5 motivos de esperanza

Bolivia comenzó enfrentando al coronavirus siendo el país más vulnerable y menos preparado de América Latina, según PNUD LAC y Oxford Economics, respectivamente. Es decir, nuestro sistema de salud ya estaba colapsado antes de la pandemia, se destruyó casi toda credibilidad hacia las instituciones del Estado de Derecho (el “que se cumpla la norma” tan necesario en estos días fue reemplazado por el “le meto nomás, los abogados se encargarán de hacerlo legal”) y la desaceleración económica ya afectaba seriamente al país. Desde 2016 la pobreza extrema comenzó a subir en algunas regiones de Bolivia y hasta 2018, el empleo juvenil sufría una década perdida.

La solución a esta coincidencia de crisis (la crisis económica y la de salud) pasa por cómo se resuelve la crisis política; ante la electoralización del escenario, es previsible que la salud y la economía tenderán a empeorar en los próximos meses.

¿Hay, entonces, motivos para la esperanza?

El primer motivo es la revalorización de la vida del ser humano: la generación que hace frente al COVID19 (incluyendo los políticos), influida por las ideas de la libertad, no solo es la mejor informada de la historia, sino que tiene una sensibilidad humana mucho mayor a la de las anteriores crisis y pandemias. Como muy bien lo grafica H. C. F. Mansilla: durante la gripe española de principios del siglo XX hubo alrededor de 40 a 50 mil bolivianos muertos, pero el gobierno y la sociedad boliviana de entonces no tomaron ninguna medida especial ante tal tragedia. Hoy, como es evidente, el fallecimiento de un ser humano conmueve y esa sensibilidad es, sin lugar a dudas, esperanzadora. No es que seremos mejores humanos, ya lo somos.

El segundo motivo tiene que ver con el fortalecimiento de los sistemas de salud. Todos los esfuerzos que se están realizando implican beneficios directos para toda la población durante generaciones. Algo similar ocurre con las innovaciones tecnológicas. Pasada la crisis estaremos ante un sistema mucho más preparado y, por tanto, más eficaz, más humano y más eficiente.

El tercer motivo tiene relación con el bono demográfico: más del 60% de la población boliviana es menor de 29 años y es la generación mejor alimentada -por lo menos durante su infancia- en la historia del país gracias a las reformas de la década de los 90. En este sentido y por los beneficios de la nutrición a edad temprana, no es descabellado pensar que el SUMI está ayudando a salvar -y seguirá salvando- más vidas que todas las recetas milagrosas, juntas. Dios continúe bendiciendo a la ciencia y a las políticas públicas de mediano y largo plazo.

El cuarto motivo tiene que ver con la información y la dinámica del mercado (necesaria para salir de la pobreza). En anteriores pandemias, si uno quería comprar algo para vivir, tenía que comenzar por averiguar, a pie, dónde había comida y luego ir a ese lugar por productos de los que no se sabía si quedaba siquiera alguno, generando así aglomeraciones con terribles asimetrías de información, poca competencia y un considerable incremento en los contagios y, por tanto, en los fallecimientos. Hoy la información sobre provisionamiento, cuidados y ayuda llega hasta las zonas más vulnerables, ni qué se diga de los cuidados por el pago con tarjeta, los deliveries, etc. Si la información es clave en el sistema de precios, no subestimemos el incremento de la velocidad de transmisión de dicha información a la que están ingresando barrios, comunidades, economías locales e incluso países que no estaban acostumbrados a ella, como Bolivia. Con mayor información usualmente tomamos mejores decisiones y eso está penetrando todas las esferas de la sociedad, incluso las más reacias a las innovaciones tecnológicas.

El quinto motivo tiene que ver con el tejido social. Estos días los vínculos humanos se han visto fortalecidos en lo esencial: la vida y bienestar de nuestro prójimo. No solo hablo de las familias, grupos de voluntariado (protagonizadas por jóvenes, en general) han desarrollado y fortalecido redes inteligentes de colaboración. Este fortalecimiento institucional será un importante soporte para mejorar la eficiencia adaptativa de la sociedad en general, es decir, nos encontraremos mejor preparados para hacerle frente a futuros desafíos.

Ante el panorama descrito en el primer párrafo es prudente afirmar que estamos ante uno de los mejores escenarios posibles, pero además cuando la crisis termine nos encontraremos con notables mejorías, aunque con el dolor de ya no contar con muchos seres queridos.

Termino esta columna haciendo una pequeña advertencia. No hay evidencia alguna, mucho menos una ligera tendencia, de que esta pandemia vaya a cambiar el sistema económico mundial, ni siquiera a nivel continental. Como quedó demostrado, eso de que habrá un nuevo ser humano o nuevas formas de hacer las cosas luego de estas crisis, parecieran ser parte de una lista de deseos y no una observación medianamente objetiva o filosófica. El cambio comenzó hace por lo menos lustros atrás.

En lo inmediato, es importante señalar que ya hay vacunas con resultados preliminares exitosos para encontrar la cura al virus. Es decir, gracias a la ciencia se está logrando en meses aquello que normalmente tarda años.

¿Por qué acudir a la esperanza en medio de tanta incertidumbre? Porque no es posible construir un futuro sin la seguridad de que es posible alcanzarlo.


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