Migración y desigualdad
Probablemente sea una especie de último expolio sublimado hacia los continentes más pobres: vaciar los países de personas jóvenes y preparadas
Ante el aumento de los flujos migratorios en el mundo, en el año 2000 la Asamblea General de la ONU proclamó el 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante, con la finalidad de impulsar el intercambio de experiencias y oportunidades de colaboración por parte de los países y regiones, ante las dificultades de la migración internacional.
Con la creación de esta efeméride se pretendía visibilizar los retos, dificultades y adversidades que deben afrontar los migrantes en el mundo, así como efectuar un llamamiento a las naciones del mundo para contribuir a que la migración sea un proceso seguro, regular y digno.
El resultado, 24 años después, puede evidenciar el fracaso en varias líneas.
La migración es un derecho humano, o eso dice la Convención, pero no debería dejar de ser una excepción. Casi nadie migra por opción, sino por necesidad, que no deja de ser el resultado de la enorme desigualdad del planeta, que siempre deja más víctimas en el sur. Sin duda que están muy bien los protocolos y convenciones para proteger y guiar al migrante que llega al hemisferio norte – no se aplica nada de esto, por ejemplo, a los miles de africanos que buscan trabajo en Qatar o Barhein, y muy poco a los que tratan de llegar, por ejemplo, a Chile -, pero probablemente sería más ético impulsar políticas que reduzcan las desigualdades, o el expolio masivo de recursos naturales, que son al final los motivos que obligan a migrar.
“¿Por qué vienen todos jóvenes y fuertes?” se preguntaba uno de esos políticos franceses que después arenga a las masas para luchar por su jubilación a los 60 años con pensiones medias cercanas a los 3.000 euros
El resultado de la migración internacional, pero ojo, también la que se está dando desde el campo boliviano a sus ciudades, deja enormes vacíos en las sociedades que se traducen en más pobreza y más desigualdad, así hasta que los territorios se vacían dejando la soberanía afectada.
Probablemente todos los esfuerzos por acoger y canalizar la regularización de millones de migrantes sea una especie de último expolio sublimado hacia los continentes más pobres: cuando no quedaba nada, se llevaron la mano de obra más joven y más fuerte – y también la más preparada, como médicos, mecánicos, etc., - para garantizar la perpetuación del sistema.
La consigna era clara: mano de obra barata para sostener los márgenes de beneficio y también atender los servicios que las sociedades ricas ya no quieren atender, pero como las desigualdades han seguido creciendo entre los de arriba y los de abajo, muchos trabajadores se han sentido amenazados por la precarización a la que empuja la mayor cantidad de mano de obra disponible: caldo de cultivo para las ultraderechas que no dudan en enfrentar al último con el penúltimo en una cuestión que es de mercado, y de derechos.
Tanto los principales líderes de la Unión Europea como el futuro presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, aunque también el saliente Joe Biden, han hecho de la cuestión migratoria "un problema" y no dudan en reclamar políticas de mano dura rayando incluso la demagogia más ordinaria: “¿Por qué vienen todos jóvenes y fuertes?” se preguntaba uno de esos políticos franceses que después arenga a las masas para luchar por su jubilación a los 60 años con pensiones medias cercanas a los 3.000 euros.
Mientras la desigualdad entre países no se corrija, la migración continuará, y si nadie asume políticas consecuentes y todos optan por la criminalización, el conflicto está servido. Ahora, no hay motor más poderoso que el hambre de la familia.