La cama de Óscar Ortiz
Un pulso democrático. Las tensiones en el Gobierno escalan posiciones a medida que la pandemia avanza sin respuestas. Sin voceros acreditados, Ortiz busca una reivindicación que puede incomodar a Costas



Los Demócratas Verdes y los Demócratas Juntos tienen problemas prácticamente desde el primer día en el que Jeanine Áñez entró en Palacio Quemado con la Biblia en un brazo y Arturo Murillo en el otro, pero en las últimas semanas el asunto está por quebrar.
El 12 de noviembre de 2019, Rubén Costas todavía tenía el lomo en proceso de sanación luego de la tunda que le dieron las ánforas el 20 de octubre a su candidato estrella Óscar Ortiz después de una campaña millonaria y muy defectuosa. Si le hubiera ido mejor, probablemente Evo Morales estaría gobernando, pero lo cierto es que se hundieron, y aunque tuvieron chance de reconstruirse con aquel experimento de Conade ampliado que Carlos Mesa trató de liderar para buscar una salida negociada a la crisis en las ánforas, la irrupción de Luis Fernando Camacho y el ideal de renovación lo dejó replegado en sus dominios sin hacer demasiado ruido.
La confección del gabinete de Áñez bien se podía haber gestado en una cafetería de esas aledañas al Congreso: diputados, senadores y leales a Luis Fernando Camacho se pusieron a las órdenes de Erik Foronda, erigido como secretario privado de Áñez luego de una vida entera al servicio de la Embajada de Estados Unidos y del que Jon Lee Anderson dice que le confesó ser agente de la CIA en el hall de Palacio Quemado mientras esperaba una entrevista con la que dio forma a su reportaje en New Yorker sobre la caída de Evo. Nadie lo ha desmentido.
Inicialmente el gabinete era el más “camba” de las últimas décadas y el peso más específico recaía incluso en el Beni mismo con Yerko Núñez en Obras Públicas, Rodrigo Guzmán en Energía y Álvaro Coimbra en Justicia. Cuando se definió la candidatura de Áñez se corrió al equipo de Camacho – Jerjes Justiniano y Roxana Lizárraga, porque Luis Fernando López cambió de bando – y Núñez pasó a Presidencia. Para entonces, Ernesto Suárez, que había movido sus cartas para ser vicepresidenciable con Carlos Mesa estaba hecho un basilisco.
Costas decidió negociar y se quedó con la jefatura de campaña para Óscar Ortiz y mantuvo a José Luis Parada en Economía y algunas otras carteras menores. Solo una buena gestión de Áñez le podía permitir repuntar tras la hecatombe de octubre y, según cuentan fuentes cercanas, le pidió calma a Suárez y tragó el reencuentro con Samuel Doria Medina. Inesperadamente, el rol de Óscar Ortiz como mediador entre el ejecutivo y la Asamblea Plurinacional, siendo el hombre fuerte de la Comisión de Constitución, le estaba permitiendo lavarse la cara con cierta solvencia.
Todo voló por los aires con la irrupción de la pandemia. Lo de octubre se iba a convertir en un recuerdo lejano y lo que debía ser un rápido acelerón de resulto incierto, pero con posibilidades de éxito, se iba a convertir en una dura experiencia de gestión para la que ni Áñez ni Núñez ni Foronda ni el resto del gabinete estaban preparados. Costas, que de gestionar sí sabe, lo percibió al tiro.
Cuando las cosas empezaron a ir mal, el Gobierno se quedó sin portavoces. La propia Jeanine Áñez se decidió a gobernar a golpe de videíto en Instagram dadas sus malas experiencias al vivo. No tardó en ser tentado Óscar Ortiz, que acabó asumiendo una cartera menor como Desarrollo Productivo bajo la promesa de tener vocería privilegiada.
La Presidenta – o su Maquiavelo – le tenía preparada una sorpresa más: la coordinación del grupo que debe implementar un modelo para salir de la crisis económica a la que se precipita el país. Un regalo “envenenado” que ha enrarecido las relaciones con Costas, que parece no creer que pueda salir algo positivo de ahí en una situación tan compleja como la actual y con tan poco tiempo hasta elecciones.
En Santa Cruz nadie se atreve a verbalizar que Ortiz haya roto con Costas. Menos en la Cainco. Sí reconocen que Ortiz puede dejar atrás el affaire de candidato y convertirse en lo que siempre fue: un tecnócrata con buen ojo político, y encontrar posiciones de peso y poder en el futuro inmediato si sabe identificar sus propias limitaciones. También asumen que lo de Costas es un tiempo extra tal vez inmerecido, pero que no se va a jubilar tan tranquilamente, menos en este momento en el que Evo Morales ya no está en el escenario.
El pulso por el Hospital de Montero es quizá el primero que se hace público al más alto nivel desde que estalló la pandemia, pero Costas suscribe punto por punto los análisis de Oscar Urenda sobre la ineficiencia del Gobierno en la dotación de ítems, salarios y equipos que han acabado por desatar el desastre en Santa Cruz.
Ortiz puede reivindicarse, o quemarse definitivamente. Anunciar aplazamientos de créditos para todos y luego aclarar no es el mejor de los caminos. Áñez tal vez no lo sabe, pero ahí hay viejos compañeros de trinchera esperando que decante.