Quién es Kamala Harris: vida y polémicas de la esperanza demócrata contra Trump
La vicepresidenta ha tenido una carrera marcada por las posturas ambiguas. Ahora busca forjarse un perfil propio para llegar a la Casa Blanca
Una política sin las ideas claras, una centrista en un partido polarizado y hasta la enviada del comunismo a Estados Unidos. Kamala Harris siempre ha sido un blanco fácil de críticas. La vicepresidenta, que asumió el cargo en enero de 2021 con Joe Biden, ya carecía de apoyos cuando se presentó a las primarias demócratas de 2020. De hecho, se retiró antes de los primeros caucus. Pocos días antes de abandonar sólo tenía alrededor del 3,5% del apoyo entre los demócratas.
Incapaz de ganarse a ningún grupo de influencia en el partido, como los votantes moderados (que apoyaron a Biden) o los progresistas (a Bernie Sanders), Harris pronto se quedó sin fondos. “El problema no era que no tuviera una posición sobre los temas”, escribía Karen Tumulty, columnista del Washington Post, tras su salida de la carrera presidencial. “Tenía muchas […], pero al enfrentarse a la opción de inclinarse hacia la izquierda o hacia la derecha, Harris a menudo parecía intentar elegir ambas cosas”.
La elección de Harris como vicepresidenta tampoco mejoró su popularidad. La mayoría de la población desaprueba su labor por motivos como la inmigración o su falta de agenda política. En contraste con otros vicepresidentes como el propio Biden en su momento, Dick Cheney o Al Gore, Harris ha tenido un perfil bajo, lo que la hizo ser vista como una candidata débil frente a Donald Trump. Esta percepción negativa contribuyó a que Biden retrasara su salida de la carrera por la reelección, ya que incluso él dudaba de las capacidades electorales de su vicepresidenta.
Sin embargo, desde que Biden se retiró, Harris ha generado un entusiasmo entre los demócratas no visto desde Barack Obama. “Es la primera campaña presidencial de pura alegría en el lado demócrata en bastante tiempo”, afirmaba un estratega demócrata. A través de memes, fancams sobre sus bailes y hasta remixes en versión techno de su característica risa, Harris ha empezado a ganarse el apoyo de una población escéptica, incluidos los jóvenes. Desde comienzos de agosto, el New York Times la pone por delante de Trump en intención de voto. Si vence, Harris se convertiría en la primera mujer presidenta de Estados Unidos, pero con un Partido Republicano cada vez más beligerante y tras cuatro años en una Administración impopular, no lo tendrá nada fácil.
Una fiscal y política surgida en California
Kamala Harris nació en 1964 en Oakland, capital del feudo demócrata del condado de Alameda, California. Hija de padres inmigrantes, una científica india y un economista jamaicano, estudió Ciencias Políticas y Economía en la Universidad de Howard, una institución históricamente negra, y cursó Derecho en la actual Universidad de California, San Francisco. A diferencia de otros congresistas que empiezan su trayectoria pública como políticos, Harris hizo carrera como fiscal. En 2004, se convirtió en la fiscal del distrito de San Francisco, la primera mujer y persona racializada en ocupar el cargo, un hito que repitió en 2011 al ser elegida fiscal general de California con tan sólo 0,8 puntos de ventaja sobre su rival republicano.
En sus seis años como fiscal del estado más poblado de Estados Unidos, Harris popularizó una visión pragmática sobre la justicia conocida como Smart on Crime (‘Inteligente frente al crimen’) basada en el título de uno de sus libros. Trataba de equilibrar un sistema criminal más justo con la reducción del crimen, aunque sus posturas ambiguas recibieron críticas de ambos lados. En 2015, por ejemplo, el Departamento de Justicia de California implementó cámaras corporales para policías, una medida pionera por la que Harris recibió elogios. Sin embargo, ella misma se opondría a que se adoptara en todas las agencias de seguridad del estado, lo que valió críticas en su propio partido. Además, fue señalada por no poner fin al encarcelamiento masivo de la población negra de California. En 2017, recién salida como fiscal, la población negra del estado era encarcelada ocho veces más que la blanca.
Ese mismo año Harris saltaría a la política nacional apoyada en su perfil reconocible dentro del estado y avalada por el aparato estatal. Tras más de dos décadas como senadora por California, Barbara Boxer había anunciado que no se presentaría a la reelección, lo que abrió la primera vacante senatorial en el estado desde 1993. Con gran parte de los apoyos demócratas, Harris venció a su contrincante con un abrumador 61,6% del voto, convirtiéndose en la segunda senadora negra de la historia del país.
Ya en Washington, Harris pronto se hizo un nombre por sus afiladas preguntas a los cargos nominados por el presidente Trump, en especial durante el proceso de confirmación de Brett Kavanaugh, juez conservador del Tribunal Supremo. Llamada la “Obama mujer”, por su identidad birracial y su rápida consolidación como senadora, Harris parecía destinada a llegar lejos en la carrera por la nominación demócrata de 2020, y tras el primer debate llegó a estar segunda en intención de voto en las primarias, a tan sólo cinco puntos de Biden.
