Día uno

La noche del martes recibimos la noticia que esperábamos casi como una condena ante una situación global: el coronavirus COVID-19 había llegado a Bolivia. Conocedores de cómo nos comportamos como sociedad, y acostumbrados a nuestros altos niveles de politización, se podían prever algunas...

La noche del martes recibimos la noticia que esperábamos casi como una condena ante una situación global: el coronavirus COVID-19 había llegado a Bolivia. Conocedores de cómo nos comportamos como sociedad, y acostumbrados a nuestros altos niveles de politización, se podían prever algunas consecuencias ante esta noticia.

Por ejemplo, no es novedad que contamos con un sistema de salud de “papel”, que en los últimos años, en pleno siglo XXI, apenas ha podido sortear algunos índices comprometidos con la comunidad internacional, como la tasa de mortalidad materno-infantil, por citar solo un caso.

Y a la vez, ha cargado como una cruz los males de este tiempo a quienes padecen por ejemplo cáncer o insuficiencia renal. Esta certeza bastaba para prever que la situación se tornaría cuesta arriba una vez que el coronavirus arribe al país.

Lo que no esperábamos y nos ha sorprendido es que a las horas de conocer la noticia empecemos a ver cómo se encuentra por dentro nuestra sociedad.

Entre agresivas especulaciones y paranoia por adquirir productos farmacéuticos, pasando por una gran cantidad de desinformación difundida en las redes socio-digitales, hasta la vergonzosa peregrinación que tuvo que atravesar una de las dos primeras pacientes infectadas en Santa Cruz, y que hoy se encuentra aislada ¡en una institución pública!

Ha sido realmente muy pronto para caer en cuenta sobre nuestro comportamiento, ¿qué nos espera en caso de una expansión masiva del COVID-19 como ya está ocurriendo en otros países?

Se ha repetido hasta el cansancio que los hechos políticos registrados a finales del año pasado habían dejado, entre otras consecuencias, una sociedad con la convivencia democrática rota, herida y magullada.

Y si bien se ha insistido, también hasta el agotamiento, en la frase/idea de que debemos unirnos para sanar, lo cierto es que (como estamos acostumbrados) se ha priorizado, sobre la agenda del encuentro social, la gestión política nuestra de cada día. Y en ese marco, lo ocurrido ayer en territorio nacional es solo una terrible muestra de que toda clave de nuestra convivencia social, democrática y humanitaria está enferma.

Si no estamos listos para asumir los grandes desafíos que conlleva una situación de este tipo, poco o nada va a quedar para enarbolar como promesa electoral un mejor mañana para nuestro país.

Si no entendemos que al acabar con la provisión de barbijos estamos poniendo en riesgo de muerte a pacientes inmunodeprimidos, quienes sí necesitan diariamente estos insumos; si no cuestionamos nuestro rol en el rumor de que una señora vino a morir y a contagiar a todo un pueblo y, sobre todo, si no alzamos la voz cuando los trabajadores de salud y la población en general se oponen al derecho a la vida y a recibir atención médica de una sola boliviana, no tendrá ningún sentido soñar con continuar construyendo un país para mañana.

Este desafío global que afronta la humanidad nos va a poner, en tiempos ya difíciles para Bolivia, a prueba en todos los aspectos posibles: sociales, gubernamentales, económicos y educativos. Todos y todas tenemos un rol protagónico en el desenlace de esta situación.

Sobre nuestras espaldas recae la responsabilidad de superar colectivamente esta prueba, con algunas lecciones aprendidas, o terminar de sepultar la empatía que sobrevive a pesar nuestro. Es la buena y la mala noticia de esta situación: solo contamos con nosotros/as.
* Es comunicadora.
Twitter: @verokamchatka

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