La autonomía y los chiriguanos
El problema no es el Pacto Fiscal, que también, sino una distribución de competencias incompleta y cobarde, que declara concurrente cualquiera en la que las autoridades puedan quedar expuestas
Avanzan los meses, las semanas, los políticos toman posiciones, los debates se intuyen, aun sin concreción, y el tema de la autonomía sigue sin aparecer por ningún sitio. El sistema Presidencial que consagró definitivamente la Constitución de 2009 ha acabado por echar al traste lo poco construido de una forma un tanto sibilina, pues si bien se dedicó todo un capítulo a la forma de autonomía y su encaje en el Estado, muy poco se escribió sobre su forma de financiación. Y de aquellos polvos, estos lodos.
Todos los candidatos a la presidencia tienen una lectura similar de la crisis actual: el gobierno central es, a su juicio, quien debe actuar como salvador, tomar las decisiones pertinentes y encontrar el camino que devuelva los dólares al país y de margen a la recuperación. Es lo que como opositores le exigen al gobierno actual, y por ende, lo que se supone que harán cuando lleguen al poder.
En realidad, así ha funcionado desde 2009 la autonomía delineada en la Constitución;: creó instituciones con cierto margen de acción, pero reservó para el gobierno central la asignación de presupuestos y su verificación, y además vinculó sus montos a fuentes de financiación incontrolables, como la cotización del barril de petróleo en la bolsa de Nueva York o a la buena voluntad de quien sea de seguir invirtiendo en el país al margen de los movimientos del mercado hidrocarburífero.
Es posible que en Tarija asumiéramos esta realidad de una forma más entusiasta, que nos creyéramos de forma más incauta que se había ganado aquel pulso en el que se demandaba mayor capacidad de gestión, y que en realidad solo era la continuidad de una demanda natural que se rastre desde la colonia si no desde antes, con los chiriguanos resistiendo la ocupación Inca por algo más que amor a sus costumbres.
Semejante país como el nuestro no se puede administrar desde cuartos oscuros llenos de humo en la ciudad maravilla
La idea era buena, porque semejante país como el nuestro no se puede administrar desde cuartos oscuros llenos de humo en la ciudad maravilla, donde unos proponen y otros disponen. Cualquier país con autonomía suficiente en sus regiones es capaz de administrar más eficientemente sus servicios básicos, y también recaudar mejor los impuestos. Se trataba de dejar que la gente en el territorio administrara los recursos, los asignara con buen criterio para optimizar los ingresos y prestar mejor servicio, pero todo quedó en espejismo.
La Constitución acabó concediendo ese capítulo sobre la autonomía, pero a regañadientes de la mayoría gobernante, que al final plagó de candados toda la regulación, y cuyas consecuencias hoy seguimos pagando.
El problema no es el Pacto Fiscal, que también, sino una distribución de competencias incompleta y cobarde, que declara concurrente cualquiera en la que las autoridades puedan quedar expuestas sin tener a quién echarle la culpa del fiasco. Si a eso se le añade una financiación volátil en la que no se puede influir, el fracaso era cuestión de tiempo.
Aun así, que el desafío autonómico haya pinchado en sus primeros compases no quiere decir que haya fracasado, sino que es necesaria una reflexión urgente que ponga cada argumento en su lugar, para avanzar, no para retroceder. Los tarijeños, y probablemente todos los bolivianos, no tienen miedo de hacerse cargo de sus responsabilidades