El inicio de un nuevo orden mundial descoloca a Europa
Los recientes acontecimientos mundiales, desde la pandemia de la covid hasta la guerra de Ucrania, han suscitado un gran interés por las percepciones de Occidente que tiene el llamado sur global. De hecho, la reacción mundial a la invasión rusa de Ucrania a principios del 2022 pilló un tanto desprevenido a todo Occidente dada la percibida antipatía del sur global hacia lo que estaba ocurriendo en el flanco oriental de Europa. Existía la expectativa implícita de que se produciría una condena mundial casi unánime contra Rusia por la invasión de Ucrania, dada su naturaleza violenta y no provocada. Ese rechazo no se materializó, y la incredulidad inicial se convirtió rápidamente en una exasperación moral de Occidente ante los países del sur global a los que había apoyado durante décadas con ingentes cantidades de ayuda oficial al desarrollo. El estado inicial de incomprensión ante la reacción mundial provocó una especie de momento de autorreflexión y, sin duda, de cuestionarse dónde residen realmente las alianzas.
Sin embargo, esa visión más bien simplista pasa por alto una tendencia creciente desde hace mucho tiempo en la forma en que Occidente es percibido en el resto del mundo, donde las cuestiones de la justicia global, el anticolonialismo y la hipocresía se fusionan en un espejo de cuestiones complejas empañado por las dinámicas históricas, las percepciones de la justicia y la equidad y un deseo real de autodeterminación. Y que refleja un mundo donde las relaciones son cada vez más transaccionales y cínicas, lo cual deja un espacio relativamente limitado para avanzar de forma colectiva en los problemas globales.
Escenarios para el orden mundial
En general, los escenarios prospectivos para la próxima década coinciden en cuatro posibles resultados de la evolución del orden mundial. Cada uno de ellos supone un reto único para la UE a la hora de trazar su camino, tanto en términos estratégicos como tácticos.
El primer escenario es una estructura mundial multipolar en la que el poder se encuentra disperso entre varios centros económicos y políticos mundiales; y que, de hecho, pone en tela de juicio el orden internacional dominado hasta ahora por Occidente.1 En ese escenario, el mundo pasa de una “globalización mundial” a una “geopolítica de la división”, con la aparición de bloques económicos y políticos que operan según diferentes ideologías y prioridades.
La creciente implicación de China en el sur global ha exacerbado esferas de influencia en geografías antes bajo la órbita exclusiva de Occidente. Sin embargo, esos países no quieren elegir entre dos opciones
Un segundo escenario, el eje sur-este, continúa con un mundo multilateral pero que presenta un futuro donde el ascenso de China comienza a remodelar las normas e instituciones mundiales y donde los intereses del sur global se alinean con los de ese país asiático. Tal escenario se caracteriza por una China más comprometida económica y políticamente, así como por un EE.UU. desinteresado debido a la agitación económica y a la fragmentación política interna.
El tercer escenario formula un mundo posneoliberal bajo los estandartes de un “capitalismo progresista” y una “globalización más sana”.2 Los “capitalistas reformistas” defienden un enfoque que combine las fuerzas del capitalismo con la intervención estatal para garantizar resultados socialmente deseables y abordar las desigualdades producidas por el neoliberalismo. Otros defienden un proceso de globalización más cuidadoso que respete las prioridades nacionales y las capacidades institucionales.3
Existe un espacio real para la cooperación entre América Latina y la UE: fortalecimiento de la democracia y los derechos humanos, lucha contra el cambio climático y promoción del desarrollo sostenible
El cuarto escenario predice un orden mundial bipolar definido por dos superpotencias hostiles: EE.UU. y China. Esa estructura recuerda la dinámica de poder de la guerra fría, aunque con la supremacía económica y tecnológica, no la capacidad militar, como principal punto de disputa. Sin embargo, los críticos advierten de que esa visión simplifica en exceso la compleja dinámica de la interacción de poder a escala mundial.4
Cada escenario presenta un conjunto único de retos para la UE, que se basa en los principios del multilateralismo y para la que alcanzar un acuerdo colectivo es una cuestión existencial casi constante.
