El cuadro político se acomoda
El desgaste de Comunidad Ciudadana
Carlos Mesa prometió liderar la oposición, pero apenas encuentra su espacio en el nuevo escenario político marcado por la polarización, y donde ya tiene dificultades para controlar a sus diputados y senadores



En medio del clima de polarización, Comunidad Ciudadana juega sus últimas cartas para evitar convertirse en un partido intrascendente y funcional, tal como le pasó al Podemos de Tuto Quiroga de la legislatura 2005 – 2009 y a la Unidad Demócrata de Rubén Costas y Samuel Doria Medina en la 2014 – 2019.
Tuto acabó viabilizando aquel referéndum revocatorio que acabó por descabezar a la oposición “eficaz” de los Prefectos, mientras que UD no supo administrar la victoria del referéndum de 2016 e incluso algunos miembros participaron de la consulta al Tribunal Constitucional que acabó declarando aquello del derecho humano de Evo Morales a saltarse la Constitución.
Comunidad Ciudadana nació de la mano del Frente Revolucionario de Izquierda (FRI) del extinto Motete Zamora Medinaceli, cuya sigla es la mayor herencia que ha legado a un partido esencialmente familiar y con el que los halcones de la Gobernación de Tarija de Adrián Oliva, principalmente Waldemar Peralta, supieron jugar. De repente, el partido más pequeño del panorama nacional, tal vez solo rivalizando con el UCS de los Fernández, que es básicamente lo mismo, se convirtió en el pilar sobre el que se construyó la principal alternativa de gobierno al Movimiento Al Socialismo (MAS) en 2019 y que encabezaba Carlos Mesa, el añorado líder de la aristocracia paceña y por el que suspiraban sus medios, que por fin aceptaba ser alternativa.
Un proyecto personalísimo
Su propia puesta de largo fue controvertida. El lunes 1 de octubre de 2018 se perdió el mar por segunda vez, el sábado 6 de octubre Carlos Mesa lanzaba su plataforma en YouTube sin hablar con nadie. Mesa era el líder mejor valorado de la oposición precisamente porque no hacía demasiada oposición sino que colaboraba como vocero de la demanda marítima. Probablemente si la sentencia hubiera sido favorable igualmente hubiera lanzado su candidatura. En solo una semana se cerró la herida de la derrota en La Haya y se posicionó la elección.
Mesa inventó ese concepto de que la unidad la construyen los pueblos y la gente, y - muy outsider -, empezó a hablar de superar las estructuras partidarias y las alianzas con partidos tradicionales para construir algo transversal. Acabó rodeado de compañeros de pupitre, amigos íntimos e hijos de sus colaboradores, echándose al frente al establishment político simbolizado, básicamente, por Samuel Doria Medina (que no podía creer quedarse sin oportunidad en el momento en el que parecía más fácil derrotar a Morales) y Rubén Costas (que acabó sucumbiendo al pedido del cruceñismo más radical de no apoyar a Mesa). Solo Tuto Quiroga se apartó.
La aventura de Doria Medina no acabó bien, porque los Demócratas le jugaron chueco después de firmar la alianza vetando su candidatura, así que el binomio lo acabó encabezando Óscar Ortiz con una pareja primero potosina – Wilson Rodríguez – y luego cochabambina – Shirley Franco -. Lo que sucedió en la elección, cayendo por debajo del 5%, para después ocupar todo el peso del gobierno de Jeanine Áñez, merece un análisis aparte.
A Mesa le fue bien en 2019. De hecho, muy bien. En los últimos días de campaña le funcionó la estrategia del voto útil y logró que los Demócratas se desplomaran acercándose al entorno de los diez puntos que acabó desencadenando las protestas y la posterior caída de Evo Morales. Nada hubiera pasado sin Comunidad Ciudadana en el escenario.
Durante la gestión de Jeanine Áñez, Mesa ocupó dos espacios diferenciados una vez que a Jeanine Áñez le entraron las ansias de poder. Primero apoyó abiertamente al Gobierno, sin llegar a quemar cuadros en la experiencia transitoria, y después se convirtió en un crítico moderado, incluso cuando el gabinete de Áñez decidió convertirlo en enemigo número uno, incluso equiparándolo con el MAS. Mítica aquella carga de Jeanine Áñez durante los bloqueos de agosto o en medio de la pandemia en la que interpeló al expresidente “¿Y qué hace Carlos Mesa mirando de palco?”.
El estigma Carlos Mesa
Mesa ya tenía un doble estigma original, recuerdan los analistas, que si bien no le perjudicó entre las élites paceñas, sí le impide ser un referente a nivel nacional. El primero es el mantra de “traidor a Sánchez de Lozada”. En Tarija lo llegó a verbalizar en campaña el hoy alcalde Johnny Torres, que además presentó candidato propio en aquella elección de 2019, Virginio Lema, que le robó suficiente voto a CC como para evitar la segunda vuelta. El segundo es el de “anticruceño” por aquellas declaraciones y formas que manifestó en su etapa de gobierno, donde nunca apostó demasiado por la región.
La campaña de Jeanine Áñez caló hondo y la irrupción de Luis Fernando Camacho en el escenario como candidato presidencial para asegurar una bancada netamente cruceña hizo inútil la campaña del voto útil. El resultado es por demás conocido: Carlos Mesa perdió casi diez puntos y quedó en los mismos porcentajes que sus antecesores de Podemos, Convergencias y Unidad Demócrata, es decir, muy lejos del 55 por ciento que finalmente sumó el MAS constitucional de Luis Arce.
