La soledad de Morales
El círculo cercano de Evo Morales y muchos colaboradores “se han estido” mientras el expresidente insiste en su candidatura con la guardia pretoriana del Chapare



Evo Morales pudo salir honrosamente de la política en varias ocasiones. Pudo retirarse en lo más alto al acabar su mandato en 2015, cuando los ingresos del gas lo engrasaban todo. Pudo asumir la voluntad popular expresada en el referéndum de 2016 y dar paso a nuevas generaciones obedeciendo al pueblo. Pudo retornar en 2020 y haber ocupado un cómodo lugar de super asesor en el entramado del MAS o simplemente haberse ido a su chaco a vivir la vida tranquila y salir solo para darse baños de multitudes de vez en cuando, como hace Pepe Mujica en Uruguay y seguramente hará López Obrador en México dentro de poco, pero no, Evo Morales optó por el más difícil todavía.
Para algunos se trata de una especie de remordimiento por los múltiples errores tácticos cometidos en 2019; para otros simplemente es el delirio propio de este tipo de personajes políticos. Nunca iba a soltar el poder.
Algunos señalan que el asunto se empezó a romper el 9 de noviembre de 2020, cuando Evo Morales decidió retornar a Bolivia por Villazón de madrugada y el presidente Luis Arce decidió quedarse en La Paz. Aunque aplazó su nombramiento de ministros, no fue suficiente para Morales.
Con todo el cisma se empezó a evidenciar en 2022, cuando las críticas subieron de tono cada semana en el programa de Kawsachun Coca para acabar acusando a la familia de Arce de corrupción. El propio Arce lo confrontó pidiendo moderación, pero aquello hizo aguas. Morales sostiene que necesitaba romper con el Gobierno para proteger al MAS y que no se viera afectado por la crisis que ya empezaba a carcomer los pilares del proceso. Para el Gobierno ha sido precisamente la actitud de Morales la que ha recrudecido la crisis.
La pelea pasó a ser personal, Morales sostenía cierta incidencia popular, pero los cuadros se fueron poco a poco separando. Era hora de tomar partido. Figuras de confianza de Morales como el ministro de Defensa Edmundo Novillo o su exjefa de gabinete convertida en directora nacional del Segip, Patricia Hermosa, se quedaron con Arce siendo las primeras señales.
El arcismo también ganó en buena lid las pugnas por las principales organizaciones sociales, por mucho que estas hace tiempo que responden a intereses prebendales más que a motivaciones puramente políticas o ideológicas. Morales no tuvo problema en hacer lo que acostumbra: duplicar la matriz y empoderar a una directiva paralela, pero el impacto esta vez fue menor.
Arce aguantó durante buen tiempo a cuadros muy significados con el evismo, como el mismo Wilfredo Chávez en la Procuraduría o Sacha Llorenti en el ecosistema diplomático, pero al final tuvo que optar por la destitución.
El expresidente optó por atrincherarse finalmente en el Chapare con sus bases de siempre y su grupo de leales, cada vez más mermado: Juan Ramón Quintana ha pasado a la clandestinidad, Llorenti vive en las sombras, Mario Cronembold es un verso suelto, y hasta Teresa Morales y Carlos Romero parecen haberse cansado de la labor de vocería.
Morales cuenta hoy esencialmente con dos apoyos: el diputado Héctor Arce, que lleva toda la legislatura exagerando denuncias sin mostrar pruebas, y el senador Leonardo Loza, señalado por Cronembold como el probable sucesor de Evo.
La última misión de los tres parece ser desacreditar a Andrónico Rodríguez, nombrado oficiosamente heredero de Morales desde que su nombre saltó a luz pública en julio de 2019 y con suficiente carisma para funcionar solo si es capaz de probar su poder. La comparecencia vía plasma en la fiesta masista del Día del Estado Plurinacional en Cochabamba resultó una metáfora.
Los cuchillos están afilados, pero a Morales le pesa la soledad. Cuanto tiempo estará dispuesto a aguardar Andrónico a que su mentor de el paso al costado será probablemente la clave de las elecciones de 2025.