Por qué el régimen de Asad en Siria ha caído tan rápido
El grupo rebelde HTS pasó años perfeccionando un potente aparato político-militar y ganándose a las minorías étnicas. La brutalidad de Asad durante la guerra civil alimentó el deseo de un levantamiento masivo, mientras el régimen se enfangaba en complacencia y corrupción
En la madrugada del 8 de diciembre, tras más de cincuenta años de dictadura, se ha extinguido el régimen sirio de Bashar al Asad. Cientos de soldados se han rendido en masa en Damasco en las primeras horas del día, mientras los prisioneros eran liberados de las históricas mazmorras de la cárcel de Sednaya. Los oficiales de alto rango negociaban su rendición o ponían rumbo al extranjero, como también lo han hecho las élites iraníes y rusas que durante una década han ocupado el país.
Los rebeldes han comenzado a barrer las calles en busca de Asad, que se encontraba en Moscú al inicio de la ofensiva insurgente y se cree huido. Tras una década de guerra civil, los rebeldes han logrado un éxito sin precedentes en solo diez días, superando incluso la conquista talibán de Afganistán en 2021, que tardó tres meses. Detrás de este triunfo está el grupo HTS, que llevaba años planeando meticulosamente la desintegración del régimen y ha sabido encontrar el contexto internacional perfecto para ello.
HTS, de organización terrorista a proto-Estado
A pesar de los análisis que insisten en el rol de terceros países, la ofensiva ha sido planeada y protagonizada por los propios sirios. En particular, ha sido la Organización para la Liberación del Levante (HTS) la que ha propiciado la caída del régimen gracias a su ataque sorpresa en el norte del país. En tres días tomaron la segunda ciudad siria, Alepo, e iniciaron su rápida marcha sobre Hama y Homs.
El éxito del HTS puede resumirse en una sola palabra: instituciones. El grupo, dirigido por Abu Mohamad al Yolani, lleva años creando los resortes burocráticos para hacerse con el control de Siria. Esto incluye el colegio militar fundado en 2021, donde se han entrenado cientos de los combatientes de élite de HTS que han sido clave en los últimos días. Los conocidos como inghimasi (‘infiltrados’) han jugado un rol esencial, infiltrándose dentro de las filas enemigas y tomando sus principales posiciones defensivas. La escuela también ayudó a crear cohesión en una fuerza de 30.000 hombres y que incluye a desertores del Ejército, rebeldes de otras facciones disueltas y yihadistas extranjeros.
HTS también ha creado una industria armamentística propia de entre la que destacan los vehículos explosivos y los drones shaheen (‘halcones’). En las primeras horas de la ofensiva, los shaheen descabezaron al Ejército en Alepo, matando a varios oficiales sirios y a un general iraní. Los drones también han destruido varias aeronaves, incluidos dos helicópteros en Hama, negándole al régimen su supremacía aérea. Aunque se ha especulado sobre el rol de Ucrania apoyando a HTS, lo cierto es que los shaheen son baratos de comprar y producir con tecnología accesible en el mercado negro.
Pero el grupo también ha creado instituciones civiles. Originalmente miembro de Al Qaeda y próximo al Dáesh, ahora Yolani rechaza la idea de un califato islámico como un error de juventud. En su lugar, el grupo ha favorecido la creación de un Gobierno de Salvación, un ejecutivo nacionalista y tecnocrático que ha suprimido con violencia las protestas en su contra pero que aspira a ganarse el respeto de la comunidad internacional.
Por supuesto, HTS mantiene mucha influencia sobre el Gobierno de Salvación, pero este no es una mera cortina de humo, creando estructuras fuertes que han permitido a los rebeldes centrarse en la lucha armada. Así ha ocurrido este diciembre, cuando tras la conquista de Alepo empezó a llegar inmediatamente a la ciudad pan, policía y electricidad mientras los combatientes avanzaban ya hacia Hama. Muchas de estas tareas están siendo ejecutadas por una unidad de emergencias que se fundó en 2020 para gestionar la pandemia del covid.
Las llamadas a «la amabilidad y la misericordia» de Yolani también parecen haber jugado un papel esencial en la desintegración del régimen, antaño considerado un bastión para las minorías religiosas sirias frente al islamismo suní. El líder insurgente llevaba años reuniéndose con los drusos y cristianos de Idlib, permitiendo a estos últimos celebrar misas. Ello explica por qué, a diferencia de en años pasados, este 2024 las localidades controladas por minorías se han rendido pacíficamente al HTS. Frente al islam punitivista del Dáesh, HTS presenta un entendimiento clásico de la religión, donde las minorías no son vistas como iguales (dhimmi) pero sí están sujetas a protección y derechos.
Las ofertas de tolerancia de HTS han sido extendidas a los kurdos. Mientras las facciones rebeldes en la órbita de Turquía sí han chocado con ellos, éstos han bienvenido la ofensiva de las fuerzas de Yolani. También se ha ofrecido amnistía a los soldados y funcionarios del régimen, propiciando deserciones en masa. HTS ya ha anunciado que una vez acabe la guerra podría disolverse en favor de una nueva entidad nacional, algo que podría ser aceptable para los países del entorno.
El régimen sirio, un cascarón vacío
Frente a la fortaleza institucional de HTS, el régimen sirio se ha desvelado estos días como un cascarón vacío. Esto se explica por cómo se desarrolló la guerra civil en la última década: en los primeros años, el Ejército sirio ya había perdido el conflicto, tras cientos de deserciones y con las principales capitales regionales y los suburbios de Damasco bajo control rebelde.