¿Una quinta opción?
Las cuatro visiones tienen inevitablemente un tinte occidental. Hay muy pocas investigaciones disponibles para afirmar con seguridad que esas visiones se ajustan a lo que también propondría el sur global colectivo como escenarios futuros. Nuestra interpretación debe basarse, por lo tanto, en lo que ya se ha observado en otras áreas de estudio y aprovecharlo para avanzar un quinto escenario potencial, el de la multilateralidad.
A lo largo de la última década, la creciente implicación de China en el sur global ha exacerbado esferas de influencia en geografías anteriormente bajo la órbita exclusiva de Occidente. Sin embargo, esos países no quieren elegir ni decidir entre dos opciones binarias; de hecho, cuantos más agentes participen, mejor, precisamente porque se ofrece la posibilidad de múltiples opciones. En semejante escenario, un futuro multipolar es preferido a otros.
La idea de multilateralidad avanza en la práctica un paso más y ofrece una visión de futuro centrada en una forma mucho más intensa de multilateralismo transaccional. Para la UE, se trata de una visión en la que la Unión trabaja con socios de cada región para avanzar en cuestiones de importancia mundial de una forma mucho más flexible de lo que ha sido habitual. Se trata de una idea mucho más matizada donde, en lugar de tener un conjunto de tratados y políticas basados en el palo y la zanahoria, hay un conjunto de principios rectores y normas básicas que condicionan el compromiso.
En semejante visión, las cuestiones más espinosas se consideran en términos de lo deseable y no lo obligatorio; es decir, se trata de un sistema de selección que prioriza el compromiso de un modo más pragmático que quizás no supere la prueba de los valores más amplios, pero que acaba resultando lo bastante bueno. En última instancia, quizás signifique tener que trabajar con socios que no siempre serán los ideales, pero que poseen legitimidad en otros ámbitos y harán las veces de un sustituto lo bastante bueno. Ahora bien, esa multilateralidad debe estar respaldada por una regla básica o línea roja infranqueable.
Definiciones y compatibilidades
Para que la multilateralidad funcione, los valores o las normas básicas que la respaldan deben tener alguna base de universalidad que garantice la aceptación de otros socios mundiales. Tal vez sea la única manera de garantizar la credibilidad en un esfuerzo que, en última instancia, será mucho más transaccional de lo que resultaría normalmente cómodo para la colectividad.
¿Qué valores son universales? Se ha hablado mucho de la universalidad de los derechos consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH). Sin embargo, una crítica común que se hace a la DUDH es que no tiene en cuenta la pluralidad de la diversidad,5 que hace caso omiso de los contextos culturales e históricos de los estados no occidentales.6 A partir de la definición de Amartya Sen, es decir, que un valor es universal porque “las personas de cualquier lugar pueden tener razones para considerarlo valioso”,7 llegamos a los valores fundacionales de la UE; unos valores que, a partir de los treinta artículos consagrados en la DUDH, se han resumido en seis principios básicos: respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de derecho y respeto de los derechos humanos.8 Sin embargo, siguiendo la definición de Sen, podría decirse que la democracia es el valor más reconocido y fundamental, el valor que tiende un puente sobre las divisiones culturales entre el norte global y el sur global. En última instancia, la adhesión fundamental a la democracia proporciona la piedra angular para los demás principios fundamentales que vienen después; y, sobre todo, para el Estado de derecho, que es el principio básico de cualquier contrato social entre el individuo, el Estado y la economía.
Oportunidades regionales: rasgos generales
La UE debe aprovechar ese principio básico en sus relaciones con el sur global, no para intimidar a los demás y someterlos, sino como la propuesta de valor literal que representa. Eso debe hacerse de tal manera que la colaboración tenga en cuenta las particularidades de cada región y aborde el compromiso a través de los socios más compatibles en cada geografía.
