El escenario nacional desde Santa Cruz
Santa Cruz, secesión y aburrimiento
El departamento del oriente ha sido capital en los cambios políticos de los últimos años y su industria agrícola lidera la economía nacional, pero en materia política todavía no tiene claro cual es su rol de liderazgo. La apuesta por la secesión sigue imperando en determinados foros, que además vive



¿Hay o no hay proyecto secesionista en Santa Cruz? ¿Era Luis Fernando Camacho el hombre llamado a liderar esa vía de la secesión cruceña? ¿Ha sido la incapacidad de gestión o las traiciones lo que ha diluido el liderazgo de Camacho?
Hace solo tres años, Santa Cruz, el departamento económicamente más poderoso del país, cuestionaba su propio modelo de desarrollo agroindustrial en medio de los terribles incendios de aquel año y se metía en debates de fondo sobre el liderazgo nacional y el rumbo que se debía tomar. Este año el debate de las losetas de la almendra central de la ciudad ha eclipsado todo lo demás. Por el medio hay vario episodios protagonizados desde Santa Cruz que han dado un vuelco al país, que no es el mismo por mucho que se haya restablecido el gobierno del MAS. Los analistas discuten qué finalmente le ha quedado a Santa Cruz después de todo.
La partida de Santa Cruz
Santa Cruz tiene lo que tienen los territorios no capitalinos y que está en la base de nuestra independencia continental: un deseo incontrolable de gestionar los recursos propios sin rendir cuentas al “jefe” que vive a años luz y no entiende lo que pasa. Un deseo de menos Estado represor y más instituciones de apoyo. Esto se ha ido gestionando a su manera durante los dos siglos de vida libre y particularmente a partir de la revolución del 52, donde el pueblo tomó mayor conciencia de ser sujeto histórico. En el toma y daca con el centralismo, se fueron construyendo las carreteras y otros proyectos a medida que crecían las aspiraciones políticas. Primero fue la descentralización, después la autonomía. Santa Cruz, por su valor simbólico y su poderío económico, fue clave en la lucha por la autonomía de 2008 que finalmente se integró en la Constitución.
Aquella lucha también consolidó un establismenth político en el departamento que oscilaba entre el empresario millonario y presidente cívico de la época, Branko Marinkovic, y el ex gobernador Rubén Costas. Los dos han conformado una historia casi legendaria sobre el poder de las logias - los Toborochis y los Caballeros del Oriente – que han acabado enfrentados y también sobre las formas de hacer las cosas y relacionarse con el poder central. Las crónicas periodísticas recuerdan que Marinkovic perdió en la vía de la confrontación directa y desapareció mientras que Costas logró resistir cediendo y haciendo política: nunca acabó en la cárcel.
La forma de hacer política de Rubén Costas marcó una época próspera en Santa Cruz sin perder el perfil opositor, sin embargo, al final de la pasada década los sectores más poderosos dudaban de si el camino había sido correcto: Santa Cruz era cada vez más diversa y multicultural mientras que el MAS se había abierto espacios en la zona con mucho poder. El cambio de signo político parecía una cuestión de tiempo.
Santa Cruz protagonista en la caída de Evo
Que Santa Cruz no es una única voz quedó de manifiesto en 2019, año sin duda efervescente en el que casi todo pasó por Santa Cruz. Tres hechos en particular son los que se han tendido a olvidar y que sin embargo, requieren más análisis.
El primero, el extraño rol del Comité Cívico en la víspera electoral, que vino marcada por los incendios en la Chiquitanía. En 2019 fueron especialmente virulentos pero no novedosos. El modelo agroindustrial cruceño se basa en gran medida en esos chaqueos que se salen de control y habilitan tierras para seguir ampliando la frontera agrícola. El Comité Cívico, protector de ese modelo fruto de sus relaciones incestuosas con la Cámara Agropecuaria del Oriente y la Cainco, se erigió sin embargo en algo así como portavoz ecológico y logró poner el foco en el gobierno de Evo Morales.