Asad sobrevivió solo gracias a la intervención de miles de combatientes de Hezbolá y a la aviación rusa, que redujo barrios enteros a escombros, incluida la destrucción sistemática de hospitales. El presidente consiguió así recuperar el control de la mayor parte del territorio, pero nunca más de la mitad de la población, que fue arrinconada y desplazada forzosamente a Idlib, bajo el control de HTS. Desde allí, los rebeldes empezaron a planear su venganza.
Dentro de las zonas controladas por Asad, la policía secreta y las temidas cárceles completaron el proceso de limpieza étnica, de modo que este 2024 los rebeldes han marchado sobre ciudades vacías o semipobladas por partidarios de la revolución. Las localidades de Rastán y Talbise, por ejemplo, expulsaron a las fuerzas del régimen en el norte de Homs cuando los combatientes de HTS ni siquiera habían llegado a Hama, a varios kilómetros de distancia. En Daraa, al sur de la capital, la ofensiva ha estado protagonizada por rebeldes forzosamente “reconciliados”, pero que nunca aceptaron la vuelta del régimen. Pertrechados con armas ligeras y motocicletas, a los pocos días ya habían organizado una marcha hacia Damasco.
El hiperpersonalismo de Asad ha hecho que éste se negara a incluir ni una sola figura de la oposición en su gobierno, tal y como le pedían sus propios aliados internacionales. Esto ha limitado su influencia a la minoría alauí. En las elecciones de 2021, Asad salió reelegido con un nada discreto 95% de los votos. Antes de la ofensiva, los drusos en Suweida llevaban meses alzados contra las prácticas autoritarias del régimen. Incluso en Latakia, bastión y región natal de la familia Asad, el régimen se vio forzado a llevar a cabo una campaña masiva de arrestos en 2021 contra las quejas por el malestar político y económico.
A toda esta mezcla se añade el efecto de las sanciones internacionales y la corrupción. Hasta su caída en desgracia en 2020, se consideraba que las empresas del cuñado del presidente, Rami Majluf, representaban cerca del 60% del PIB nacional. En paralelo, su hermano Maher al Asad —de quien Bashar también había distanciado— había creado un narco-Estado dentro del régimen moviendo 10.000 millones de euros gracias al tráfico de captagón, la droga que asola Oriente Próximo. Así, mientras HTS preparaba su ofensiva, el régimen se ahogaba en su propia complacencia.
Asad, solo ante el peligro
A todas estas cuestiones intrasirias, se ha sumado una coyuntura internacional perfecta para la ofensiva. Rusia, Irán y Hezbolá, los principales aliados de Asad, están debilitados por sus conflictos con Ucrania e Israel, respectivamente, y no pueden rescatarle como hicieron en el pasado.
Aunque Siria es clave para la proyección de Rusia en el Mediterráneo, Moscú nunca ha desplegado un gran número de militares en el país, cediendo el protagonismo al ahora extinto Grupo Wagner. Esta vez el Kremlin se ha limitado a lanzar ataques aéreos contra la oposición, que han sido inútiles ante el repliegue en masa de los soldados sirios.
En cuanto a Irán, Hezbolá y el resto del Eje de la Resistencia, en el pasado la intervención en favor de Asad estuvo protagonizada por el grupo libanés. Pero ahora Hezbolá está descabezado, con miles de combatientes muertos y su arsenal diezmado por el conflicto con Israel. La organización mandó cientos de combatientes a Homs en un último esfuerzo por sostener a Asad. Pero, en paralelo, la Guardia Revolucionaria iraní abandonaba Damasco mientras Teherán negociaba en secreto con HTS las condiciones de la retirada.
Irán también se retiró de sus posiciones estratégicas en el borde entre Siria e Irak ante el despliegue de las Fuerzas Democráticas Sirias, lideradas por los kurdos con el apoyo de Estados Unidos. Las milicias chiíes iraquíes tampoco se atrevieron a cruzar la frontera. Por si fuera poco, Israel amenazó con atacar los envíos de armas desde Irán, como lleva haciendo durante años.
Los regímenes árabes, especialmente Emiratos Árabes Unidos, pretendían normalizar las relaciones con Asad a cambio de que este aceptara los Acuerdos de Abraham, de paz con Israel, como nueva hoja de ruta para la región. Las ofertas en este sentido llegaron incluso cuando la ofensiva rebelde ya estaba en marcha, pero el presidente no la aceptó hasta que los insurgentes estaban dentro de Damasco. Para entonces, ninguna intervención internacional podía frenar ya la caída.
Finalmente, la ofensiva rebelde ha coincidido con un Estados Unidos centrado en su transición presidencial. Joe Biden está de salida y Donald Trump ya ha dejado claro que no tiene ningún interés en inmiscuirse en el conflicto. Una de sus promesas en campaña fue precisamente replegar las pocas tropas estadounidenses presentes en el noreste del país y que estaban centradas en la lucha contra Dáesh.
Tras la caída de Asad, se abre un escenario nuevo en Siria, pero los conflictos podrían continuar. La coalición rebelde se compone de varios grupos con intereses diversos y endurecidos por más de una década de guerra. El país está lleno de armas y está por ver qué nuevo régimen se instaura en Damasco. Sea como sea, será la primera vez en más de cincuenta años que no haya un Asad dirigiendo el país.