Rumbo al 18-O
Crónica insustancial de un debate fallido (o viceversa)
No hubo sangre ni nada parecido, tampoco ganador ni perdedor. Los candidatos se cuidaron de entrar a la confrontación y dejaron una serie de frases anecdóticas. ¿Pero qué otra cosa es un debate presidencial?



Dos no pelean si uno no quiere, pues imagínese siete. Hacía tanto que no se veía un debate en Bolivia, pero sobre todo, tan polarizado está el ambiente electoral, que había quien esperaba una especie de lucha en el barro, con mordiscos a la Tyson o piquetes de ojo a lo Mourinho, pero lo cierto es que todos los debates en todos los países del mundo son similares al vivido: preguntas, respuestas, insinuaciones. Sí suele haber confrontación, pero si el otro no quiere entrar al trapo, no hay sustancia.
Obviamente ninguno de los candidatos concentrados en el hotel Radisson de Santa Cruz es Donald Trump, dispuesto a insultar hasta al presentador de la que se supone es su cadena amiga. Lo decían los analistas Vigmar Vargas y Gustavo Ávila en la semana: en el debate lo importante es no perder.
Todas las propuestas eran viejas, así que tocaba tirar de frases o efectismo: Del “never in the life” de Mesa al Las Vegas no promiscuo en Uyuni de Chi, pasando por el “seré Mamani pero no mamón” del candidato de Pan Bol, el “atender la casa” de Camacho a la población femenina o la mención del reloj de Tuto Quiroga, que inevitablemente evocó su gastronómica promesa de 2014, que no cumplió.
Hubo detalles: de la corbata verde bajo un terno dos tallas más grande de Camacho a las zapatillas de Tuto, pasando por la camisa azul de Mesa y el casco minero de Feliciano Mamani. Chi acabó cantando una especie de plegaria cristiana y María Bayá se fue a comer la cámara en su alegato final, redondeando las críticas sobre su estilo agresivo, que hubiera sido ponderado de otra forma de no haber sido mujer.
Bolivia necesitaba un debate a dos, o a tres, o tal vez un debate, pero los formatos dan para lo que dan, y los estrategas tienen claro lo que no se puede hacer. Dos preguntas y tres minutos por candidato por turno por siete candidatos y pausa publicitaria al final resfría a cualquiera. Tuto Quiroga fue quien más buscó a Luis Arce, que al final era el enemigo a batir; Carlos Mesa le tiró lo de los 100 pesos de la canasta familiar, pero al candidato del MAS, situado estratégicamente – y por sorteo – entre Chi y Bayá, no se le movía un pelo.
Arce jugaba en casa, porque nadie puede esconder las inclinaciones de la FAM y de la CUB, pero era hasta normal: el que va primero nunca quiere debatir, y si es un seis contra uno, al menos controla el escenario. Las preguntas fueron más o menos para todos. El candidato del MAS usó un tono didáctico y deliberadamente bajo que durmió el debate y repelió los ataques. No dio bola, que seguramente es lo que sus asesores le recomendaron, y aún así colocó el golpe de la noche "aquí no se trata de estirar la mano, hay que producir para salir de la pobreza".
Los que tenían que atacar eran otros: Tuto se perdió en sus propuestas ultraliberales que nadie entiende; Mesa no logró provocar y Camacho, del que se esperaba un duelo doble con Mesa y Arce con algunas dosis de sinceridad violenta pareció un intelectual mormón, muy sonriente.
Para Carlos Saavedra, también politólogo: Mesa estuvo “estratégico”, Tuto “locuaz pero alejado”, Arce defensivo, salió escudado a futuras críticas y Camacho desperdició su oportunidad.
Luis Arce no dará la revancha en el debate propuesto hoy; Carlos Mesa – presionado – no tiene claro su asistencia y Camacho no se ve debatiendo con “los pequeños”. Esperamos 18 años para un debate. Pero dos no debaten si uno no quiere. Imagínate siete.