Tras el resultado, Carlos Mesa decidió sacar su rol de estadista, reconoció la derrota y comprometió trabajar dentro del espacio democrático como primera fuerza de oposición. Muchos le auguraban una jubilación inmediata, pero un año después todavía ejerce aunque sea desde su cuenta de twitter.
El proceso de polarización
Bolivia ya estaba polarizada antes de iniciar esta legislatura, obviamente, pero en los últimos meses se viene desarrollando un proceso consciente de polarización entre dos bandos claramente preparados para ello, advierten los analistas precisamente más cercanos a Carlos Mesa.
Por un lado, el Movimiento Al Socialismo (MAS), busca un enemigo muy a la derecha hasta el punto de empezar a obviar a Carlos Mesa como opositor – fue llamado a declarar en el caso del supuesto golpe, donde dejó una carta que pasó sin pena ni gloria – y se concentra en el gobernador cruceño, Luis Fernando Camacho, y los restos del gobierno de Jeanine Áñez.
Por el otro lado, la bancada de Camacho y el Comité Cívico de Santa Cruz son el brazo ejecutor y ya han empezado a aglutinar a otras fuerzas e individuos más “libertarios” que plantean una oposición más frontal.
Al medio ha quedado la Comunidad Ciudadana de Carlos Mesa, cuya bancada no es suficiente para tener un tercio de bloqueo, por lo que Creemos resulta imprescindible tanto para el MAS como para CC en la estrategia parlamentaria, si bien hoy por hoy es la menos relevante. El ministro Iván Lima ha adelantado que no tienen prisa por abrir el juicio parlamentario contra Jeanine Áñez, elemento que podía servir de canje para pactar una reforma constitucional con Creemos.
A Mesa ya le han aparecido tránsfugas, como el diputado tarijeño Edwin Rosas, que prefirió apoyar al MAS en la votación a Gobernador pese a que CC pidió expresamente el voto para Óscar Montes. Además, las desafortunadas intervenciones de Andrea Barrientos: “tenemos más afinidades con el MAS que con Creemos” o de Rodrigo Paz, pidiendo abrir un proceso de diálogo nacional han dejado al partido embarrado en mitad de la nada, puesto que nadie ha sabido o querido defender ni las declaraciones de Barrientos ni las de Paz, mientras que, al otro lado, la oposición más dura le ha cerrado la puerta tildándolos de funcionales.
Varios estrategas señalan que Comunidad Ciudadana se conformó como plataforma electoral y no como partido, y aunque han hecho esfuerzos por acelerar el proceso de fundación, sus catastróficos resultados en las subnacionales, donde no ganaron una triste alcaldía, lo ha dejado tocado. El consejo es refundarse con una hoja de ruta más clara, además de airear el equipo de amigos de Mesa, pero nadie cree que el líder del partido lo permita.
En el fondo, lo que está en juego es la irrelevancia, no lo contrario.
El MAS y el déficit estratégico que le sale bien
En los 14 años de Gobierno de Evo Morales, la tríada del poder funcionó sin fisuras y con un claro reparto de roles, sobre todo a partir de 2010 cuando se consumó la purga de los sectores internos más revolucionarios. Evo Morales hablaba el lenguaje del pueblo, Álvaro García Linera trataba de teorizar el proceso y Juan Ramón Quintana hacía el trabajo sucio y quedaba como el malo de la película, pero no había ninguna duda de que los tres pensaban lo mismo al respecto de la forma de ejercer el poder y alcanzar los objetivos políticos.
En el año corto de Gobierno de Luis Arce, no se halla una conexión similar entre el mandatario, el vicepresidente David Choquehuanca, que más bien parece querer representar otro perfil más conciliador, mientras que la ministra de la Presidencia, Marianela Prada, no logra hacerse un hueco en la agenda ni imponer su impronta de poder como sí lo hizo su antecesor más emblemático. Al contrario, sus apariciones suelen servir para comunicar fracasos gubernamentales, como la reciente retirada de la Ley de Ganancias.
Esta forma de ejercer el poder empieza a crear fisuras, pues no hay hitos claros de gobierno y las instancias de decisión formales parecen haberse disuelto en una suerte de gabinete paralelo donde Evo Morales y su grupo más próximo tiene decisión. Comunicacionalmente, ni siquiera está claro cuando son sus gabinetes de ministros y las declaraciones, por lo general, son descoordinadas.
La cuestión es si al Movimiento Al Socialismo (MAS) le funciona la estrategia de la polarización. Aparentemente y con el dato duro sobre la mesa, en 2019 – fraudes y otras consideraciones aparte – Evo Morales rondó el 47%, algo menos que el 49% que logró en el referéndum de 2016 y su peor resultado desde 2002. Luis Arce en 2020 recuperó un 55% dejando un claro mensaje: con candidato constitucional, el MAS volvió a ser hegemónico, después de una campaña en la que no fue tan confrontacional como ahora, pero teniendo en cuenta que la propia gestión de Jeanine Áñez les ahorró mucho trabajo. Con estos datos, casi cualquiera advierte que la polarización no le suma al MAS de Luis Arce.
Otra cuestión es el efecto que está logrando. Hasta ahora la oposición había abrazado una candidatura mayoritaria y se habían incentivado otras opciones menores útiles. El riesgo para el MAS de que finalmente cuaje la idea de un frente único, incluso creando un proyecto político genuino y diferente, existe. En esas, alimentar el proyecto cruceño encabezado por un Gobernador como Luis Fernando Camacho, que aglutina también a los sectores de ultraderecha y últimamente, conservadores, les suma en tanto la aristocracia paceña no va a estar dispuesta a ceder el testigo de la oposición.