Un entonces desconocido Luis Fernando Camacho, elegido pocos meses antes, recorrió el país en varios cabildos llamando a la movilización y prometiendo que habría desobediencia civil al resultado si ganaba Evo Morales por no respetar el resultado del referéndum de 2016. Pocos sospechaban lo que vendría después, pero Camacho siempre sonó seguro.
El segundo fue el aún más extraño rol que jugó Demócratas en toda la campaña electoral. Desde el principio. La alianza con Unidad Nacional bajo el nombre “Bolivia Dijo NO” ya advertía una campaña a puñetes, y parecía responder a la terquedad del cementero Samuel Doria Medina por alcanzar la presidencia en un momento en el que el MAS estaba débil, una oportunidad de oro que no quería cederle en bandeja de plata al candidato “revelación” Carlos Mesa. Apenas dos semanas después se rompió esa alianza porque los Demócratas de Rubén Costas se negaban a colocar a Doria Medina como candidato.
El resultado fue una carrera a la desesperada de un Óscar Ortiz y sus “manos limpias” que nunca sonó convincente, que nunca pasó del 10 por ciento de intención de voto y al que abandonó hasta su compañero de fórmula pidiéndole responsabilidad con el voto útil, pero que nunca abandonó. Hasta el último día Óscar Ortiz seguía asegurando que sería presidente, pero apenas recibió un 4 por ciento de los votos y fue relegado al cuarto puesto incluso en Santa Cruz, donde le ganó el coreano Chi Hyun Chung.
Algunos analistas plantean que mantuvo la carrera hasta el final por asegurar una bancada cruceña de Demócratas y ante un eventual cálculo de que la opción de Carlos Mesa no penetraría de verdad en Santa Cruz. Lo cierto es que el fragor de los acontecimientos no les permitió a los Demócratas reflexionar demasiado. Su caída ya era evidente y tras el gobierno de Áñez apenas pudo presentarse en 2021 a la Alcaldía, con resultados lamentables.
El tercer hecho fue la insospechada votación recibida por Carlos Mesa en Santa Cruz, que fue la que evidentemente le catapultó en la posibilidad de ser alternativa en la segunda vuelta. Aunque las elecciones de 2019 fueron anuladas y sus datos borrados y casi todas las fuerzas políticas minimizan los resultados amparándose en el supuesto fraude, el expresidente rozó el 50 por ciento de la votación. Sin el trasvase de votos que teóricamente recibiría Óscar Ortiz hacia Carlos Mesa no hubiera sido posible plantear el escenario de desobediencia y subordinación planteado por los cívicos en la víspera y más bien hubiera convertido a los Demócratas en un partido funcional que permitió la victoria de Evo Morales.
Santa Cruz en el gobierno de Áñez
La caída de Evo Morales tampoco hubiera sido posible si Camacho no se hubiera acabado movilizando hasta La Paz tras obtener la cobertura policial, reconociendo así la centralidad de la sede de Gobierno.
De aquella caída surgió el gobierno de Jeanine Áñez, beniana miembro de Demócratas que estaba de salida, pues no iba a repetir en ese ni en ningún otro cargo por instrucción de Rubén Costas según señalaron fuentes benianas en aquel momento. En cualquier caso, era evidente que el mensaje principal que se mandó desde el primer momento con la presencia de Áñez y la flor del Patujú, era el de la orientalización del gobierno.
Por lo general, todos los ministerios clave fueron ocupados por cruceños o benianos – Presidencia con Jerjes Justiniano; Justicia con Álvaro Coimbra; Defensa con Fernando López; Economía con Parada, además de Gobierno con Murillo e Hidrocarburos con Víctor Hugo Zamora, el único tarijeño -.
El gobierno de Áñez tuvo dos momentos claramente diferenciados, fue uno antes y otro después de hacer pública su intención de ser candidata a la Presidencia, posibilidad que en realidad circuló ente sus colaboradores más cercanos desde la primera semana en el poder. El primer gran sacrificado fue Justiniano, hombre fuerte de Camacho, que sí se había empeñado en pacificar el país. Después fue reemplazado por Yerko Núñez, también beniano y de extrema confianza de Áñez, pero muy lejos de la habilidad política de sus antecesores. La ruptura entre las dos visiones fue evidente.
