Los jueces y los resultados

Todos los candidatos prometieron hacer una justicia mejor, obviamente, pero no deberíamos esperar al fin del mandato para exigir resultados

Aunque el cómputo electoral no ha terminado, parece que va quedando claro que el problema no era tanto el desconocimiento de los méritos de los candidatos sino el saber a qué lado pateaba cada uno. Con esa ecuación resuelta por la intermediación de algunos pocos representantes del pueblo que al parecer, aun son de confianza de la gente, el voto nulo se ha reducido drásticamente pese a la campaña de varios partidos y líderes tradicionales, incluyendo al evismo, y el voto se ha concentrado en unos cuantos candidatos.

Y no es que no hubiera motivos para anular la votación o mostrar el descontento con un acto de protesta en forma de voto nulo, pues esta elección llegó mutilada y un año tarde por la estricta interpretación del mismo Tribunal Constitucional que debía renovarse y la incapacidad de la Asamblea Legislativa para viabilizar la elección completa.

Como fuere, el problema no tiene tanto que ver con la forma de elección de los jueces como con la capacidad de vigilar que estos no acaben sometidos ni enterrados en la montaña de miseria moral que parece haber enterrado a nuestros Tribunales.

El problema no era tanto el desconocimiento de los méritos de los candidatos sino el saber a qué lado pateaba cada uno

Probablemente el próximo gobierno empiece a apostar por un cambio Constitucional, o al menos una reforma a profundidad sobre los asuntos más complejos y que peores resultados han dado. Probablemente urge acotar las funciones presidenciales y someterlo a una interpelación más directa de la Asamblea Plurinacional, probablemente urge reformar el capítulo de la Autonomía para asegurar que las regiones tienen capacidad de gestión real, y tal vez haga falta reformar la elección directa de los jueces, aunque el problema real sea mucho más profundo.

Nada asegura que el que se elijan los jueces entre las cuatro paredes de despachos oscuros en el parlamento, y entre los mejor “preparados” o los que han hecho más “méritos”, con todos los sesgos de parcialidad que tienen esos dos criterios, vayan a ser honestos o libres para ejercer su magistratura a conciencia.

La clave pasa entonces por las organizaciones vivas de la sociedad y por el rol que ejerzan los representantes públicos, especialmente los legisladores, para presionar, fiscalizar y exigir una transparencia absoluta en todos los procesos.

El problema no parece ser elegir a unos u otros jueces, el problema es que los jueces pueden corromperse, cambiar de criterios o asumirlos en función de otros alicientes sin que esto realmente tenga consecuencias o genere ninguna reacción popular, porque al final, estamos tan acostumbrados a la corrupción que la hemos naturalizado.

La teoría que sostiene los procesos democráticos es que se elige en función de sus propuestas y se les evalúa en función de sus resultados. Todos los candidatos prometieron hacer una justicia mejor, obviamente, pero no deberíamos esperar al fin del mandato para exigir los resultados, porque sabemos cómo se las vienen gastando en los últimos años.


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