Sin embargo, sus opiniones cambiantes frustraron sus aspiraciones. Harris fue acusada de no tener una postura clara en temas clave como la reforma sanitaria. Al tratar de colocarse en el centro del espectro ideológico, su candidatura fue eclipsada desde la derecha —Biden y Pete Butiggieg— y la izquierda —Sanders y Elizabeth Warren—. “La senadora ha presentado varios planes [distintos]”, dijo Biden sobre las políticas sanitarias de Harris en 2019, y “no se puede vencer a Trump con doble discurso”. Tampoco ayudó que durante su etapa como fiscal, Harris se definiera como top cop (‘policía jefa’), un apelativo que le impidió conseguir el apoyo de grupos progresistas cercanos al movimiento Black Lives Matter, crítico con la actuación policial contra los afroamericanos.
Pero no todo estaba acabado para la estrella ascendente del Partido Demócrata. Tras hacerse con la nominación, Biden la eligió como candidata a vicepresidenta con el objetivo de conectar con los votantes más jóvenes. Su encendido debate con Mike Pence, candidato a vicepresidente con Trump, le dio más popularidad. Harris volvió a hacer historia al convertirse en la primera mujer vicepresidenta del país. No obstante, sus cuatro años en el cargo han estado marcados por numerosos desafíos que complicarán su camino hacia la Casa Blanca.
La vicepresidencia, un puesto plagado de dificultades
Dos meses después de empezar su mandato, Biden enfrentó uno de los retos más definitorios de su presidencia: la inmigración. En febrero del 2021, más de 100.000 personas fueron arrestadas o se entregaron a oficiales de inmigración en la frontera sur, y el número de menores no acompañados creció en un 62% en comparación con el mes anterior. Para frenar esa llegada de personas, Biden encargó a Harris que se ocupara de lidiar con las “causas fundamentales” de la migración en Centroamérica. Eso llevó a la vicepresidenta a reunirse con los mandatarios de Guatemala u Honduras y a recaudar 5.000 millones de dólares para la creación de empleo en la región.
Pero el número de migrantes indocumentados no dejó de aumentar. Durante los cuatro años de Administración Trump, los cruces ilegales de la frontera nunca superaron el millón de personas anuales, mientras que en los tres primeros años de Biden como presidente, esta cifra nunca bajó del millón y medio anual. Los republicanos tacharon a la vicepresidenta de “zar fronteriza fracasada”, y algunos como el gobernador de Texas, Greg Abbott, hasta le enviaron buses con migrantes a su residencia. Aunque la gestión de Harris nunca estuvo orientada a evitar cruces de la frontera, sino a trabajar con los Gobiernos centroamericanos en origen, las críticas republicanas calaron. Según una encuesta de agosto, sólo un 36% de la población cree que Harris gestionaría la inmigración mejor que Trump.
La guerra en Gaza también ha sido uno de sus principales escollos, especialmente entre la población joven. Aunque Harris ha mostrado una mayor simpatía hacia la causa palestina que Biden, para muchos votantes progresistas su postura parece sólo simbólica. Hace dos semanas, manifestantes propalestinos interrumpieron su discurso en Detroit, y otras protestas le siguieron en Nueva York. Si Harris no es capaz de movilizar a los votantes en estados como Míchigan, con una importante población arabestadounidense, su victoria podría verse en peligro. De hecho, unas doscientas organizaciones sociales planean una marcha a la Convención Nacional Demócrata en Chicago para oponerse a la ayuda de la Administración Biden a Israel.
Además, Harris enfrenta de nuevo un dilema que ya lastró su nominación en 2020: su aparente falta de una visión para el país. Para paliar esta percepción, se ha centrado en proponer políticas concretas como reducir el precio de los medicamentos, algo que ya prometió Biden, o contratar a miles de agentes fronterizos si resulta elegida, tratando de marcar distancias con la actual Administración. Sin embargo, en su búsqueda de identidad política, no ayuda que Harris haya cambiado de postura en temas como el fracking, una técnica para extraer gas y petróleo que es popular en estados bisagra como Pensilvania. “Estoy a favor de prohibir el fracking”, opinaba en 2020: ahora se ha comprometido a no hacerlo.
En cuestiones económicas, Harris ha abrazado medidas populares como prohibir la especulación de precios, un plan tachado de “soviético” por círculos conservadores, y ha defendido la construcción de millones viviendas para paliar la crisis habitacional que enfrenta el país. Además, al igual que Trump, quiere eliminar los impuestos en las propinas que reciben algunos trabajadores, una medida con buena acogida en el estado bisagra de Nevada. En cuanto a política exterior, Harris ha defendido el compromiso de Estados Unidos con Ucrania y se ha mostrado a favor de los Acuerdos de París y de reconocer el cambio climático como una prioridad de seguridad nacional. La elección de Tim Walz como candidato vicepresidencial, que ha visitado China treinta veces y ha trabajado en temas relacionados con el país, también podría ayudar a la nueva Administración a mejorar las relaciones con el gigante asiático.
