Los molestos ruidos en la ciudad capital
Los ruidos molestos, según los entendidos tienen directa relación con enfermedades físicas: problemas cardiacos, anginas de pecho, infartos de miocardio, hipertensión, accidentes vasculares, cerebrales, estrés y, en cuanto a la salud mental, provocan ansiedad, irritabilidad e inestabilidad...
Los ruidos molestos, según los entendidos tienen directa relación con enfermedades físicas: problemas cardiacos, anginas de pecho, infartos de miocardio, hipertensión, accidentes vasculares, cerebrales, estrés y, en cuanto a la salud mental, provocan ansiedad, irritabilidad e inestabilidad emocional, entre otros males. Ahora bien, de un tiempo a esta parte, la proliferación de ruidos molestos en la ciudad capital son de tal magnitud que evidencian tres cuestiones a tener en cuenta: 1) La absoluta falta de controles, 2) Los severos daños que ocasionan en la salud de sus pobladores y 3) Una creciente cultura de desprecio y falta de consideración para con el otro, de parte de quienes los producen o provocan. La ciudad capital, antes apacible y tranquila, hace rato dejó de existir. Campea la contaminación acústica particularmente en horas pico, cuando la movilización de personas y movilidades crece exponencialmente y, pasadas las 21 horas, cuando la ciudad es tomada por asalto por grupos de mozalbetes al mando de motos y autos con escape libre, incluso por conductores beodos, que no hacen otra que cosa que irrespetar lugares donde debe primar la calma y el silencio: escuelas, colegios, hospitales, clínicas, asilos de ancianos y lugares de reposo. Además de poner en constante peligro a los peatones que se atreven a circular la ciudad nocturna. A toda esta parafernalia, se agrega el uso indiscriminado de cohetería, petardos y camaretas, en cada fiesta de barrio y religiosas, bajo la premisa engañosa que “el ruido, enaltece la fiesta”. Tampoco faltan los fuegos artificiales, que si bien resultan un espectáculo maravilloso para la vista por las figuras y luces multicolores que despliegan, resultan un suplicio para los oídos, cuando incluyen explosiones ensordecedoras que superan todo límite. Por supuesto que éstas no son las únicas fuentes de ruidos molestos, existen otras que provienen de altoparlantes o equipos de sonido ubicados en casas particulares, en comercios y locales de fiestas. De actuaciones directas de grupos musicales en eventos públicos como privados. De fábricas, construcciones, del uso de aparatos eléctricos y del uso de aparatos de radio, televisión o altoparlantes que se escuchan a todo volumen. Cuando superan los límites establecidos dañan la salud de las personas, siendo los niños y ancianos, los sectores más vulnerables, sin dejar de mencionar a los animales, que al tener el sentido del oído más desarrollado que los humanos, sufren por encima de estos. Un artículo periodístico, con motivo de la fiesta de San Roque, alertó anteriormente sobre los daños que los explosivos producen a las mascotas en general y particularmente a los perros, cuyo patrono es precisamente nuestro santo, a tiempo de solicitar que cesaran los mismos. Pedido que por lo visto no ha sido atendido, específicamente por los fanáticos del ruido y los encargados de regular esta actividad. Lo gracioso de todo, es que estos últimos, periódicamente aparecen en televisión y sin el más mínimo rubor nos hacen creer que están cumpliendo sus funciones; llegando inclusive a amenazar a los infractores con sanciones de multas e incautación de automotores. Sin embargo, basta recorrer las calles y avenidas de la ciudad, para darse cuenta que todo aquello se incumple. Es hora de poner fin a estos abusos contra la salud, la tranquilidad y la paz pública, lo que se demostrará cuando bajen los índices de ruidos en la ciudad capital, mientras tanto, la persistencia de los mismos, no hará otra cosa que evidenciar la ineficiencia de funcionarios que perciben jugosos sueldos con los impuestos que paga la ciudadanía y, el slogan de ciudad capital, no pasará de ser eso, un simple slogan, si se insiste con la incultura del ruido y el desprecio hacia el otro.