Comer todos los días
La liberación de exportaciones subsidiadas en un mundo inflacionario ha tardado apenas unos meses en hacer impacto en los precios
De entre todas las crisis que atenazan al planeta hay una con aristas muy marcadas que se siente especialmente en Bolivia. Se trata de la “crisis alimentaria” y que básicamente se fundamenta a partir de hipótesis demográficas y cálculos productivos y de crecimiento económico.
De momento se prevé que en unos 30 años más el mundo alcance los 10.000 millones de personas, aunque después de eso los mismos expertos calculan que se entrará en una suerte de crisis demográfica – que ya se caracteriza en países del norte y también en las urbes sudamericanas -.
Otros expertos explican que el poder adquisitivo de países en vías de desarrollo también crecerá, lo que se traduce en que muchos habitantes que hoy se debaten en la extrema pobreza pasarán a comer dos o tres veces al día.
Finalmente, los dueños del negocio agroalimentario, que tienen muchos “expertos” a su disposición, van poniendo en cuestión la capacidad del planeta para poder alimentar a toda esa cantidad de gente que se supone va a habitarlo, algo que irremediablemente se traduce en incremento de precios por aquellas cuestiones de la oferta y la demanda y que irremediablemente abre la puerta a otro de los grandes cocos del momento: explorar “soluciones biotecnológicas” para “aumentar” la capacidad productiva de la tierra, es decir, la implantación de cultivos de semilla genéticamente modificada – léase transgénicos – en prácticamente todo el mundo.
Bolivia nunca fue el paraíso pachamámico que algunos propugnaron. Los eventos transgénicos llevan circulando por el país desde 2004 y todos los gobiernos han ido ampliando eventos siempre con el ánimo de aumentar la producción. El gobierno de Luis Arce no ha sido la excepción, peor con las urgencias de dólares que atenazan al país, que le ha llevado a autorizar nuevos y a impulsar proyectos como el del biodiésel que se alimenta esencialmente de esos cultivos.
Por esa “diversidad” científica, siempre tan necesitada de financiación, se pueden encontrar diferentes interpretaciones y prospecciones sobre lo que sucederá con un mundo alimentado esencialmente con semillas modificadas, pues no son pocos quienes señalan y documentan los efectos en la tierra y su agotamiento general, pero de momento el mercado manda.
En el corto plazo, Bolivia está ya envuelta en este espiral con una estrategia disparatada que no está sumando al objetivo del gobierno de conseguir dólares, sino todo lo contrario. La liberación de exportaciones en un mundo inflacionario ha tardado apenas unos meses en hacer impacto en los precios del pollo, la carne, el aceite y demás a pesar de que los productores siguen beneficiándose del diésel subvencionado – no han mostrado mucha ambición ahora que también se ha liberado el mercado de importación de combustibles – y los dólares no fluyen como se calculaba, sobre todo luego de que el presidente Luis Arce se comprometiera a no obligar para nada a la entrega de dólares a esos mismos exportadores. Cosas del mercado.
El problema de tomar medidas entre urgencias suele tener que ver con su efectividad. Tomar medidas que requieren docenas de ajustes tampoco es apropiado para establecer un marco que incentive la inversión. Proteger el mercado interno es una apuesta y su alternativa es dejar que el mercado lo resuelva. Caminos intermedios suelen exigir mucha pericia para atravesar los problemas. Y ojo, comer todos los días es algo más que una hipótesis socioeconómica de rango deseable.