Las otras víctimas de feminicidio

La Defensoría y el Intraid tienen razón cuando demandan más personal para instituciones claves en la salud mental, que es el verdadero mal de este siglo

El pasado jueves se dictó sentencia contra el autor del feminicidio de Ivana Arroyo. El condenado, Marcelo Ostria, era parte de esa aristocracia tarijeña tantas veces caracterizada por lo que el asesinato de la mujer de 29 años concitó mucha atención pública y mediática.

A Ostria se le detuvo en la Terminal de buses luego de que se encontrara el cadáver de la joven en su domicilio. Sus declaraciones siempre fueron contradictorias, pero las pericias siempre fueron nítidas en este asunto. Un proceso de manual pero que tuvo un momento muy crítico cuando dos vocales del Tribunal Departamental de Justicia cambiaron el tipo penal de feminicidio a “lesiones seguidas de muerte” otorgándole una condena de ocho años.

El caso podía haberse despachado entre bambalinas si no hubiera sido por la atención que suscitaba, aunque eso generó otras consecuencias irreparables.

La presión social y algunas actuaciones particulares lograron anular el proceso viciado desde el principio, e iniciar un nuevo juicio que desembocó en una condena acorde a la Ley 348, tal como apuntaban las pericias, pero la tragedia para la familia de Ivana no acabó ni mucho menos ese día.

La Fiscalía ha abierto una investigación por homicidio – suicidio que tiene como víctima a la hija de Ivana en un hecho que sucedió el mismo día de la sentencia y que resulta difícil obviarlo: las víctimas de los feminicidios no son solo las mortales, sino que muchos alrededor sufren y, especialmente, los hijos.

La investigación debe llevarse hasta el final y por todos los medios para que se asuman las responsabilidades pertinentes y sobre todo, generar aprendizajes para que no vuelva a suceder, pues esto sigue sucediendo a diario como ha quedado claro este pasado fin de semana.

El asunto es doloroso para la familia, a quienes abrazamos desde esta redacción, pero lo sucedido debe convertirse también en punto de inflexión. Un caso de estas características no puede permanecer seis años abierto ni se pueden tolerar desvíos como el señalado, que obligó a iniciar de nuevo, sometiendo a una adolescente a volver a escuchar relatos dolorosos en los que la defensa, sin duda, se ha recreado siempre con el mismo propósito: desacreditar a la víctima como si fuera ella quien tuviera que dar las explicaciones de por qué estaba donde estaba. El mismo argumento patriarcal de siempre que carga la responsabilidad en la mujer.

De la misma forma, es necesario ajustar los protocolos y las atenciones. Es evidente que la hija de la víctima es también víctima y que se necesitaba reforzar la atención y el acompañamiento de esa niña obligada a madurar de golpe. Es un asunto que necesita atención profesional y que no puede dejarse siquiera al criterio de la familia. La Defensoría y el Intraid tienen razón cuando demandan más personal para instituciones claves en la salud mental, que es el verdadero mal de este siglo.

Sin duda todos debemos hacer autocrítica y evaluación y es necesario mejorar la coordinación siempre poniendo la atención en las víctimas. El caso podía haberse despachado entre bambalinas si no hubiera sido por la atención que suscitaba, aunque eso generó otras consecuencias irreparables.

Todas las víctimas merecen justicia. El mejor homenaje que se les puede rendir es procurar que si al menos no se pueden detener las víctimas, al menos que las familias no vivan un calvario. Lamentablemente, el feminicidio de Esther Marisol deja de nuevo un escenario similar. Toca no cometer los mismos errores.

#NiUnaMenos


Más del autor
Congreso del MAS
Congreso del MAS
Y llegaste tú
Y llegaste tú