Rumbo al 18-O
Áñez y la entrega del poder
Las encuestas dibujan un escenario similar al de 2019, con tres fuerzas repartiéndose la mayor parte de los votos, pero los contextos han cambiado y también los actores. Las parcialidad del Gobierno genera distorsión



Queda una semana para elecciones y la retórica del fraude se ha vuelto a instalar en el debate público. Esta vez lo han traído desde diferentes frentes: El Movimiento Al Socialismo (MAS) no confía en que las elecciones sean limpias, mientras que el Gobierno – que justo ha concluido su propia investigación policial sobre lo sucedido el año pasado en estas fechas una semana antes de la cita – vuelve a hablar de infiltrados y de poderes vulnerados.
La foto fija de las encuestas, un año después, varía muy poco respecto a los porcentajes de unos y otros. Tú Voto Cuenta, el operativo más grande en cuanto a toma de información, dejó esta semana a Luis Arce a menos de dos puntos de la victoria en primera vuelta, objetivo que tiene incluso más cerca que Evo Morales el año pasado por estas fechas.
Sobre intención de voto, el MAS tiene ahora 33,6%; Comunidad Ciudadana 26,8% y Luis Fernando Camacho un 13,9%. El resto de fuerzas apenas suman 4,1% y un 21,6% no revela su voto y declara nulo, blanco, etc.
En 2019, la misma encuesta le daba un 32,3% a Evo Morales y un 27% a Carlos Mesa. Detrás venía Ortiz con 9,2% y Chi Hyun Chung con 6,8% y el resto de fuerzas sumaban 5,1%. Además, un 19,5% no revelaba su voto.
A priori, los analistas señalan que se trata de escenarios prácticamente idénticos a pesar de todo lo que ha llovido desde aquella cita con las ánforas, aunque cabe recordar que los resultados finales, posteriormente desconocidos y anulados, le dieron al MAS un 47,08%, a Comunidad Ciudadana un 36,51%, Chi fue tercero con 8,78%, Ortiz se hundió en la cuarta plaza con 4,24% mientras que el resto (Virginio Lema, Félix Patzi, etc) no pasaron del 0,4%.
La participación llegó entonces al 89%; el voto blanco fue de 1,45% y el nulo llegó a 3,55%, los porcentajes que por otro lado son los habituales en el país donde el voto es obligatorio.
¿Cuánto ha cambiado el escenario?
En doce meses han pasado una infinidad de cosas en Bolivia: Evo Morales renunció y huyó a México; Jeanine Áñez, Vicepresidenta segunda de la Cámara de Senadores, que no optaba a la reelección con los Demócratas del 4,24%, se nombró Presidenta; hubo represión, muertos, amenazas y finalmente una convocatoria electoral a la que la Presidenta Transitoria decidió presentarse. También el ícono de la caída de Morales, Luis Fernando Camacho.

Después pasó una pandemia que se ha cobrado la vida de miles de bolivianos y ha arruinado a millones de familias, que han perdido sus trabajos, sus ahorros y sus oportunidades ante la inacción de un Gobierno que tocó fondo cuando se supo del sobreprecio de los respiradores españoles.
Como gobernar no había sido tan fácil, Áñez acabó renunciando nomás a la carrera electoral para disgusto del Movimiento Al Socialismo y de ahí se reconfiguró el escenario, de nuevo con tres aspirantes al trono en primera línea:
Luis Arce, que es un candidato “nuevo” pero con experiencia y que ha jugado la baza de la estabilidad y del recuerdo de los años de bonanza frente a la crítica situación actual está más arriba de lo que estaba Evo Morales.
Carlos Mesa, que habla de voto útil y de culminar lo que se empezó el año pasado, casi sin inmutarse y repitiendo sus reflexiones una y otra vez, está ligeramente más abajo.
Luis Fernando Camacho, que es cruceño como Óscar Ortiz, pero no es Óscar Ortiz, está más arriba, pero sobre todo, defiende con mucha más convicción y credibilidad sus posibilidades de lo que lo hizo Ortiz en la recta final de la campaña de 2019. Camacho además suma el voto joven antisistema que el año pasado se fue a Chi y que este año parece que no lo hará.
La distorsión del Gobierno
Hay otros factores similares a los de 2019 como un Tribunal Electoral fustigado desde todos los frentes, lo que ha minado su credibilidad, pero también un porcentaje de voto en el exterior que siempre fue mayoritariamente de apoyo al MAS, sobre todo en Argentina, y que no ha cambiado sustancialmente, porque en la batalla retórica de la opinión pública internacional, el relato del Golpe ha ganado.
A ello contribuyen declaraciones y comparecencias cuestionadas del Gobierno en los foros multilaterales, donde prolonga su relato doméstico de “mano dura contra el MAS” lo que genera anticuerpos. La comparecencia de la Canciller Karen Longaric en el Parlamento Europeo, por ejemplo, se llenó de críticas y llamadas de atención por su obsesión y críticas al MAS, que a la luz de las encuestas, sigue siendo el partido mayoritario. Los analistas europeos pronto relacionaron el “mitin” de Longaric con la opacidad de los futuros comicios.
Los analistas coinciden en que el Gobierno de Jeanine Áñez renunció pronto a gobernar para todos y convirtió al MAS y sus votantes en objeto sobre el que apoyarse para levantar el vuelo entre los votantes de la otra mitad. No lo consiguió. Las amenazas de Arturo Murillo, asegurando entre otras cosas que Policía y Fuerzas Armadas actuaran ante los que no respeten “la democracia” teniendo un sesgo tan evidente resulta por demás preocupado.
El riesgo, esta vez, coinciden analistas de un lado y de otro lejos del Gobierno, no es tanto la existencia del riesgo de un “fraude”, que también, sino la voluntad expresada de entregar el poder al que gane las elecciones. Al que gane.