Indignados y educados, pero no tontos

Es la primera vez que los hijos saben que vivirán peor que sus padres, a pesar de todos los avances sociales, educativos y económicos de las últimas décadas. Los jóvenes españoles no se han tirado a la calle masivamente para protestar por la precariedad laboral y por las faltas de...

Es la primera vez que los hijos saben que vivirán peor que sus padres, a pesar de todos los avances sociales, educativos y económicos de las últimas décadas. Los jóvenes españoles no se han tirado a la calle masivamente para protestar por la precariedad laboral y por las faltas de perspectivas a medio plazo. Aunque han tenido una primera toma de contacto bajo la plataforma universitaria, Juventud sin Futuro, en una manifestación que movilizó a unos 2.000 estudiantes en Madrid. Donde sí se palpa el descontento es en las redes sociales, sustitutas de las plazas y los parques, donde antes se sucedían los debates y se fraguaban las revoluciones. El nuevo siglo ha traído nuevas maneras de comunicarse y con ellas se ha multiplicado el flujo de información en múltiples direcciones. Pero algunos se quejan de que hay poca movilización.El cliché de la Generación Ni-Ni, que inventaron los medios de comunicación para poder acotar a los flojos de toda la vida, quieren, ahora, colocárselo a los jóvenes que no salen a la calle en masa. Pero ni estos jóvenes son los de hace 40 años, aquellos que corrían delante de los grises (cuerpo de la policía en la dictadura) buscando con ahínco la libertad tras las esquinas, ni la historia que los ha visto crecer es la misma. Tienen en común el país, pero España hoy es un estado que ni aquellos que se jugaban la cara llevando pancartas se podían imaginar cuando el dictador murió plácidamente en la cama. Realidades incomparables. “Yo soy yo y mis circunstancias…”, decía el filósofo y periodista español, José Ortega y Gasset.¿Por qué los jóvenes no se indignan como dice el panfleto del Hessel y salen a la calle a hacer una revolución pacífica? Los jóvenes sí están indignados, según un sondeo de opinión del Injuve del 2009, los españoles de 15 a 29 años dieron a los partidos políticos una puntuación de 3 sobre 10, además de cuestionar a sindicatos y medios de comunicación y de puntuar con un 3,6 al Congreso. En España, todavía, nadie ha hecho demasiado ruido, ni jóvenes ni mayores. Quizá porque las ayudas familiares, que se extienden como una red de padres a hijos, actúan como colchón, y la economía sumergida está amortiguando esa insatisfacción que nadie sabe hasta cuándo durará. Es más, las protestas en la calle se están viendo por parte de los sectores más reaccionarios y acomodados que usan cualquier excusa para atacar al gobierno, ya sea por la política antiterrorista o por la defensa de la familia. Sólo los sindicatos convocaron una huelga general en setiembre de 2010 contra la reforma laboral del gobierno, con resultados cuestionables. Las generaciones más experimentadas acusan a los jóvenes de pasotismo… nihilismo, como si hubieran tirado la toalla, pero no se preguntan cómo han educado a estos jóvenes que han disfrutado de una democracia y un estado del bienestar, y han crecido con unos medios de comunicación, con un déficit educativo y pedagógico sustancial. Los jóvenes españoles, dice Enrique Gil Calvo, “han estado inmovilizados bajo la dependencia de sus familias hasta edades muy tardías”.El matriarcado familiar, el proteccionismo de los padres hacia sus hijos y el “¿qué quieres cenar?” o “no te preocupes, tu descansa que yo lo hago”, tan típico en los hogares españoles, no es sólo culpa de los hijos, sino de la educación superprotectora de los padres. En los países europeos no latinos, dice Gil Calvo: “los jóvenes abandonan su hogar a edades muy tempranas gracias a las políticas públicas que les facilitan rentas de inserción y viviendas baratas de alquiler”. Todo ese bagaje los curte en la vida y en la toma de decisiones. No es lo mismo decidir fuera del ámbito familiar que asumir responsabilidades dentro de una habitación compartida con hermanos. Los jóvenes españoles están indignados por la situación en la que se encuentran. No son tontos, cuando tengan que movilizarse lo harán. Ellos son los que deciden, con sus herramientas y sus tiempos, a pesar de los pros y los contras de la educación que han recibido. *David García Martín es Periodista. Centro de Colaboraciones Solidarias

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