Lo que el MAS olvidó
Tanto por méritos propios como por azares del destino, al Movimiento Al Socialismo (MAS) le ha correspondido una misión histórica: ser el instrumento del proceso de transformación que Bolivia demandaba hace una década frente al descalabro al que la condujo el viejo sistema político.



Los resultados electorales de este domingo constituyen, sin duda, una primera nota de aplazo al partido en funciones de Gobierno. Por mucho que sus dirigentes sumen victorias en decenas de pequeños municipios el golpe en el eje urbano nacional sonó seco y duro.Fue la primera elección, desde 2005, tras la que el presidente Evo optó por la ausencia y el silencio. Nada de celebraciones donde otrora las masas deliraban con banderas azules, música y petardos: El Alto. Nada de sensaciones de identificación andina en un lugar considerado reducto masista de multitudes: el departamento de La Paz.En total, zonas que albergan a cerca de siete millones de bolivianos (el eje más Oruro y Tarija) rechazaron a los candidatos masistas. Los reveses se extendieron a destacadas urbes intermedias como, por ejemplo, Yacuiba y Caraparí, las potencias del gas. El rechazo provino de los sectores más diversos. A diferencia de lo sucedido, por ejemplo, en 2005, la oposición no se articuló ni por clase social ni por región. Nada de “mediaslunas” opositoras esta vez, sino un cambio de apoyo transversal, indisimulable.Si consideramos que hace apenas cinco meses Bolivia eligió otra vez masivamente a Evo, entonces el peso del castigo va especialmente contra el MAS. Claro, el rechazo no exime al Primer Mandatario de variadas culpas. Pero apunta sobre todo a prácticas y errores que el instrumento del cambio exhibe con características de cinismo. “Son lo mismo”, suele ser la frase popular que compara el accionar de los grupos masistas con las organizaciones políticas del defenestrado pasado. Y la marca de identidad coincidente que más destaca se llama corrupción. El propio presidente Evo Morales definió la derrota en El Alto como un voto contra la corrupción. Y esa sombra no sólo afectó a la urbe altiplánica. A nivel departamental la candidata a gobernadora fue golpeada por un escándalo con escasos precedentes en la materia: el Fondo de Desarrollo Indígena Originario Campesino (Fondioc). Y la relación casos de corrupción frente a número de autoridades sancionadas hace buen tiempo que presenta una desproporción alarmante en todo el país. En ese escenario la Contraloría del Estado y el Ministerio de Lucha Contra la Corrupción brillan por su tibieza. Ya hablar de los operadores de justicia suena si no a desidia a virtual complacencia. El escenario se vuelve caótico a la hora de considerar la estructura orgánica e ideológica del MAS. Se asemeja a un deforme conglomerado de organizaciones. Allí suman desde honestos, consecuentes y combativos cuadros hasta desvergonzados exponentes del oportunismo. Salvo la inapelable voz o directriz de Evo y, en menor medida, de García Linera, no se sabe quién manda a quién o quién se lleva bien con quién. Y sobre ese tipo de bases parecen haberse sembrado las semillas del autoritarismo y la soberbia. Posturas cuyo principal exponente, lamentablemente para el país y el MAS, han sido en algunas oportunidades expuestas por los más altos cargos. Así se multiplicaron autoridades y candidatos imitadores de esos defectos cada vez más visibles en la sede de gobierno. Algún deslenguado machista por aquí, un secretario con aires altaneros por allá, alguien obsesionado con la idea de que se lo ataca por su color más allí…Como broche de vergüenza aparecen en varios casos, desastrosas gestiones ediles o en las gobernaciones, nada menos que en tiempos de bonanza.¿Eran sostenibles ese tipo de “campañas”? ¿No se constituían más bien en un insulto a la inteligencia y la dignidad de miles y miles de ciudadanos? Le cabe al MAS un tiempo de reflexión y reorientación. Recibió una dura reprimenda en las ánforas. Aunque tarde, debe comprender el rol histórico que le toca jugar. De lo contrario podría en su conjunto sufrir carísimas consecuencias.