Asia-Pacífico
La dinámica geopolítica de Asia-Pacífico (incluida la rivalidad entre EE.UU. y China) ha dificultado que la región mantenga la categoría de buen alumno según los parámetros de valor tradicionales. De hecho, teniendo en cuenta que la Estrategia Meridional de la propia China9 ahora hace hincapié en consideraciones de seguridad (cuando inicialmente priorizaba el desarrollo económico sin condiciones), no constituye sorpresa alguna que los movimientos pendulares que influyen en la dinámica política (no solamente de Birmania, sino también de Indonesia, Tailandia, Malasia y Filipinas) hayan afectado a todo, desde el poder judicial hasta el Estado de derecho.
Sin embargo, con la aparición de la Estrategia para el Indo-Pacífico de la UE, el marco de cooperación se ha vuelto más concreto y (dado el abanico de cuestiones en las que la UE desea involucrarse) también algo más nebuloso. En semejante terreno, se trata más bien de que la UE muestre su liderazgo dando un paso atrás (que no debe confundirse con desentenderse) y apoye los diversos esfuerzos de los países de la región para avanzar en los asuntos de la agenda común, desde la conectividad hasta el clima.
La UE cuenta con una ventaja que no tienen ni China ni Rusia, que son las grandes diásporas y sociedades civiles procedentes de Oriente Medio y el norte de África distribuidas por toda Europa
En ese sentido, los dos países que destacan como socios obvios son Japón y Corea del Sur. La UE ha desarrollado con ambos sólidas relaciones dada la clara compatibilidad en el espectro de valores e intereses. De hecho, existe una tendencia naciente en la que los tres adoptan un mayor pragmatismo en sus planteamientos hacia los países de Asia-Pacífico y siguen un enfoque mucho más matizado hacia la región, usando los valores más como herramientas retóricas que como objetivos finales en sí mismos.
Una forma concreta de avanzar en ese ámbito es que la UE colabore con Corea del Sur para reformar el proceso de la Cumbre por la Democracia, iniciado por EE.UU., y lo convierta en algo más integrador. La naturaleza polarizadora de dicho proceso ha hecho que incluso los mismos de siempre, como Japón, duden a la hora de defenderlo con firmeza. Con todo, si se desprecia por completo ese proceso, se corre el riesgo de tirar la fruta sana con la podrida. El hecho de proporcionar un espacio para que los países de Asia-Pacífico se reúnan en torno a esa controvertida cuestión sin tener al gran hermano en la sala sigue teniendo un valor inherente.
América Latina
La región aún está dejando atrás lentamente los estragos causados por la covid, que la afectó de manera desproporcionada.10 Además, el bloque se ha visto inmerso en una montaña rusa de agitación: desde las manifestaciones masivas en Bolivia, Chile, Colombia y Ecuador11 hasta las convulsiones políticas en Perú y Brasil; incluso Uruguay, antaño considerado el bastión regional de la democracia,12 se ha visto envuelto en escándalos de corrupción.13
Sin embargo, a pesar del sombrío panorama, hay aspectos democráticos positivos. Brasil, pese al entusiasmo inicial ahora mucho más moderado por el regreso de Luiz Inácio Lula da Silva, no debe ser pasado por alto. Con un interés demostrado14 en impulsar la cooperación regional, el país está preparado para fomentar la defensa de la democracia en la región. Tampoco debe descartarse a Uruguay, pese a la reciente agitación política.
De hecho, la relación de la UE con América Latina está experimentando una especie de renovación. Una encuesta realizada por Latinobarómetro destaca a Europa como la “región preferida para asociarse” para casi la mitad de los entrevistados.15 Existe un espacio real para la cooperación, desde el fortalecimiento de la democracia y los derechos humanos hasta la lucha contra el cambio climático y la promoción del desarrollo sostenible.16 Sin embargo, el relanzamiento de la relación no estará exento de desafíos. La UE tiene que revitalizar su relación con el bloque en medio del aumento de la influencia china17 y hacer frente a las actitudes divergentes respecto a la aplicación de las sanciones contra Rusia.18 Quizá el mayor reto sea convencer a la región de que la intención comunitaria de renovar y estrechar lazos es auténtica y duradera.
