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Los cojos y el empedrado

Trasladando el concepto a la situación política nacional actual, encontraremos que hace mucho  tiempo se habían identificado las falencias del centralismo como opción para administrar el Estado. Lo que sucedía, además, era que la aparente descentralización y desconcentración intentada...

Trasladando el concepto a la situación política nacional actual, encontraremos que hace mucho  tiempo se habían identificado las falencias del centralismo como opción para administrar el Estado.

Lo que sucedía, además, era que la aparente descentralización y desconcentración intentada tampoco solucionaban las inequidades entre los niveles nacional, departamental y municipal, porque especialmente al nivel “meso”, que es como varios cientistas conocen al intermedio o departamental, persistía la cojera.

Es evidente que algo comenzó a funcionar mejor en el nivel municipal, pero a costa de las casi anodinas prefecturas.

Una acuciosa investigación del Ministerio de la Presidencia, en el año 2002 ya caracterizaba la gestión departamental con las siguientes elocuentes definiciones

Gestión “amiótrófica”, por operar con márgenes mínimos. “emburbujada” por estar desvinculada del actor social; “autista” por carecer de monitoreo integral “hermética “ por no permitir acceso y no difundir información, “a-empresarial” por no operar por resultados, “politizada” por estar copada por los partidos de turno.

Poco tiempo después, en uno de los tantos seminarios y talleres que organizaron los expertos en  vísperas de la Asamblea Constituyente, uno de ellos sostenía que

“El hecho de que la gente esté desencantada de las prefecturas o que no las tenga como referencia  para la atención de sus necesidades  se debe en gran medida a la carencia de escenarios de participación y control de la sociedad civil en la gestión prefectural”.

Y el mismo experto, que no  era en ese entonces funcionario departamental sino municipal,  afirmaba que: “Casi se desconoce el impacto de la acción prefectural en el desarrollo departamental, no existe control de calidad de los productos prefecturales ni un mecanismo de evaluación del desempeño institucional. Todo ello implica una importante debilidad en la rendición pública de cuentas y la  transparencia de las gestiones prefecturales”.

Bueno. La Asamblea constituyente se reunió. Se hizo la nueva Constitución Política del Estado. Las prefecturas desaparecieron, nacieron las autonomías departamentales y aparecieron los gobernadores. Todo debería ahora funcionar mejor. ¿Funciona mejor? Rotundamente no.

Veamos qué cambió y qué se resiste a cambiar:

Se decía que al ser los prefectos nombrados, no lograban construir legitimidad. Ahora los gobernadores son elegidos y eso le da verdadera legitimidad. Pero eso no basta y tienen que actuar dentro de la legalidad.

“Emburbujada” llamaron a la  gestión prefectural, por su des vinculación de otros actores sociales. ¿Se acabó la burbuja?. No, solamente cambiaron los rótulos de quienes estaban dentro.

¿Se despolitizó el nivel meso? Al contrario, ahora los partidos lo consideran cuartel de invierno, o puesto de avanzada, pero siguen ahí.

¿Hay transparencia en las  gestiones? Al contrario, siguen tapadas.  Los verdaderos cambios aún no se produjeron. Mientras  tanto, están culpando al empedrado.


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