jorge Tomás Manuel O’Connor d’Arlach Mogro, fue un excelente alumno desde muy temprana edad. Fue hijo único, sus padres y su abuelo materno le inculcaron la lectura que le moldeó y le dio un profundo conocimiento en cultura general.

Su abuelo, don Manuel Mogro Moreno, un prominente tarijeño, a una avanzada edad quedó casi ciego y le pedía a su nieto de ocho años que le lea las noticias de los periódicos y también libros, por lo que era de suponer que sus conocimientos serían mayores que los de otros chicos de su edad o mayores.

Desde que recuerdo, siempre fue el abanderado por excelencia en la escuela primaria y luego en la secundaria. La primera vez que tuve una conversación con él fue en una clase de música en primaria cuando el profesor elegía a dúos para una presentación en la escuela. En mi familia siempre hubo vocación por la música y de muy pequeño me gustaba cantar. Por eso creo que quería hacer dúo conmigo. Jorge quien una vez dio un recital de violín en una matiné escolar tenía poco oído musical. (Siempre me decía que yo había truncado su carrera artística).

Un día después de clases en primaria, me invitó a tomar el té a su casa. Allí me mostró una hermosa biblioteca que supuse, se remontaba hasta su tatarabuelo Don Francisco Burdett O’Connor, un militar descendiente de un rey de Irlanda, quien luchó al lado del Libertador Simón Bolívar durante la Guerra de la Independencia. Su abuelo, Don Tomás O’Connor d’Arlach, fue un brillante periodista y escritor que descolla en las letras bolivianas. Fue el autor de la letra del Himno a Tarija.

Cierta vez en una clase de matemáticas, una profesora egresada hacía poco, nos estaba enseñando por primera vez un método del que expresó: “Es el único y no hay otro”. Jorge se levantó de su pupitre y dijo: “No señorita, hay otro”. La profesora contrariada le ordenó sentarse. Desoyendo a la profesora, él quien fue siempre muy educado y respetuoso, fue al pizarrón tomó una tiza y comenzó a escribir unos números que, creo que nadie de los que estábamos en la clase entendía. En pocos minutos resolvió el problema planteado por la profesora mediante otro método que aparentemente ella no conocía. “Aquí tiene”, dijo y volvió a su asiento. Hubo una carcajada en la clase por la mala experiencia que tuvo la flamante profesora.

Jorge rara vez se presentaba a los exámenes finales porque el puntaje de calificación obtenido durante el período de clases en todas las materias, era el más alto y por eso era eximido.

Después que nos graduamos de bachilleres en el Colegio Nacional San Luis, Jorge y un grupo de amigos y compañeros de clase se fue a estudiar a La Plata, Buenos Aires, Argentina.

Un día en Tarija, cuando yo no sabía qué carrera seguir, recibí una carta de Jorge en la que me contaba cómo era la universidad; que había alquilado una casa con un grupo de amigos y me invitaba a ir a vivir y a estudiar con ellos. A los 15 días me fui a la Argentina.

Jorge se había inscrito en la facultad de ingeniería. En el primer año obtuvo 10 en todas las materias, la nota más alta. Los años siguientes todas sus calificaciones seguían siendo 10. Su nota más baja fue 9 en dibujo. Sus exámenes en física, química y matemáticas eran tan brillantes que los miembros del jurado le aconsejaban seguir en cada una de esas materias. Él siempre respondía: “Yo quiero ser ingeniero”. Finalmente se graduó como Ingeniero Mecánico y Electricista.

La Universidad de La Plata le otorgó un certificado que indica que “El Sr. Jorge O’Connor d’Arlach obtuvo el promedio de calificaciones más alto de todos los demás estudiantes durante los años que estudió en esta Universidad”.

Su comentario al mostrarme el certificado fue: “Yo no creo que la educación en Bolivia sea mala”.

Jorge obtuvo un diploma en Altos Estudios en Ingeniería en el afamado Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en los Estados Unidos. Patentó un invento a base de transistores y en la Biblioteca del Congreso de Washington D.C, figura su nombre junto a un profesor de MIT como co-inventor. También tiene un diploma de Post Grado en Administración de Empresas de Servicio Público de la Universidad de Michigan (EEUU).

Un día, cuando era Gerente de la Empresa Nacional de Electricidad (ENDE) con sede en Cochabamba, asistió a una recepción en la que conoció al Dr., Walter Guevara Arce, un político prominente con quien debatió sobre el tema energético boliviano. Al ser elegido presidente, Guevara llamó a Jorge para invitarle a hacerse cargo del Ministerio de Energía e Hidrocarburos. “Para que ponga en práctica el plan que me había sugerido”, le recordó.

Ocupó el mismo cargo de ministro durante el segundo período de gobierno del Dr., Hernán Siles Suazo. En una de sus gestiones, el ministerio quedó con un superávit de varios millones de dólares. La primera vez en la historia de Bolivia que sucedía tal cosa.

Fue embajador de Bolivia en el Brasil cuando se negociaba la venta de energía eléctrica a aquel país. Todos esos cargos los desempeñó sin afiliación política.

Fue Director del Equipo de Naciones Unidas en la República Dominicana para tratar el tema de servicios eléctricos, Fue Director Ejecutivo del Proyecto de la Cuenca del Pilcomayo y Rector de la Universidad Domingo Savio de Tarija.

En 1994 publicó el libro: “Nación, Independencia y Enajenación de la Economía”, en el que hace un análisis detallado de la inminente capitalización de empresas estatales por el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada y en el que vaticinaba los efectos desastrosos para Bolivia como sucedió posteriormente. En esa época era funcionario del Banco de Desarrollo en La Paz, cargo que tuvo que dejar por el libro mencionado.

Dedicó mucha parte de su tiempo para organizar, buscar financiamiento y convencer tanto a autoridades nacionales como a organizaciones internacionales, viajando varias veces a Washington D.C. a fin de vender la idea de la viabilidad del Proyecto Múltiple de San Jacinto en Tarija, hasta que logró hacerlo realidad.

Hoy, la presa San Jacinto, además de suplementar energía eléctrica es una obra muy importante con un sistema de riegos que está beneficiando a tierras que producen cultivos de todo tipo, especialmente de la vid, rubro que está colocando a la región como la primera productora de vinos de calidad en Bolivia.

Eventualmente, Víctor Paz Estenssoro inauguró la obra y en la placa conmemorativa figuraban los nombres del mismo presidente, los de las autoridades de turno y de algunos políticos, pero el del principal impulsor y quien gestionó e hizo posible ese complejo no estaba en ninguna parte.

En Washington, el periódico Impacto publicó en primera página la noticia de la inauguración de la Presa San Jacinto, poniendo en relieve la labor del Ingeniero Jorge O’Connor d’Arlach en lograr hacer realidad esa obra.

Posteriormente, como un acto de desagravio, el mismo gobierno le otorgó el Cóndor de los Andes por su esfuerzo en el proyecto y labor decisiva en el Proyecto San Jacinto.

Tiempo después, en frente de la presa colocaron una placa en la que se reconoce al Ingeniero Jorge O’Connor d’Arlach como el verdadero artífice de la obra.

En realidad, para hacer honor a la verdad y a la justicia, la presa debería llevar su nombre.


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