La vía más evidente en ese espacio sea la resolución del pacto comercial UE-Mercosur. El Mercosur y la UE llevan dos décadas enzarzados en discusiones comerciales, pero ahora hay un renovado impulso para sellar el acuerdo. Sería una demostración concreta del compromiso europeo de estrechar lazos con la región.
Oriente Medio y el norte de África
La UE, con su historia e influencia en Oriente Medio y el norte de África, se encuentra en una encrucijada interesante porque la región pivota hacia China tanto económica como políticamente.19 La reciente readmisión de Siria en la Liga Árabe ha marcado el final simbólico de la primavera árabe20 y constituye un ejemplo real de la compleja relación entre estabilidad, unidad y normas democráticas. Por un lado, ese movimiento indica una preferencia regional por la estabilidad y la unidad, incluso a expensas de los principios democráticos, en un eco lejano de la tolerancia comunitaria mostrada con Hungría y Polonia cuando ello ha sido necesario. Por otro, brinda a la UE la oportunidad de fomentar esos principios a través del apoyo a los intercambios entre personas que pretenden mediar en conflictos de larga duración y fomentar el diálogo para suplir el vacío creado por la retirada de EE.UU.21
Al tiempo que reconoce la diversidad existente en Oriente Medio y el norte de África, resulta fundamental que la UE identifique los socios potenciales más afines a sus ideales democráticos. No obstante, también debería abordar la razón por la cual las sociedades civiles de la región la ven con escepticismo; a saber, la discriminación generalizada existente en el seno de los países europeos y, en política exterior, el apoyo a regímenes poco democráticos en nombre de la seguridad.22 Con todo, la UE tiene influencia estratégica y diplomática en la región con Turquía, miembro de la OTAN, e Israel, socio de la OTAN, así como sólidas asociaciones económicas y energéticas con el Consejo de Cooperación del Golfo y muchos países norteafricanos. Y, lo que es más importante, la UE cuenta con una ventaja que no tienen ni China ni Rusia: grandes diásporas y sociedades civiles procedentes de Oriente Medio y el norte de África distribuidas por toda Europa.
A partir del concepto de multilateralidad, la UE puede adoptar en la región un enfoque de dos niveles. En primer lugar, un enfoque basado en valores, fomentado a través del intercambio entre personas aprovechando sus diversas diásporas, y que al mismo tiempo se proponga abiertamente apoyar la democracia y el Estado de derecho en su vecindad meridional como condición para el desarrollo económico. En segundo lugar, donde no existan aliados naturales en el plano estatal, se hará necesario un enfoque más matizado, centrado en áreas de interés compartido como las energías renovables y la seguridad hídrica,23 mientras se aclaran las líneas rojas de la UE. Involucrar a esos países en una asociación estratégica en tanto que vecinos podría servir al doble propósito de reforzar dichos valores dentro de los países y proporcionar una plataforma para una influencia regional más amplia.
Conclusión
La evolución de las relaciones entre la UE y Asia-Pacífico, América Latina y Oriente Medio y el norte de África pone de manifiesto que el multilateralismo (quizás incluso la multilateralidad) proporciona un terreno fértil para el avance de las alianzas y, como mínimo, ofrece una visión del futuro algo más optimista para los bienes comunes globales que los cuatro escenarios citados al principio. Y, de modo más importante, ofrece espacio para esfuerzos colectivos en varios frentes (desde los valores hasta los intereses) que sitúan a los socios en un terreno equilibrado. Un prerrequisito necesario para avanzar en nuestros retos comunes
Lizza Bomassi, Pavi Prakash Nair y Zakaria Al Shmaly. Carnegie Europe.