El nombre de la revolución

Lo comenté, con ese título,  en un informe sobre el Foro Iberoamérica, del que soy parte. En el curso de este año he leído dos definiciones más. Una que habla de la “necrofilia política”, aludiendo a los adoradores de las tesis políticas fracasadas pero insepultas. Y, en los últimos...

Lo comenté, con ese título,  en un informe sobre el Foro Iberoamérica, del que soy parte.

En el curso de este año he leído dos definiciones más. Una que habla de la “necrofilia política”, aludiendo a los adoradores de las tesis políticas fracasadas pero insepultas. Y, en los últimos días, alguien habló del “atrasismo”, es decir de una tendencia política que postula ir para atrás

El nombre que le vamos a dar al proceso que vive Bolivia podría surgir de esas tres acepciones, que más o menos dicen lo mismo, o el que prefieren quienes lo conducen, desde varios timones al mismo tiempo, que es “proceso de cambio”

Para ayudar a definirlo habría que observar lo que están haciendo quienes lo conducen.

Postular que en vez de una bandera nacional vamos a tener dos o que en lugar de república se va a llamar Estado plurinacional, y que la nación que estábamos construyendo debe ser dividida en tres docenas, parece un propósito claro, absurdo pero claro: consiste en destruir lo que había.

La mirada regresiva es muy larga. Va muy atrás, más allá de la llegada de los españoles. Sueña con volver a la situación en que estaba nuestro territorio antes de la llegada de los Incas, que absorbieron a dos centenares de tribus, impusieron el quechua, y cobraron tributos a manos llenas.

Es esta característica de la utopía regresiva la que hace que algunos bolivianos sospechen que todo esto es el resultado de conspiraciones de alguno o algunos países vecinos. Tener en lo que era Bolivia un territorio parcelado en 34 naciones parece ideal para quienes ambicionan repartir el país entre los vecinos, “de manera equitativa”, como lo planteó un político chileno.

Los ayllus que matan policías o toman minas en explotación, los pueblos orientales que exigen el derecho de autorizar o no proyectos del Estado nacional –del que queda- están ya en la dispersión.

Hace cuatro años el experto Mark Falcoff había anticipado que por esta época se iba a producir en Sudamérica una especie de movimiento tectónico, pues iba a desaparecer un país.

Y aquí tengo que recordar a mi amigo Rodolfo Terragno, que alguna vez propuso a sus compatriotas argentinos el ejercicio de imaginar qué pasaría si en esta parte del planeta se produjera un extraño terremoto, por el que sólo el territorio de Argentina desapareciera por completo, y las capas geológicas se volvieran a cerrar. Su respuesta era que no pasaría nada: que el hecho sería noticia para la CNN pero no influiría en nada en la bolsa de Nueva York (NYSE). Es decir que Argentina es un país prescindible para la economía mundial.

Hagamos el mismo ejercicio. Si el territorio boliviano fuera absorbido por los vecinos qué pasaría. Aumentaría quizá la oferta de mineral de hierro, de gas y de litio. Bajaría un poco la oferta de cocaína. Pero no sería un trauma. El hecho no afectaría a ningún precio en la NYSE.

El nombre de la revolución quedaría a cargo del futuro.


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