¿Abstemios anónimos?

La respuesta negativa es inmediata y, lo que es peor, deja poco lugar a las dudas, porque desde que existen mandamientos, sean estos los tres inscritos en nuestra Carta Magna o los 10 de la tradición judeo–cristiana o cualquier otro, la afición humana por omitirlos, evadirlos o atropellarlos...

La respuesta negativa es inmediata y, lo que es peor, deja poco lugar a las dudas, porque desde que existen mandamientos, sean estos los tres inscritos en nuestra Carta Magna o los 10 de la tradición judeo–cristiana o cualquier otro, la afición humana por omitirlos, evadirlos o atropellarlos se mantiene constante o se incrementa históricamente.

La bebienda está haciendo mucho ruido, ya sea en el Senado, en los estallidos callejeros, donde se apedrea, aporrea y persigue, inclusive a jefes y aliados, pero estaría muy desencaminada cualquier iniciativa que tratase de resolver estas y otras situaciones parecidas, achacándole el problema a la concentración alcohólica. Eso es fácil de entender.

Lo es menos darse cuenta de que es igualmente improductivo, distractivo y peligroso atribuir la suma de problemas a una cadena de conspiraciones. Los grupos más conservadores y regresivos que perdieron la imaginación han abusado de ese recurso que nunca ha servido para detener procesos de descomposición.

Si de todas maneras se insistiera en seguir hablando de líquidos que se toman, es urgente ponerse de acuerdo en que el poder no es uno de ellos. “Tomar el poder” es una expresión tan frecuente que a fuerza de usarse y, sobre todo desearse, lleva a perder de vista que el poder es una relación, no un objeto, una relación por la que unos mandan y otros obedecen, una relación -no un sólido ni un líquido- que tendría que modificarse en las mentes, los dichos y las prácticas de todos los que juran ser diferentes a quienes se ha desplazado del control y monopolio de la posición dominante.

La nueva Constitución establece que la pluralidad, la autonomía, la participación y el control social son las bases de un nuevo ejercicio del poder. La nueva práctica consiste en desconcentrar, descentralizar poder y recursos para empoderar a la sociedad, rendirle cuentas y asumir responsabilidades como administrador de sus intereses.

Más que decidir si se toma algo, físico o simbólico, la rectificación de un rumbo donde se está deshilachando la confiabilidad de quienes asumieron y tienen la responsabilidad de la conducción política necesita de un enorme valor y sinceridad. Es eso lo que ha faltado continuamente en nuestra historia nacional, no las ganas integrales de acumular todo el poder en todos los rincones e intersticios donde se lo pueda encontrar. Eso si que sobró y, tanto, que necesitaremos generaciones para sobrepasar sus consecuencias.

La autonomía es mucho más que nueva administración territorial. Es, principal y esencialmente, reconocer y respetar la autodeterminación de colectivos e individuos; no en abstracto, porque lo que existe hoy se debe a la lucha compartida y a la decisión ciudadana particularizada. Sólo hay que respetar el origen de todas las transformaciones, cooperando a que fortalezca sus mejores rasgos y supere los que tienden a contenerlo y deformarlo. Y control social es aceptar la vigilancia de la sociedad en vez de tratar de engullirla. Nadie tendría que saber mejor estas cosas que quienes ganaron su espacio en la dirección del proceso, nacido, forjado e impulsado por una sociedad, antes que por cualquier héroe o destacamento de individualidades geniales y esclarecidas.


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