Era un día como hoy

En La Paz, los pocos parroquianos que transitaban por El Prado se veían acoquinados. No solo por el frio,  sino porque en el  ambiente se  respiraba tensión, ansiedad. Una vez más había ruido de sables. Una vez más. Era el 17 de julio de 1980. Marcelo Quiroga Santa Cruz, camino a la...

En La Paz, los pocos parroquianos que transitaban por El Prado se veían acoquinados. No solo por el frio,  sino porque en el  ambiente se  respiraba tensión, ansiedad. Una vez más había ruido de sables. Una vez más.

Era el 17 de julio de 1980.

Marcelo Quiroga Santa Cruz, camino a la Central Obrera seguramente sufría como todos los bolivianos esa ominosa sensación de que nuevamente su país, s u patria, s e convulsionaba por ambiciones mezquinas.

El sabía que era uno de los posibles objetivos de esa asonada que se estaba iniciando. Llamarla  “revolución” sería ridículo.

Marcelo se sabía vulnerable. Su directa y determinante actuación para nacionalizar el petróleo y expulsar a la Gulf Oil de Bolivia, lo había marcado en forma indeleble como luchador y como patriota.

Al fundar el Partido Socialista hizo aún más notoria su posición y al lanzarse a enjuiciar públicamente al dictador Hugo Banzer confirmó su liderazgo, así como su creciente capacidad de convocatoria, su denuncia inquebrantable de la corrupción, constituían un peligro para quienes ocupaban el poder. Sí. Marcelo se sabía vulnerable, pero no dudó en dirigirse a la COB.

Lo demás, aún permanece brumoso. Ahora más brumoso que entonces.

Porque el del 17 de julio era un golpe anunciado. Inclusive por lo menos un ministro del  precario gobierno de Lidia Gueiler supo con suficiente anticipación los  trajines golpistas, gracias a amigos  eventuales que había conocido cuando fue embajador en Moscú.

Es obvio que mucha gente más sabía lo que se venía. Probablemente también Marcelo, quien sin embargo no dudó en dirigirse a la COB, donde ese aciago 17 de julio fue herido, apresado, asesinado y  desaparecido. Hasta hoy.

Treinta años después su imagen no se difumina, sino, al contrario, se consolida, porque la lucha nacionalista y patriótica por la cual ofrendó su vida, no ha concluido.

A Marcelo no le hacen falta recordatorios de bronce. Su nombre está en esa ley que bolivianos de su misma estirpe impulsaron durante más  de 20 años, para que no quedara impune el enriquecimiento  ilícito y corrupto a costa del Estado, que es patrimonio de todos,.

La ley Marcelo Quiroga Santa Cruz es por ahora un recurso  extremo sin  estrenar. Pero llegará el momento en que se convierta en esa arma poderosa que tanto necesitan el pueblo y la sociedad boliviana, para que gobernar deje de ser  la meta de ambiciosos sin  escrúpulos, que medran a costa de lo que solamente tienen el encargo de administrar bien.

Quienes conocimos a Marcelo Quiroga Santa Cruz, quienes tuvimos la fortuna de verlo en uno de verlo en sus fogosas actuaciones como diputado o en su inquebrantable decisión de recuperar el petróleo boliviano enajenado, tenemos, gracias al sacrificio de Marcelo, muchas razones para considerar hoy, 17 de julio, un día muy especial. Dolorosamente especial.

Estamos seguros que es un sentimiento compartido por muchos, por muchos bolivianos.


Más del autor