Nombre clave en esa transición también fue precisamente Óscar Ortiz, el mismo candidato que había fracasado en 2019 y que no había renunciado a su curul de senador, se convirtió en un puente entre el legislativo y el ejecutivo hasta que se convocaron las elecciones. Después no dudó en saltar al ejecutivo haciéndose cargo de todo el área económica para acabar renunciando por su choque con Murillo.
El gobierno de Áñez quedó atrapado en la coyuntura de la pandemia, pero las pocas decisiones que llegó a tomar fueron en beneficio del modelo agroindustrial de Santa Cruz: no solo mantuvo los decretos de ampliación de frontera agrícola, en el origen de los grandes incendios de 2019, sino que permitió la experimentación con nuevas semillas transgénicas. Además, dispuso más fondos de las AFP para la Cámara Agropecuaria del Oriente y levantó determinadas restricciones a la exportación demandadas por el sector.
Su perfil electoral nunca levantó, ni siquiera en el oriente, lo que para el ala más radical volvió a evidenciar que el camino de la moderación y el intento de fortalecer la integración de Santa Cruz en Bolivia no daría resultados para el objetivo del liderazgo.
La reinvención de Camacho
Luis Fernando Camacho y su grupo, el expulsado con escarnio del gobierno de Áñez, ardía en revancha. Hay analistas que ponen esto como principal explicación de la candidatura de Camacho, pues solo se pudo entender en clave cruceña. El ¨héroe” de la caída de Morales que optó por la confrontación había perdido la batalla precisamente con el grupo superviviente de los Demócratas, reinventados estos también en la vía de la confrontación. Otros analistas señalan que si la intención de Camacho, como la de Áñez, era utilizar el gobierno transitorio como plataforma de lanzamiento de una candidatura, la expulsión del mismo le fue favorable y acabó de apuntalar esa candidatura lanzada en medio de escándalo por la forma en que se acordó la fórmula con Marco Pumari.
Obviamente, todo ello hay que leerlo en clave cruceña. Camacho llevó el desafío electoral hasta el final, aun viendo en cada encuesta que no levantaba en ninguno de los otros departamentos y siendo muy consciente de que el principal perjudicado era Carlos Mesa, que perdía ese caudal de votos de Santa Cruz de 2019, cuando la región del oriente pensó en clave nacional.
Las bazas de Camacho
La estrategia de Camacho y su círculo dio sus frutos, siempre en clave cruceña. El MAS volvió al Gobierno, condición necesaria para profundizar alguna idea de independencia, pero la bancada camba fue numerosa y vital. De hecho, son imprescindibles para sumar los dos tercios que implica cualquier cambio de fondo.
La elección departamental de 2021 fue un paseo militar para Camacho, que no tuvo rival ni en el MAS ni de parte de los Demócratas, que asumieron su derrota por adelantado y prefirieron no exponerse.
Desde entonces, a Camacho ya no se le juzga por ser un político “valiente” o un líder carismático, sino por su capacidad de gestión, y en eso, tanto el MAS como los restos de los Demócratas están poniendo todo de su parte para evidenciar los fracasos.
El líder de la “gesta” que supuso sacar a Morales pelea ahora batallas menores con movilizaciones pretenciosas que difícilmente alcanzan, como el tema del censo. En esas, dicen los analistas, su influencia nacional se va apagando y su figura opacando en la propia Santa Cruz.
Si el objetivo final es la secesión, Camacho ha hablado primero de federalismo, lo que parece una corrección poco propicia en tiempos de escasez como los actuales. Es posible que muchos de los que lo impulsaron a sondear la vía de la secesión cruceña hayan vuelto a acomodarse a las relaciones con el MAS, fructuosas en la década pasada, y al gobernador se le haya vaciado el discurso. Aún así, si el MAS quiere camios de fondo en la Constitución va a tener que negociar con Comunidad Ciudadana, que no tiene claro lo que quiere, o con Camacho, que sí. Un MAS cada vez más amenazado por el oriente, también hace números.