Las fortalezas de una candidata demócrata fortuita
Pese a los retos, Kamala Harris también cuenta con cualidades que podrían aumentar su popularidad entre los grupos de apoyo esenciales para el partido. Siempre se ha mostrado más cómoda que Biden, un católico devoto, en la defensa del derecho al aborto. Después de que el Tribunal Supremo anulara el derecho al aborto en todo el país, Harris se erigió como la voz demócrata para defender este derecho. Los derechos reproductivos han sido una baza electoral del partido en estos últimos años, ayudándoles a ganar incluso en distritos electorales de la conservadora Alabama. Además, la postura proderechos de Harris es muy popular entre mujeres suburbanas, un bloque electoral que llevó a los demócratas a la victoria en 2020 y que es imprescindible para ganar este año.
Por otro lado, a diferencia de las primarias de 2020, la experiencia de Harris como top cop ahora es una baza. Trump es el primer candidato presidencial y primer expresidente convicto de un crimen en la historia del país tras ser condenado por 34 delitos en el caso Stormy Daniels el pasado mes de mayo. Para ahondar en el contraste, Harris ha reivindicado su trayectoria en California: “Antes de ser vicepresidenta […] fui la fiscal general […] y fiscal de tribunales. En esos roles me enfrenté a delincuentes de todo tipo […] Así que escuchadme cuando digo: conozco a la clase de gente que es Donald Trump”, ha dicho. En estados bisagra como Arizona, el Partido Demócrata ya lanzó una campaña en vallas publicitarias tachando al magnate de “criminal convicto”.
Pero el contraste con Trump va más allá. En una encuesta de febrero, el 59% de los votantes opinaba que tanto Trump, de 78 años, como Biden, de 81, eran demasiado mayores para cumplir con otro mandato presidencial. Harris, dieciocho años menor que Trump, está mejor posicionada que Biden para abanderar un proyecto de futuro. Como mujer negra, también está en una posición ventajosa a la hora de movilizar a estos votantes, que en los últimos meses se volvieron más reacios a apoyar a Biden y que son clave en estados diversos como Georgia.
Harris también ha conectado con votantes jóvenes como Biden nunca logró hacerlo, en concreto a través de TikTok. Entre febrero y julio de este año, la cuenta @BidenHQ publicó 335 veces y recibió 174 millones de visitas, mientras que @KamalaHQ publicó 65 veces y recibió 385 millones, una media de hasta seis millones por publicación. La llamada #KHive, la comunidad online a favor de Harris, se ha movilizado desde la retirada de Biden, lo que se ha traducido en una creciente popularidad entre la población Z y milenial. Según una encuesta de NextGen America, una organización progresista centrada en los jóvenes, el 29% de los votantes de entre dieciocho y 35 años apoyaba a Biden en marzo, mientras que ahora el 68% apoya a Harris. Si la candidata es capaz de movilizar a este electorado, que como otros era apático con Biden, aumentarán sus posibilidades de victoria.
Harris, ¿presidenta de Estados Unidos?
Con poco tiempo de campaña, Harris parece haber conseguido parar la sangría de apoyos demócratas y despejar la percepción de que era una candidata débil. La mayoría de las encuestas le dan una ligera ventaja. “No tenemos ninguna duda de que Kamala Harris tiene exactamente lo que se necesita para ganar esta elección”, opinaron recientemente los Obama, todavía muy influyentes en el Partido Demócrata. Además, la renuncia de Biden cogió por sorpresa a Trump, quien ha tenido dificultades para adaptar su estrategia. Ni los ataques hacia la identidad racial de Harris o ni su caracterización como comunista parecen haber calado de momento entre la población.
Harris está tratando de forjarse un perfil propio, distanciándose de Biden en temas críticos como la inmigración y moderando su retórica progresista. Este mes, su equipo compartió un video promocional que la destacaba como defensora de “la ley de control fronteriza más dura en décadas” durante su etapa como vicepresidenta, y ha rechazado apoyar el Medicare for all, el plan para crear un sistema de salud universal en el país. Además, al seleccionar como vicepresidente a Walz, gobernador de Minnesota y popular entre votantes rurales, Harris también trata de aproximarse a la población rural que el Partido Demócrata perdió durante la era Trump.
Tras cuatro años como vicepresidenta, Kamala Harris tiene menos de tres meses para ganarse el apoyo de quienes en 2020 le dieron la espalda. Es una tarea inédita en la historia del país. Las encuestas parecen estar a su favor, reforzada por un Trump cada vez más errático. Sin embargo, debe construir un mensaje claro para ganarse al mayor número de adeptos, desde los jóvenes frustrados con Biden hasta las mujeres moderadas de zonas suburbanas, y cuanto más defina sus propuestas, más agudos serán los ataques de Trump. Solo si Harris encuentra una forma de llegar a una población descontenta con la Administración Biden, podrá volver a hacer historia al convertirse en la primera mujer presidenta de Estados Unidos.