Del gas a la quinua

No por culpa de él, pues siempre fue un convencido de la necesidad de hacerlo, pero el sistema no le funcionó. Claro que también tuvimos bolivianos tenaces, casi obsesionados por la metalurgia, la siderurgia, la petroquímica, como Sergio Almaraz, Salenzky, Peró y muchos otros que no pudieron...

No por culpa de él, pues siempre fue un convencido de la necesidad de hacerlo, pero el sistema no le funcionó.

Claro que también tuvimos bolivianos tenaces, casi obsesionados por la metalurgia, la siderurgia, la petroquímica, como Sergio Almaraz, Salenzky, Peró y muchos otros que no pudieron ver realizados sus sueños de una Bolivia industrial, moderna y no mera extractora de sus recursos para exportarlos tal cual los entrega la tierra.

No es solamente una cuestión de economía. Es una postura política, porque la economía es inseparable de la política, por mucho que sigan pretendiendo hacernos creer que el teologizado mercado puede funcionar “con autonomía” es decir, prescindiendo de la política. Absurdo.

Ahora, que la tecnología ha avanzado mucho más que las ciencias sociales, es oportuno volver a plantear el asunto. El Estado, para actuar con eficiencia en el rol que difícilmente está recuperando luego del neoliberalismo, tendrá que saber con precisión, primero, qué es lo que tenemos. No se puede dejar eso a los privados espontáneos, porque no tienen suficientes recursos para hacerlo, o tienen tanto poder que acabarán apoderándose también de lo que encuentren.

Los gambusinos, esos casi heroicos buscadores de vetas, son cosa del romántico pasado. Hoy se tiene que hacer prospección satelital y hay que complementarla con trabajos de campo tecnológicamente bien equipados.

Y no solo para el petróleo y el gas, que ya estamos muy en mora de hacerlo, sino para todo lo que pudiera haber: Columbita en Apolo, Uranio en Cobija, inclusive gemas como la “Bolivianita” que es resultado del esfuerzo solitario de un tarijeño, por cierto.

Carlos Laska (o Lasker, como escribía originalmente su apellido), fue un alemán enamorado de Bolivia, magnífico ingeniero químico, fundador de una cervecería en Cochabamba, pero, por encima de todo eso, un soñador que gastó sus últimas energías tratando de convencer a alguien que la explotación de columnita, que el aseguraba haberla descubierto en Apolo, podía cambiar el destino de Bolivia. Y lo decía hace 50 años, mucho antes de que se mencionara siquiera al litio.

Pero así seguimos 50 años después: sin saber con certeza ni siquiera cuáles son nuestras reservas probadas de gas y si alcanzarán para los compromisos que ya nos hicimos para exportarlo.

Y eso solamente refiriéndonos a los minerales. Parece que nunca hubiéramos aprendido que la quina es originaria de aquí y que la quinina se sintetizó por primera vez aquí, precisamente en la Botica Bolivia, en La Paz, donde dos años después el mismo químico italiano sintetizó la cocaína.

Hasta la quinua, más nuestra que cualquier monolito, ya está siendo transgenizada y al paso que vamos nada raro que tengamos que importar semillas de quinua.

¿Y el Estado? Mal gracias, manejado como para darles la razón a quienes denigran de su capacidad


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