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¿Vacunas contra la pandemia?

El Covid realmente nos está disminuyendo la calidad de vida, cada día aumenta el número de enfermos/as y de defunciones, y en nuestro país los hospitales están abarrotados. Las medidas de confinamiento tomadas por el Gobierno parece que ayudan a frenar la expansión del virus, pero en cambio perjudican la economía de cientos de miles de familias, hasta el extremo de formular que “mejor morirse del virus que morirse de hambre”…

En una situación así, se entiende que cualquier posibilidad de que se descubra y se difunda una vacuna contra el Covid despierta mucha esperanza. Es comprensible que así sea y en cualquier caso habrá que respetar la voluntad de los ciudadanos/as que quieran vacunarse. Pero ojo, antes de tomar una decisión sería importante conocer también lo que significan las vacunas.

A primera vista el invento de las vacunas resultó ser un alivio, ya que éstas nos liberan de muchas enfermedades. Pero ojo, la vacuna expresa también la falta de confianza en la capacidad del organismo humano, ya que se le inyecta desde afuera determinadas sustancias inmunizantes. Sin lugar a dudas esto tiene mucho sentido cuando se trata de enfermedades con efectos irreversibles después de su curación (caso por ejemplo de la viruela negra). Pero en el caso de la mayor parte de las enfermedades que se evitan con la vacuna, lo que ésta hace es debilitar el organismo, en lugar de fortalecerlo por la vía de resistir el contagio sobre la base de una vida y una alimentación saludable. Y parte de ese fortalecimiento puede ser padecer la enfermedad y afrontarla.

Y es que las vacunas se basan en sustancas que vienen de fuera del organismo, y en muchos casos se trata de sustancias que producen más daños que ventajas. En un documento científico que circula por Facebook se nos proporciona datos que debieran darnos qué pensar, dado que las vacunas utilizan una variedad de sustancias que a la larga pueden resultar más temibles que la enfermedad que pretenden curar. Aquí algunas de esas sustancias:

·       Aluminio (que puede generar alzheimer, convulsiones o cáncer).

·       Beta-Propiolactone (venenenoso para el hígado, los nervios y el aparato respiratorio).

·       Sulfato de gentamicida y Polimixina B (posible reacción alérgica).

·       Levadura modificada genética (con ADN animal, bacterial y viral) que puede producir daños genéticos.

·       Glutaradelhyde (venenoso).

·       Formaldehido (pesticida cancerígeno).

·       Mercurio (altamente tóxico y posible generador de trastornos neurológicos).

·       Glutamato de monosodio (químico tóxico que está prohibido en Europa).

·       Sulfato de Neomicina (que puede generar epilepsia y daño cerebral).

·       Phonoxyethanol (tóxico para todas las células).

De estos datos no se deduce que se tenga que prohibir las vacunas, o restringir la libre voluntad de cada ciudadano o ciudadana a la hora de vacunarse. Pero sí se desprende la conveniencia de informar sobre cada una de las vacunas que están disponibles. Y por supuesto respetar la voluntad de cada familia a la hora de vacunarse o no.

La vacuna contra el Coronavirus (que ya se está probando en diferentes países) puede librarnos de la angustia en que vivimos cuando diariamente aumenta el número de contagios y de muertes. Pero es importante que tengamos claridad sobre los posibles efectos negativos de la vacunación, y que en lugar de confiar en sustancias ajenas (y en muchos casos dañinas) a nuestro organismo, dediquemos nuestros esfuerzos a disfrutar de una alimentación y una vida sanas y a buscar formas naturales de inmunizarnos. Siempre es preferible hacer hincapié en fortalecer nuestro organismo (resistencia interna a la enfermedad) que ponerle más y más parches que le resultan ajenos y lo van debilitando y convirtiendo en dependiente de sustancias ajenas (y peor si son peligrosas).

¿No lo cree Ud. así, amable lector?


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